Bach contra una pandemia
Lina Tur Bonet y MUSIca ALcheMIca invocan en Zaragoza la magia del directo
De Johann Sebastian Bach nos han llegado 19 conciertos y cuatro suites orquestales, dejando a un lado versiones propias, piezas incompletas y transcripciones de obras ajenas, frente a unas 250 cantatas. Pero Siegbert Rampe y Dominik Sackmann no consideran que hayamos perdido muchas de sus composiciones concertantes y orquestales. En su fundamental Bachs Orchestermusik, publicado en 2000 (y actualizado en 2013), muestran una relación porcentual bastante similar, entre obras vocales y orquestales, con el inmenso catálogo de su coetáneo Georg Philipp Telemann. Se apoyan en la clásica biografía de Christoph Wolff (Ma non troppo) para defender que, a diferencia de su etapa en Leipzig (1723-1750), hubo períodos de su vida donde compuso poco o nada. También aventuran una posible cronología para la mayoría de esos 19 conciertos, que fechan entre 1712 y 1721, coincidiendo con sus años como Konzertmeister en la corte de Weimar y como Kapellmeister en Cöthen. Y no dudan en subrayar que Bach no concebía la composición exclusivamente como creación de obras nuevas, sino también como reelaboración, revisión y reutilización de sus viejas creaciones.
MUSICA ALCHEMICA
Obras de Bach. Lina Tur Bonet, violín y dirección. Temporada de Conciertos Filarmónica-Auditorio. Auditorio de Zaragoza, 12 de mayo.
De esta idea partió la violinista de origen ibicenco Lina Tur Bonet en su concierto de ayer, en el Auditorio de Zaragoza. Un programa titulado Bach concertante, al frente de su agrupación de instrumentos de época MUSIca ALcheMIca, que ya se escuchó en Madrid, en marzo pasado, dentro del Festival Internacional de Arte Sacro, y donde tocó y dirigió tres conciertos y una suite orquestal del compositor alemán. Lo abrió con el Concierto para violín en sol menor, BWV 1056R. Una composición reconstruida a partir de la versión para clave solista en fa menor, que Bach realizó, hacia 1738, y que hoy se relaciona más con su visita a Dresde, en mayo de ese año, que con los famosos conciertos que dirigió al Collegium Musicum en el Café Zimmermann de Leipzig.
Pero las curiosidades de este bellísimo concierto violinístico no se detienen aquí. En 1983, Joshua Rifkin aseguró que su famoso movimiento lento, un exquisito largo en el relativo mayor acompañado por el sugerente pizzicato de la cuerda, fue tomado por Bach de un concierto para oboe que no hemos conservado, ya que aparece como sinfonía inicial de la cantata BWV 156, de 1729. Y, hace poco más de veinte años, Steven Zohn e Ian Payne revelaron que ese concierto no era de Bach, pues el Kantor de Leipzig había reelaborado ese movimiento a partir del andante inicial del Concierto para oboe en sol mayor, TWV 51:G2, de Telemann. Estos fascinantes laberintos son todavía hoy moneda corriente en la música de Bach.
No fue fácil para Tur Bonet y su excelente conjunto arrancar la velada con este conciso concierto violinístico. Está claro que los estrictos protocolos sanitarios relacionados con la covid-19, con el público distanciado y la mascarilla obligatoria, dificultan el ambiente propicio para la música. En esta versión para violín del BWV 1056, la compleja parte solista se entreteje con la orquesta, en los movimientos rápidos, prueba quizá de un origen temprano vinculado a Weimar. Pero, a pesar de la musicalidad de la solista, el largo tampoco levantó del suelo. Y lo fiaron todo al presto final, cuyo tejido contrapuntístico sonó excesivamente frenético.
Todo mejoró, a continuación, en el Concierto de Brandeburgo nº 5, BWV 1050, con el añadido de Guillermo Peñalver como flauta travesera solista, junto a Tur al violín y Dani Espasa al clave. Utilizaron la plantilla que seguramente se escuchó en el estreno, en la ciudad balneario de Carlsbad (la actual Karlovy Vary), en mayo-junio de 1718, es decir, con un instrumentista por parte. No obstante, existe otra teoría que vincula esta primera versión del concierto (BWV 1050a) con el duelo que Bach mantuvo en Dresde con el clavecinista francés Louis Marchand, en el otoño de 1717. Sea como fuere, la versión escuchada ayer fue la más tardía (BWV 1050), que incluye una parte solista para clave mucho más elaborada, y que se relaciona con el instrumento de Michael Mietke que adquirió la corte del príncipe Leopold de Anhalt-Cöthen, en 1719.
Y el protagonismo del clave fue fundamental en el allegro que abre la obra. Tras unas fluidas conjunciones de tutti y solos, Dani Espasa se adueñó de la situación con maestría teatral. Construyó paulatinamente la cadencia, llamando la atención, con esas furiosas cascadas de notas que siguen a la recapitulación final, y se zambulló en las virtuosísticas progresiones armónicas subsiguientes, mientras los otros dos solistas se hacían a un lado para dejarle todo el protagonismo. El trío del affetuoso central sonó exquisitamente dialogado y adornado. Y la fuga final fue otro ejemplo de esa ideal mixtura entre lo italiano, lo francés y lo alemán.
En el Concierto para violín en la menor, BWV 1041, Lina Tur encontró mucha más hondura. De esta obra hemos conservado la versión original, aunque en una fuente tardía de hacia 1730. Hoy se piensa que fue compuesto, en Cöthen, en 1719-20, y poco después del otro concierto violinístico original de Bach, en mi mayor. La violinista ibicenca no sólo resolvió con brillantez los pasajes rítmicamente incisivos del primer movimiento y aportó vivacidad rítmica en el último, sino que lideró la celestial melodía del andante central brillantemente acompañada en ese solemne ostinato por sólidos graves y el burbujeo del clave. Es muy posible que Bach interpretase este concierto junto al Quinto de Brandeburgo durante su última y fatídica visita a Carlsbad, en julio de 1720. A su regreso a casa, se encontró que Maria Barbara, su primera esposa, estaba muerta y enterrada.
Pero faltaba lo mejor de la noche. Y nuevamente MUSIca ALcheMIca brilló como ensemble en la Suite para orquesta nº 2 en si menor, BWV 1067. En este caso, todo indica que se trata de una obra compuesta en Leipzig, hacia 1738-39, con flauta travesera solista. No obstante, Joshua Rifkin detectó, en 1996, errores en el manuscrito que revelan un posible origen con violín solista y en la tonalidad de la menor (así la ha grabado recientemente Isabelle Faust). La densidad y suspensión del majestuoso inicio a la francesa de la ouverture marcó el rumbo de la interpretación. Y la fluidez no sólo prosiguió en el fugato, sino también en las seis danzas que siguieron con todas sus repeticiones. Con sobriedad, como en el rondeau y en la sarabande, pero también con intensa vivacidad, como en la bourrée I/II. La polonaise fue otro momento destacado de la noche, con un retórico manejo de los contrastes dinámicos y una double exquisitamente adornada por el flautista Guillermo Peñalver. Y el liviano minuet dio paso al movimiento más conocido de la obra: la badinerie que sonó imponente.
Tras los aplausos, Lina Tur tomó la palabra para agradecer al público su presencia. “Así la música podrá seguir viva y seguiremos compartiendo la magia del concierto, que ahora nos hace más falta que nunca”, añadió. Y regaló como propina una plácida versión de la famosa air de la Suite para orquesta nº 3 en re menor, BWV 1068, donde alternó con la flauta la parte solista. Después se despidió, no sin antes señalar las partituras de Bach, acreedoras de tantos placeres sonoros e intelectuales.
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