Las promesas de la danza española buscan refugio en el extranjero
Los gobiernos de otros países, en especial el británico, sirven de mecenas a muchos jóvenes que quieren abrirse camino en la élite del ballet ante la falta de oportunidades en el suyo
José María Lorca (Murcia, 20 años) y Samuel López (Lugo, 20 años) se emanciparon bordeando la mayoría de edad, más de una década antes que la media de los españoles, según los datos de Eurostat. Ellos dos lo hicieron además en un país extranjero, sin el confort de la lengua materna y con su familia y amigos a miles de kilómetros de distancia. Son estudiantes de la English National Ballet School (ENBS) de Londres, aspirantes a una carrera en la danza clásica que, como muchos de sus compatriotas, han tenido que buscar su camino fuera de España.
En su vida de estudiantes fuera del hogar no hay espacio para las juergas nocturnas ni pizzas de cena. Su disciplina diaria consiste en levantarse a las siete de la mañana, transitar por el caótico transporte público de la capital británica para llegar a clase, vivir en una residencia cuyos menús no están pensados para mantener la estricta dieta de un centro de alto rendimiento y perfeccionar en su tiempo libre un inglés muy distinto al que aprendieron en su instituto. La figura del guardian, una persona que les asigna la escuela para que les ayude a organizar su vida, les es de mucha ayuda, admiten. Han regresado a las clases presenciales hace escasas semanas, tras un curso marcado por las estrictas medidas sanitarias del Reino Unido para combatir la crisis del coronavirus.
“Lugares mucho más pequeños y con menos recursos, como República Checa y Polonia, cuentan con varias compañías a nivel nacional. En España solo hay una”Juan Eymar, profesor y tutor de la English National Ballet School
Cuando entraron por primera vez, hace dos años, a las aulas del prestigioso centro británico, el gallego y el murciano ya se conocían. Habían iniciado una amistad a base de encontrarse durante los meses anteriores en todas las pruebas posibles que las instituciones de ballet de buena parte de Europa organizaron en Madrid y Barcelona para seleccionar a nuevos estudiantes. “Hacíamos pruebas como locos”, recuerda Lorca. “Desde que cerró la escuela de Víctor Ullate, las opciones dentro de España son cada vez más limitadas”, dice.
Juan Eymar, exbailarín y uno de los profesores y tutores de la ENBS, lo confirma: “Desde ese cierre, a los jóvenes españoles prácticamente solo les queda la Compañía Nacional de Danza, que no puede dar oportunidades a todos”, comenta. “Hay una desconexión entre el número de alumnos que producen los conservatorios (casi todas las provincias cuentan con uno) y el escaso número de compañías que hay para que luego esos alumnos puedan dedicarse a ello de forma profesional”. Ullate explicó en 2019 que el cierre de su compañía se debía a que resultaba “económicamente inviable”, a pesar de recibir una subvención anual de un millón de euros de la Comunidad de Madrid y ayudas para sus distintos proyectos por valor de un millón y medio por parte del Instituto Nacional de las Artes Escénicas Música (Inaem). En el 2020, el coreógrafo liquidó también su escuela utilizando el mismo argumento.
Vocación no heredada
Ni Lorca ni López heredaron la vocación del ballet en sus casas. El primero de ellos descubrió que podía bailar cuando se lo propusieron en su clase de educación infantil como actividad extraescolar y luego enlazó su formación en el colegio con un Grado Elemental de Danza y asistiendo al Conservatorio Profesional de Danza de Murcia. Su compañero se enganchó cuando sus padres le llevaron a ver baile tradicional gallego y después, al constatar que se había convertido en una afición para su hijo, a una actuación del Conservatorio de Danza de Lugo. Tomó su primera clase con siete años, recuerda. Sus profesores les decían que, si querían seguir de forma profesional, tenían que salir fuera de España.
“En esta profesión te toca madurar de golpe. Es una experiencia muy valiosa, pero que puede pasarte factura más adelante”Davis Yudes, bailarín solita del Royal Ballet de Londres
Ambos enfrentan la costosa matrícula de la ENBS, de 19.000 libras por curso (más de 22.000 euros), a través de una beca del Gobierno británico. Una vez aprobado el Brexit, seguirán manteniéndose parte de esas ayudas a estudiantes extranjeros. El resto de los gastos corren a cargo de sus familias. “Solo en alojamiento y comida superan fácilmente otros 20.000 euros al año”, puntualiza Lorca. “Y sin ninguna ayuda del Gobierno español, ni a nivel estatal ni autonómico. Mis padres estuvieron investigando y fue imposible encontrar nada”, añade López. Cursar sus estudios fuera del territorio español complica su acceso a ayudas a alumnos de enseñanzas artísticas del Ministerio de Educación, mientras que el Inaem se centra en apoyar a centros educativos y no a estudiantes. Son, por tanto, otros países los que se encargan de ser los mecenas de las promesas de la danza española. Para el profesor Juan Eymar, “es una cuestión de prioridades de la Administración española. Lugares mucho más pequeños y con menos recursos, como República Checa y Polonia, cuentan con varias compañías a nivel nacional”.
Aunque una escuela de Ámsterdam había seleccionado también a ambos jóvenes, ellos prefirieron intentarlo en Londres por ser “una ciudad en la que más se está desarrollando la danza y la que organiza más proyectos y más variados, tanto en clásica como en contemporánea”, defiende Lorca. La capital británica es uno de los destinos soñados por los bailarines españoles.
Además de su escuela, que forma parte del que es uno de los centros más prestigiosos del mundo en esta disciplina, el English National Ballet, del que Tamara Rojo es directora artística desde el 2012, en la ciudad se encuentra el igualmente reputado Royal Ballet. A David Yudes (Badalona, 24 años), bailarín solista de esta compañía y actualmente uno de sus pocos integrantes españoles junto a Itziar Mendizábal y Laura Morera, le hizo especial ilusión viajar a Madrid en 2018 para representar El lago de los cisnes en el Teatro Real. Pero le chocó la falta de público. “En condiciones normales, en Londres ofrecemos espectáculos de lunes a viernes y casi siempre están llenos. En Madrid, hicimos tan solo cinco o seis pases y sobraban entradas. Eso significa que está pasando algo con respecto al ballet en España”, admite.
Yudes lleva fuera de casa desde los 13 años. Su madre, propietaria de un centro de danza en Badalona, sabía por la experiencia de sus alumnos que su hijo tenía que presentarse a concursos internacionales para poder prosperar en esta profesión. Con esa edad ya ganó uno que le ofreció una beca para estudiar varios años en la Académie Princesse Grace en Mónaco. ”De repente, me encontré viviendo en un palacio de Montecarlo que la princesa donó en su día para las artes y que se había reconvertido en una academia. Allí vivía con otra treintena de alumnos. Mis padres venían cada pocos meses a visitarme”, recuerda.
Otro premio, en el certamen Prix de Lausanne, financiado con dinero público suizo y algunos patrocinios privados, le llevó al Royal Ballet con 17 años. No llegó como estudiante, sino como artista. El segundo bailarín más joven ya había cumplido los 20. “En esta profesión te toca madurar de golpe y, aunque es una lección muy valiosa que te sirve para todos los ámbitos de la vida, también es una experiencia mentalmente dura”, advierte. “Hace no mucho enfrenté un periodo bastante oscuro en el que me pasaron factura todos esos años de hacer un trabajo que exige una mentalidad tan fuerte. Exploté física y psicológicamente y tuve que parar durante seis meses para dedicarme un tiempo”, cuenta. Lo que no habían logrado las lesiones lo forzó la mente.
Yudes asegura que ha visto a menudo a compañeros a los que les ha ido muy bien en sus escuelas y conservatorios y que, al llegar a una compañía profesional, deciden que no quieren bailar ni llevar este tipo de vida: “Lo dejan. También hay que tener talento psicológico para aguantar en esto”.
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