Diez años sin Daniel Catán, el compositor que llevó el español a la ópera de EE UU
Familiares y amigos recuerdan el legado del autor de cinco óperas que unieron los mundos musical y literario de América Latina
Daniel Catán estuvo cerca de dejar la música por las finanzas. Recuerda su hijo Thomas que la fe de su padre flaqueó en los albores de los años 80. El escenario era México, país en crisis perpetua, y el héroe de la historia encontraba obstáculos a su determinación de convertirse en compositor. La mala racha hizo pausar durante meses su trabajo en la partitura de La hija de Rapaccini, una ópera basada en un cuento que Octavio Paz había a su vez adaptado de Nathaniel Hawthorne. El proyecto quedó interrumpido y Catán comenzó a trabajar en una casa de bolsa. La pasión por la música de este filósofo educado en Sussex y con doctorado de Princeton volvió después para convertir lo descrito en una oscura anécdota de quien dedicó su vida a la ópera en español.
Daniel Catán murió a los 62 años el 9 de abril de 2011. El músico, radicado en la ciudad de Pasadena, se encontraba en Texas, adonde había sido invitado como compositor residente de la escuela Butler de música de la universidad estatal y donde afinaba los detalles de su quinta ópera, una adaptación de la película ¿Conoces a John Doe? (Frank Capra, 1941). Un infarto fulminante terminó con la vida de un creador en plenitud y que encuentra entre sus principales legados la introducción del español en el mundo operístico de Estados Unidos. A una década de su fallecimiento, sus obras continúan montándose en salas de conciertos del país. “[La obra] se ha reafirmado en estos años. Es mucho más vigente por toda la influencia que las minorías han logrado en Estados Unidos”, considera en una entrevista telefónica desde San Diego su segunda esposa y viuda, la arpista Andrea Puente, quien también ha organizado el archivo del artista y lo ha llevado a la Fonoteca de México.
Nombres de cineastas mexicanos como Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y Alejandro González Iñárritu son ampliamente conocidos. Son los ejemplos de los migrantes exitosos, que dejaron su país para triunfar en el mercado más competido. Catán hizo lo mismo en un mundo de nicho, más cerrado y donde el español estaba marginado frente a otros idiomas. Su mayor empeño en una trayectoria que se extendió cerca de 40 años fue producir material para romper las fronteras más tradicionales. “Propuso popularizar la ópera y apelar a un mayor público que disfrutara algo que no solo fuera para las élites”, valora su hijo, Thomas Catan.
Un año antes de su muerte, Catán deslumbró a los asistentes a la conferencia Ópera América, celebrada en junio de 2010. El compositor pidió reflexionar por qué músicos, cantantes, directores, compositores, escenógrafos y productores habían fracasado en el intento de convertir a la ópera en parte de la conversación cultural de Estados Unidos. A pesar de un robusto número de producciones y estrenos, esta no habían tenido un impacto masivo en el último medio siglo más allá de los aficionados.
El artista propuso una nueva forma de distribución más cercana a la industria cinematográfica que a las compañías teatrales. Citó como ejemplo El caballero de la rosa, una obra cómica de Richard Strauss. Se estrenó en Dresden en 1911 y provocó gran respuesta del público pero poco entusiasmo entre la crítica. Ocho semanas después, la obra estaba montada en italiano en La Scala de Milán.
“No tenían fotocopiadoras ni computadoras. Copiaban las partes a mano y las enviaban por correo y tren... 150 años después del Trovatore nuestra tecnología es mejor e infinitamente más rápida. Tenemos aviones, computadoras, teléfonos y archivos PDF. Podemos conducir una orquesta en República Checa desde nuestras salas en América. Aún así, a nuestro sistema operístico le toma cuatro años responder a una nueva ópera. Desarrollar nuevos productos es esencial, pero si la distribución va en su contra esta se irá por el caño. Nuestro sistema de distribución es un asesino serial que necesita rehabilitarse”, dijo Catán a cientos de colegas.
Una de las características principales de la obra de Catán fue su relación con la literatura. Su ópera número cero, Encuentro en el ocaso (1979) tuvo como libretista al narrador y novelista Carlos Montemayor. Sin embargo, Catán considero su primera lograda La hija de Rapaccini, que fue presentada a Estados Unidos en la ciudad californiana de San Diego después de ser estrenada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México. A esta seguirían otras adaptaciones y trabajo con ricas plumas del universo latinoamericano. Para Salsipuedes: una historia de amor, guerra y anchoas (1998-1999) trabajó el libreto con el cubano Eliseo Alberto y el mexicano Francisco Hinojosa.
“Daniel fue uno de los pocos artistas en México que sabía escribir porque también era un buen lector”, afirma Hinojosa, quien retomó el libreto de Lichi (Alberto) cuando este se cansó del texto. El resultado fue una ópera bufa basada en una isla caribeña en 1943, donde el dictador local declara la guerra a los nazis. Esta voz belicosa afecta la vida amorosa de dos parejas de amantes caribeños. La obra levantó el telón por primera vez en la Ópera de Houston el 29 de octubre de 2004, en los festejos del medio siglo de existencia de la casa tejana. “Fue una producción apabullante conducida por Giulio Maria Guida”, rememora Hinojosa, quien vio la puesta en escena con su hijo, también compositor.
Salsipuedes fue el segundo trabajo para la Ópera de Houston, que ya había encargado años antes, junto a las compañías de Los Ángeles y Seattle, a Catán un acercamiento al mundo literario de Gabriel García Márquez. De ese universo el compositor creó Florencia en el Amazonas (1996), la primera ópera en español comisionada por las grandes productoras y fue un rotundo éxito de audiencias. Finalmente llegó Il Postino, en 2010, basada en la novela de Antonio Skármeta y la película de Michael Radford. Plácido Domingo pidió personalmente a Catán que le escribiera el papel del viejo poeta Pablo Neruda.
Catán no siempre fue bien recibido por la crítica. La prensa especializada, especialmente la europea, llegó a calificar de kitsch algunos rasgos de su obra. Alumno de Milton Babbit en Princeton, un vanguardista que exploró la música electrónica, la dodecafonía y la atonalidad en los años 60, Catán enfrentaba ocasionalmente la acusación de regodearse en lo anticuado. Hay quienes consideran esto una muestra de honestidad. “Lo que más le interesaba era la orquestación. Siempre me decía que quería sonar como Puccini”, señala el músico Rodrigo Sigal, quien ayudó al compositor con las partituras de Florencia. “Buscaba hacer la música que lo conmovía sin que esta fuera contemporánea, folclórica o neomexicana”, destaca.
La obra de este compositor mexicano puede revisarse en una serie de homenajes. Su viuda Andrea Puente moderó una charla con varios profesionales de la ópera, entre ella la soprano María Katzarava, que puede escucharse aquí. A finales de abril, la obra de Catán será analizada en el III Diplomado de Ópera mexicana, a cargo de la crítica y especialista Enid Negrete. El 24 de abril, la Ópera de Chicago ofrecerá La hija de Rapaccini en streaming por 72 horas. Una forma de distribución que el propio Catán imaginó pero ya no vive para ver.
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