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El mítico Folies Bergère echa el cierre

En suspensión de pagos, el club nocturno parisiense desaparece el próximo diciembre

Ernest Hemingway, en sus crónicas parisienses de los años veinte, ya advertía contra esos locales nocturnos en los que el turista norteamericano se dejaba desplumar a cambio de un champaña barato y la falsa sonrisa de una inasequible corista. Pero los turistas los siguieron abarrotando. Hoy, a tenor de la crisis que atraviesa el Folies Bergère, los turistas parecen comprender que el viejo Ernest tenía razón. El mítico club cerrará sus puertas en diciembre.

¿Qué hacían los parisienses por la noche en la época de Hemingway, Lo mismo que ahora: quedarse en casa -solos o con algunos amigos invitados- la mayor parte de las veces. Salvo los sábados, París no tiene una multitudinaria vida nocturna como la tiene Madrid. Hace demasiado frío, los precios son muy elevados y la gente madruga. Hay movimiento -faltaría más en una región urbana de ocho o nueve millones de habitantes-, pero estrictamente limitado a algunos barrios, y protagonizado por ricos, gentes del espectáculo y la moda y extranjeros con ganas de juerga.Cuando los parisienses salen a la calle van a los cines, teatros y óperas, cenan antes o después en los restaurantes con un mejor equilibrio entre el precio y la calidad de la comida y terminan la velada ahumando en algún café a los vecinos de mesa no fumadores mientras hablan de sus grandes pasiones: la política y el amor. Lo que no se les ocurre es ir al Folies Bergère, el Moulin Rouge o el Crazy Horse.

Para pagar 640 francos (casi 13.000 pesetas) por una cena con espectáculo en el Folies Bergère hay que venir de las provincias o del exterior del hexágono galo. E incluso los provincianos y los extranjeros encuentran desde hace algunos años que es mucho dinero para un menú corrientito, un champán normalito y una revista en la que todo, desde la coreografía hasta los trajes, pasando por la actitud de los artistas, desprende una rancia y deprimente sensación.

Déficit

De hecho el Folies Bergère está en situación de virtual suspensión de pagos. El pasado mayo, una auditoría encargada por el comité de empresa reveló un déficit de unos 120 millones de pesetas.

Y si su propietario no encuentra socios, el anunciado cierre del próximo 20 de diciembre puede convertirse en definitivo. ¿Habrá que lamentarlo, Sí, y no sólo porque porteros, acomodadoras, bailarinas, maniquíes, cigarreras, cocineros, camareros, magos y especialistas en sombras chinescas perderán sus empleos, lo que es triste en cualquier situación y dramático cuando Francia tiene ya tres millones de parados.

Saber que el Folies sigue ahí es tranquilizador para cualquier parisiense. Eso le permite seguir manteniendo sus distancias con el turista. Y luego está el aspecto histórico y sentimental del asunto. El Folies es una de las instituciones que París hereda de la Belle Epoque, cuando esta ciudad era la más libre, elegante y divertida del mundo. Fue en el año 1869 cuando en el número 32 de la Rue Richer la sala de fiestas reemplazó a una tienda que vendía camas y colchones y se llamaba Las Columnas de Hércules. Los parisienses no perdieron la ocasión de bromear sobre el asunto. El nuevo templo de la golfería burguesa fue bautizado ironicamente La Sala de los Sommiers Elásticos.

Cerca, en la Rue Cadet, estaba la sede del Gran Oriente. El principal templo de la masonería francesa había sido inaugurado en 1853, con ocasión del solsticio de invierno. Todavía sigue ahí, aunque con la fachada afeada por una modernización. El Folies y el Gran Oriente estaban, y están, en el distrito IX, cuya edad de oro fue el pasado siglo, la época gloriosa de los bulevares, los cafés, los teatros, los baños públicos, los grandes almacenes, los bancos, las compañías de seguros y las redacciones de periódicos.

De la restauración del Folies, efectuada en 1929, procede la actual fachada art déco, con el bajorrelieve que muestra a una bailarina desnuda jugando con unas velas. Fue su autor un artista llamado Pico, que también remozó el interior y consiguió una obra maestra de la perspectiva merced a unas líneas depuradas y el juego de las superposiciones de colores. En 1929 el Folies ya era casi tan conocido en el universo como la torre Eiffel. El pintor Manet había inmortalizado en un cuadro el gran espejo del bar. La diversidad de los espectáculos presentados -bailes atrevidos, circos, luchas deportivas, las primeras proyecciones cinematográficas... - lo convertían en una fiesta permanente.

Gran éxito había tenido el espectáculo presentado en 1872 con el nombre Los hermanos Harrilon-Lees y Little Bob, gimnastas americanos.

Quizá fue ese el espectáculo en el que se inspiró Guy de Maupassant cuando en 1885 publicó su Aux Folies Bergère. Escribió De Maupassant: "Un vapor de tabaco velaba un poco, como una niebla muy fina, las partes lejanas, el escenario y el otro lado del teatro. Elevándose sin cesar, en pequeñas columnas blancuzcas, de todos los cigarros y cigarrillos que fumaban todas aquellas gentes, esa bruma ligera subía y subía, se acumulaba en el techo y formaba, bajo la amplia cúpula, alrededor de la lámpara de araña, encima de la galería del primer piso, un cielo nublado de humo".

"En el amplio corredor de entrada que lleva al paseo circular, donde deambula la tribu engalanada de las chicas, mezclada a la muchedumbre sombría de los hombres, un grupo de mujeres esperaba a los recién llegados delante de tres mostradores en los que reinaban, maquilladas y marchitas, tres vendedoras de bebidas y de amor. En el escenario, tres muchachos en ceñido "maillot", uno grande, uno mediano, uno pequeño, hacían por turnos ejercicios de trapecio".

Buenos años

También fueron muy buenos para el Folies los años veinte y treinta de nuestro siglo, cuando en su interior se revelaron dos artistas de leyenda: Josephine Baker, desnuda bajo sus bananas, y Mistinguett.

Hoy el propietario, George Terrey, mantiene la esperanza y asegura estar buscando apoyo financiero. Terrey cita como posible nuevo coreógrafo a Philippe Decouffle, el organizador de la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville, y como posibles diseñadores del nuevo vestuario a los famosos modistas Jean-Paul Gaultier y Christian Lacroix. Pero todo ello si hay dinero.

Ya las descendientes de Josephine Baker o de Mistinguett llevan un gastado y remendado vestuario que no ha sido renovado desde hace una década. Las plumas tienen la misma edad y se van desprendiendo en mitad de los números. Patético, sórdido y quizá final.

La Toya Jackson, en Pigalle

Muy cerca del Folies, Le Palace, un antiguo teatro reconvertido en discoteca, sigue dando vida al distrito IX parisiense. De coches deportivos que cuestan el salarlo de dos o tres años de un trabajador medio, descienden las maniquíes que convierten en espectáculos altamente excitantes los desfiles de moda parisienses. Suelen ir acompañadas de tipos que no las merecen.Pero no son las discotecas los únicos lugares abiertos en París a medianoche. El veterano Moulin Rouge y el moderno Crazy Horse siguen gozando de relativa buena salud. Actúa ahora en el primero La Toya Jackson, que se ha visto obligada a trabajar en el barrio de Pigalle.

El Folies tampoco está definitivamente enterrado. Cerrará en las vísperas de la próxima Navidad, pero su propietario, Georges Terrey, asegura que tiene intención de volver a abrir con una nueva revista en el otoño de 1993.

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