Hondo quejío por la muerte del “tío Pepe”
Jerez, que celebra estos días su festival de flamenco, llora la muerte del escritor, que fue también productor y estudioso del arte jondo
Jerez, su ciudad natal, amaneció inesperadamente de luto. La muerte de su apreciado hijo corrió como la pólvora llenándola de tristeza. El Ayuntamiento decretó un día de luto oficial y la Fundación que lleva su nombre abrió sus puertas con un libro de condolencias. Se ha mantenido la actividad programada porque —como explica Josefa Parra, directora de proyectos de la institución— “es lo que le hubiera gustado a él”. El escritor era muy apreciado en el ámbito del flamenco local, que en 2017 le tributó un homenaje en el que cantaores como Manuel Moneo, José Mercé, Vicente Soto, Sordera; David Lagos, Jesús Méndez o La Macanita cantaron sus letras y poemas. La noticia ha pillado además a Jerez en plena celebración de su festival, evento dedicado al baile flamenco y a la danza. Su directora, Isamay Benavente, programó un minuto de silencio antes de la actuación del Ballet Flamenco de Andalucía.
“Ha sido una noticia muy desagradable para nuestra familia. Frecuentaba nuestra casa en Madrid y tuvimos mucho trato con él”, ha declarado Vicente Soto, hijo del gran Sordera, al que el escritor produjo y escribió cuatro discos. “Era un gran conocedor y defensor de los valores que nos identifican”. Otro de los habitantes de aquella casa madrileña, el primo José Mercé, lamentaba igualmente la pérdida del “tío Pepe, como nosotros lo llamábamos”, a la vez que recordaba que produjo y escribió todas las letras de su primera grabación, Bandera de Andalucía.
El compromiso de Caballero Bonald con el flamenco fue grande. Pionero en la renovación de la bibliografía flamenca, con publicaciones ya en los años cincuenta del pasado siglo, que a él no le gustaba que se mencionaran. Tampoco el más conocido, Luces y sombras del flamenco (Lumen, 1975), una hermosa edición con fotos de Colita, le mereció un comentario positivo en sus memorias: “Es simplemente una guía útil y, eso sí, bien trabada documentalmente y supongo que inmunizada contra la ínfima literatura producida en esos arrabales temáticos”, escribió.
De lo que sí se sentía satisfecho era de su Archivo del cante flamenco (1968), por “haber recogido esta expresión del flamenco doméstico, que es un puente entre el clásico y todo lo que habría de venir después”. La obra constituye un documento étnico y musical impagable: 77 cantes ordenados con afán antológico, que se habían ido recogiendo en pueblos y lugares donde estaban unos artistas por entonces casi desconocidos: Juan Talega, Manolito de María, El Negro de El Puerto, Luis Torres, Joselero, Tía Anica La Piriñaca, Perrate de Utrera… Los grabó con una metodología inédita hasta ese momento: a pie de calle o más bien de reunión, de fiesta, posibilitando una atmósfera natural.
Ejerció una ingente labor desde los estudios de grabación, concretamente para el sello Ariola, que dirigió entre 1972 y 1978, creando una colección muy personal, Pauta, en la que también grabó a figuras ajenas al cante, como Aute, María del Mar Bonet o Serrat. Registró más de una treintena de discos de artistas flamencos, entre los que destacan los citados de Sordera, los de Antonio Mairena, Agujetas, Turronero, Manuel Gerena, Diego Clavel… Con posterioridad, compondría para Juan Peña, Lebrijano, Encuentros (1985) y ¡Tierra! (1989), dos álbumes legendarios.
Además de la producción y de las letras, escribía los textos de las contraportadas, que eran “sustanciosos artículos sobre el flamenco y su mundo, a través de la pluma de uno de sus degustadores y conocedores más serios y de más rica experiencia”, en palabras de su amigo y compañero José María Velázquez-Gaztelu. Se encargaba incluso del diseño de las portadas, sobrias y artísticas, que firmó con el alter ego de Julio Ramentol. Se podría decir que solo le faltó cantar, pero también lo hizo, aunque eso quede para la intimidad de los flamencos que lo vivieron con él y que lo tuvieron como uno más entre los suyos.
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