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El arte al fresco de los botijos

El artista segoviano Ismael Peña exhibe pinturas de Dalí, Forges o Canogar con las vasijas de barro como soporte

El músico y folclorista Ismael Peña posa con dos botijos de su colección pintados, de izquierda a derecha, por José Luis López Saura  y Guillermo Pérez-Villalta.
El músico y folclorista Ismael Peña posa con dos botijos de su colección pintados, de izquierda a derecha, por José Luis López Saura y Guillermo Pérez-Villalta.víctor Sainz
Juan Navarro

El mecanismo de un botijo no es tan simple al dibujar sobre su rechoncha figura. Los pinceles, rotuladores y demás utensilios de los artistas han tenido que adaptarse a este tradicional recipiente de barro, que ha pasado de refrescar a generaciones sedientas a ser soporte de pinturas de artistas como Dalí, Forges o Canogar. El responsable de este cambio de función se llama Ismael Peña, tiene 85 años y lleva décadas recopilando cerámica y alfarería tradicionales. Este segoviano posee una colección de unas 100 piezas pintadas “al fresco” que combinan “el arte popular del barro” con el “arte culto de los pintores”. Su viejo amigo Salvador Dalí accedió gustoso, no sin cierta sorpresa, a decorar uno de los 40 botijos que serán expuestos en el patio de la Diputación de Segovia a partir de mañana. La muestra se llama La piel del agua y Peña confía en que este viejo artículo, presente históricamente en las casas, plazas de toros o campos de fútbol, despierte la nostalgia del público.

“Creo que todo el mundo ha visto un botijo en su vida”, aprecia este octogenario multidisciplinar que lo mismo amplía las funciones del botijo que canta o compone. “Así me mantengo más vivo”, presume el que fue amigo de Salvador Dalí. El emblema del surrealismo le llamaba cariñosamente “juglar” y así quiso honrarle sobre barro: el pintor catalán dibujó un juglar jugando con las líneas de las firmas de ambos.

“Les pedí a los pintores que hicieran lo que quisieran”, relata Peña por teléfono desde su casa de Madrid. El gorjeo de unos pájaros se mezcla con su voz orgullosa al explicar la buena acogida que tuvo su propuesta. Ahora bien, si la única consigna que le dio a los artistas era la libertad, el material elegido no es tan estable e invariable como los lienzos o el mármol: el barro tiene vida y hay que tenerlo en cuenta antes de ponerse manos al lodo.

El mejor barro sobre el que trabajar, detalla el botijero, es el blanco. Todo se debe a la capacidad de transpiración del barro, algo muy estudiado por los alfareros durante siglos. El barro rojo se empleaba para los botijos de invierno, pues respira menos e impide que el agua se enfrie tanto como en el blanco, mucho más poroso y más indicado para el estío. Las particularidades de la arcilla afectaron al humorista gráfico Forges, que decoró uno con un rotulador pero el barro absorbió la tinta y tuvo que cambiar de técnica. La variedad de estilos está presente en toda la colección: el escultor Santiago de Santiago decidió preparar una pieza él mismo y diseñarla en su propio horno. Rafael Canogar trazó tres rostros en el orondo soporte para ser disfrutados desde cualquier perspectiva. “Otros han roto las asas... ¡Y aún así sirve!”, proclama, admirado, Peña, pues el recipiente se puede asir igualmente con las dos manos y seguir hidratando al personal.

El responsable de la muestra pretende superar anteriores registros, como el de los 25.000 asistentes a una exhibición que ya organizó con las vasijas de barro en Burgos en 2019, y seguir rindiéndole pleitesía a un aliado “humilde, sencillo y tan rendido y sumiso como un perro, siempre al pie de su amo y a mano de su amo”. La frescura que brota de su orificio ha inspirado la capacidad imaginativa de los artistas emplazados a personalizar los botijos: hay referencias a Castilla, a los faunos, a Machado, a la naturaleza... y motivos religiosos o eróticos, como el de Juliette Schlunke, muy valorado por Ismael Peña. Él mismo ha decorado una de las piezas: un botijo extremeño sin asa sobre el que ha plasmado motivos extraídos de la mitología griega. Los primeros años que comenzó a recopilarlos, Peña recogía cualquier botijo que se le presentara, pero se fue haciendo más selectivo y observando cada vez con más mimo las características de cada vasija. Este juglar moderno cree que el plástico, los bidones y las latas no han borrado a este compañero de barro del imaginario colectivo. Por si acaso, espera que la variedad estilística de su colección evidencie su teoría de cara a los profanos en alfarería: “Cada botijo es un mundo”.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.

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