Cuando los Juegos Olímpicos de Barcelona cambiaron la imagen de España en el mundo
Los historiadores Jordi Canal y José-Carlos Mainer reconstruyen la celebración del evento del 92 como culminación a una década de cambios
Si hay algo claro de los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 es que supusieron un antes y un después para la imagen de España y de la capital catalana. Como si fueran un punto de inflexión. Jordi Canal, autor del libro 25 de julio de 1992. La vuelta al mundo de España (Taurus), apunta: “España enamora al mundo con los Juegos y el mundo considera que España ya no puede ser vista con los viejos tópicos”. A escasos días del comienzo de los Juegos Olímpicos de Tokio, Canal acudió a la redacción de EL PAÍS para rememorar este acontecimiento junto a la periodista del diario AS Carmen Colino y el también historiador José-Carlos Mainer. El encuentro se transmitió en exclusiva para los suscriptores del diario dentro del ciclo La España del siglo XX en 7 días.
Los Juegos de 1992 supusieron el mayor evento deportivo celebrado en España hasta la fecha, y su éxito trascendió la competición. “Representaron la culminación de una década”, opina Canal. “Son un gran escaparate de lo que España ha cambiado desde la Transición”. Por un lado, alteraron el rostro de Barcelona, que embelleció sus calles, creó pabellones y hasta un acceso a la playa para la capital, hasta entonces casi inexistente. Por otra parte, tal vez de manera menos visible, intervinieron en el escenario político. Como explica Canal durante la conversación, el contexto del evento “coincide con el Estado de las autonomías, el éxito de la Generalitat y el pujolismo [en referencia al triunfo de Jordi Pujol, que presidió el Govern durante 23 años]. Fue aquí cuando se empezó el proyecto de nacionalización en Cataluña”. El resultado, no obstante, fue tan positivo que no gustó al entonces presidente de la Generalitat, que temía que el proceso de nacionalización en Cataluña se viera ensombrecido por la españolización y el orgullo del éxito cosechado, como afirma Canal.
Considerados por muchos como los mejores de la historia, los Juegos de Barcelona significaron un ejemplo de diversidad y de convivencia. Para ilustrarlo, el trabajo de Luis Bassat, el gran publicista que entendió la competición como un gran anuncio que sería televisado. “Se mezcla muy bien en armonía la diversidad de España: desde los castillos humanos al flamenco, pasando por la rumba de Peret y de Los Manolos, y mucha música clásica”, recuerda Canal. En esencia, “una simbología del momento de España, que está virando hacia la democratización-Estado de las autonomías”.
Para José-Carlos Mainer, la competición dejó huella: “La estructura modifica todos los Juegos Olímpicos posteriores. Y que Barcelona sostuviera la representación de España fue algo clave que no sucedía desde la posguerra”, apunta. Fue un momento de trascendencia internacional para la ciudad. Y aunque hubo una pequeña manifestación de Freedom for Catalonia [libertad para Cataluña] minutos antes de la celebración, en suma, todo funcionó.
“Como si hubiéramos hecho el guion perfecto”, sostuvo la periodista de AS Carmen Colino. “Todo salió bien. Hasta las medallas”, dijo, porque España fue el sexto país que más premios consiguió. El resto del relato, el de la celebración y escenografías, la mascota Kobi y los conciertos, quedan para siempre en la fragilidad de la memoria, aunque en ocasiones no se corresponda con la historia. Porque, por ejemplo, y a pesar de la creencia de muchos, la soprano Montserrat Caballé nunca cantó con Freddie Mercury en la inauguración—fue en 1987―. También lo expresó Canal en su libro: “La memoria tiene a veces esas cosas”.
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