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Crítica | Las cosas que decimos, las cosas que hacemos
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Las cosas que decimos, las cosas que hacemos’: teoría y práctica del amor y del deseo

Su director y guionista, Emmanuel Mouret, parece moverse entre la brillante grandilocuencia de Arnaud Desplechin y la pasmosa espontaneidad de Phillipe Garrel, vía Éric Rohmer

Niels Schneider, en 'Las cosas que decimos, las cosas que hacemos'. En el vídeo, tráiler de la película.
Javier Ocaña

Pocas veces un título de película definió tan bien la complejidad del amor: Las cosas que decimos, las cosas que hacemos. Se nos va la fuerza por la boca. También las teorías. Pero en el amor no hay conjeturas, solo la práctica, y en cuanto nos movemos en territorio siempre cenagoso, los dogmas autoimpuestos se derrumban. Emmanuel Moret, veterano en busca de los entresijos del deseo, el romance, la huida, la indolencia, la fragilidad y la tortura de los juegos amorosos —en 2011 realizó El arte de amar, el único de sus trabajos previos estrenado en cines españoles—, ha compuesto una oda al discurso sobre las relaciones de pareja que, charla que te charla, en algún momento amenaza con convertirse en monserga, pero que pese a sus altas y evidentísimas pretensiones se impone con la sencillez final de su catálogo: las fabulosas tonterías que solemos hacer y, sobre todo, decir, en un terreno donde no hay una respuesta válida en momento alguno de la vida.

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En lo formal y en lo narrativo, Mouret parece moverse entre la brillante grandilocuencia de Arnaud Desplechin y la pasmosa espontaneidad de Philippe Garrel, vía Éric Rohmer. Con múltiples cambios en el punto de vista de su retrato coral y una compleja utilización de los tiempos, respecto de la cual el pasado, el presente y hasta el futuro vienen a definir su esencia; es decir, que se puede estar sentenciando sobre un aspecto y haber hecho o estar haciendo justo la cosa contraria. Así, la película presenta una variedad de caracteres que puede acabar definiéndonos en muchos sentidos: salir con el que ni es tu tipo (¿lo hay?), ni el deseado, ni siquiera el esperado; que una pareja donde ambos parecen perfectos el uno para el otro sea un fracaso; la cobardía, el engreimiento y la envidia; la imposibilidad de algunas personas para ser el o la amante, y la satisfacción de otras por sentirse halagadas al considerarse las favoritas; la culpa que nos corroe; el poderoso influjo del olor; el extraordinario sentido del fingimiento, y, quizá lo mejor, la esencialidad de la mirada.

Con una banda sonora repleta de piezas maestras, aunque a punto de convertirse en un Grandes éxitos de la música clásica, Mouret utiliza las melodías, eso sí, con singular cadencia y estilo, dentro de una puesta en escena muy sencilla, casi anodina, particularmente en interiores, pero que en su confluencia con los torrenciales textos y con obras como el Adagio for String, de Samuel Barber, o el Nocturno nº 20, de Frédéric Chopin, acaban articulando una obra sin tiempo ni lugar. Como si sus personajes se hubieran escapado del romanticismo o del barroco, para llegar a un mundo que no es sino el nuestro. Un lugar donde solo hay un secreto, sentirse en calma y en paz con uno mismo, sabiendo que no hay un único camino correcto. Hay varios, pero quizá no todos a la vez.

LAS COSAS QUE DECIMOS, LAS COSAS QUE HACEMOS

Dirección: Emmanuel Mouret.

Intérpretes: Camélia Jordana, Niels Schneider, Vincent Macaigne, Émilie Dequenne.

Género: drama. Francia, 2020.

Duración: 122 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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