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La Bella Otero, icono de la Belle Époque y amante de reyes, revive en el escenario

El Ballet Nacional de España recupera en un espectáculo de gran formato el drama de la bailarina española que recorrió los teatros de todo el mundo y murió arruinada tras dilapidar su fortuna en los casinos

Miguel Ezquiaga Fernández
La Bella Otero danza
Ensayo de la obra 'La Bella Otero', con coreografía y dirección de Rubén Olmo, en la sede del Ballet Nacional de España del Matadero de Madrid.Santi Burgos

El cuplé solía ser flor efímera. Enseguida una letrilla pasaba de moda y otra aún más pegadiza la sustituía. Por eso Agustina Otero (1868-1965), conocida como la Bella Otero, buscó la permanencia a través del cabaret. Nacida en una aldea pontevedresa, limpió casas nobiliarias, cantó en burdeles y se prostituyó, hasta que París la convirtió en un símbolo de la Belle Époque y sus frivolidades. Allí encabezó durante una década el cartel del Folies Bergère, donde se daba cita una bulliciosa tropa de contorsionistas y bailarinas que obtuvieron el favor popular. En aquel espectáculo se cimentó una fama que la llevó a recorrer las tablas de todo el mundo y el dormitorio de seis reyes europeos, pero el destino quiso devolverla en la vejez a la miseria de su infancia. Había dilapidado su fortuna en los casinos de la Costa Azul y murió sola en un motel de Niza.

En aquella habitación apenas dejó un puñado de francos y alhajas falsas, triste epílogo para una vida de excesos. Ahora el Ballet Nacional de España (BNE) rescata su historia ―llevada también al cine y la televisión― mediante una producción que lidera el director de la compañía, Rubén Olmo, quien firma la coreografía. La Bella Otero podrá verse del 7 al 18 de julio en el Teatro de la Zarzuela de Madrid y cuenta con la dirección musical de Manuel Busto y la dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl. De grandes dimensiones, el espectáculo ha implicado a un centenar de profesionales, lo que lleva a Olmo a definirlo como un “ballet operístico que pone la danza al servicio del argumento”. Sirviéndose de la muñeira, el flamenco y el baile contemporáneo, recrea una época desenfrenada que no parecía presagiar el horror de la Primera Guerra Mundial.

El coreógrafo Rubén Olmo ensaya junto a los bailarines del Ballet Nacional de España el pasado lunes.
El coreógrafo Rubén Olmo ensaya junto a los bailarines del Ballet Nacional de España el pasado lunes. Santi Burgos

“El drama de la Bella Otero me llevó a visualizar una gran puesta en escena”, sentencia Olmo minutos antes de un ensayo en el Matadero de Madrid. El actual responsable del BNE conoce bien la institución, en la que ingresó a los 18 años como bailarín y que abandonó un lustro después con el objetivo de fundar su propia compañía. Su vuelta ha comportado una serie de indagaciones históricas: comenzó desentrañando la figura de Antonio el Bailarín ―el artista que puso en pie a Broadway mientras los últimos supervivientes de la España republicana se desangraban en la posguerra― y ha seguido con la tragedia de Agustina Otero. “Llevo pensando en un proyecto sobre ella desde que comencé a bailar. Durante años ha estado guardado en el cajón, esperando el momento adecuado para presentarse”, asegura el artista. Sobre el escenario, una escenografía polivalente dará paso a las escenas de interior y exterior.

La trama transcurre entre el Liceo de Barcelona y los cafés parisienses, el casino de Montecarlo y la corte del último zar de Rusia, enclaves por los que se paseó Otero antes de caer en desgracia. La investigación de Acuña-Pohl consistió en “discernir los hechos históricos del mito que ella misma alimentó” con la publicación en 1926 de una ribeteada autobiografía. En esta decía provenir del amor entre una gitana sevillana y el aristócrata griego J. Carasson. Pero su vida siempre fue objeto de escrutinio y el escritor americano Arthur H. Lewis terminó por desmentir este hecho, cuando tres décadas después sacó a relucir el certificado de nacimiento con el que una octogenaria Otero solicitaba ayuda económica a la Seguridad Social francesa. Algo similar sucedió con la violación que sufrió a los 11 años y siempre negó, incluso cuando la prensa filtró el requerimiento judicial a su agresor, un zapatero de su aldea.

Postal de 1909 con fotografía de la Bella Otero, bailarina de fama internacional.
Postal de 1909 con fotografía de la Bella Otero, bailarina de fama internacional. Apic (Getty Images)

Aquel ataque se saldó con una fractura de pelvis que la dejó estéril. Se sabe que Otero se fugó entonces de casa, donde vivía con su madre y cuatro hermanos, y recaló en un convento de monjas Oblatas que recogían a las mujeres consideradas descarriadas. “Estos años de adolescencia permanecen aún borrosos”, relata Acuña-Pohl, que devoró los seis títulos que se han publicado sobre su vida, la mayoría descatalogados. El escritor Gonzalo Torrente Ballester documentó en La saga / fuga de J. B. (1972) la conversión de Otero en una cupletista de medio pelo que se prodigó por los escenarios de Barcelona. El propietario de un circo la descubrió mientras ella se afanaba en fregar las escaleras de una comunidad de vecinos, “acometidas de un movimiento lento y perturbador”, escribió Torrente. Del mundo circense la sacó otro mecenas y amante, el banquero Ernest Jurgens, que se suicidó cuando ella lo abandonó por el Kaiser Guillermo II.

Acuña-Pohl explica: “He querido mostrar a una persona con mucho magnetismo, carisma y fuerza, que luchó por ser independiente y fue víctima de su pasado”. Patricia Guerrero, solista en el espectáculo Flamenco hoy (2010), dirigido por el cineasta Carlos Saura, viste la piel de una Otero aún inexperta. Suya es la responsabilidad histórica de recrear unos números de los que no se conservan imágenes grabadas. “Queda el gesto de algunas fotografías antiguas, de las que he deducido el movimiento”, relata la bailaora. Otero también dejó para las generaciones venideras una mirada oscura, poderosa y apenada que inmortalizó al óleo el cordobés Julio Romero de Torres. Guerrero confiesa: “Solo espero estar a la altura de esos ojos”.

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