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La maldición de llamarse Rossellini

Uno de los nietos del director italiano reúne a toda su familia en un documental en el que muestra algunas de las disfunciones de la compleja y multicultural dinastía

Una escena de 'The Rossellinis' con su director de niño, Alessandro, en la cámara y Marchella de Marchis y el propio Roberto Rossellini (tercera y cuarto por la izquierda).
Una escena de 'The Rossellinis' con su director de niño, Alessandro, en la cámara y Marchella de Marchis y el propio Roberto Rossellini (tercera y cuarto por la izquierda).
Daniel Verdú

En el chat familiar, como en la mayoría de estos engendros, saltan chispas con frecuencia. El grupo, constituido bajo el nombre de The Rossellinis, amalgama el resultado de la cuádruple vida conyugal de director de Roma città aperta. Una dinastía complicada de reunir bajo un mismo paraguas, aunque sea tecnológico. Roberto Rossellini (Roma, 1906-1977) tuvo cuatro esposas de cuatro nacionalidades distintas, seis hijos y todo un inventario de nietos y sobrinos que vivieron siempre bajo el influjo del genio. Para bien y para mal. Las mejores escenas de sus películas fueron un eco perturbador a lo largo de la vida de algunos de ellos. Y la brillantez del padre, o la belleza estratosférica de una de las madres, como Ingrid Bergman, una luz cegadora capaz de hacer descarrilar una vida. De eso habla The Rossellinis, el documental de Alessandro Rossellini.

El viaje de este nieto del director (hijo de Renzo y de una bailarina afroamericana) adquiere tintes irónicos, pero también tensos y humorísticos durante todo su recorrido. Alessandro comenzó el proyecto en 2014, al tercer año de estar limpio. Llevaba todo ese tiempo sin probar la cocaína ni la heroína. Tenía motivos creativos, dinásticos y talento contenido para pensar a lo grande. Pero el proyecto, reconoce el humor que recorre la cinta, empezó de la manera más prosaica. “Me había separado otra vez, vivía en casa de amigos y necesitaba dinero. Colaboraba con un centro de drogodependientes. Y pensé que debía inventarme algo. Tenía esta historia familiar hiperbólica y simbólica, con los nombres famosos, pero con cruces de razas y culturas, cantidad de lugares… pensé que podía ser algo interesante. Ese fue el inicio, la verdad”, explica al teléfono el hijo de Renzo Rossellini, segundo vástago del genial director y de Marcella de Marchis.

El cineasta tuvo cuatro esposas de cuatro países distintos y seis hijos

Necesitaba dinero. Y esta vez no era como cuando Isabella Rossellini explica en el documental que le pidió un ingreso para sufragar los gastos del nacimiento de su hijo y se lo ventiló en un Rolex. Había cambios en su vida. Sentó la cabeza. Y se dio cuenta también del poder que entrañaba la historia. “Entendí que era un proyecto en línea conmigo, el de una persona que está recuperándose de la drogodependencia. Eran temas que formaban parte de mi malestar. Un viaje de la memoria, cronológico. También un recorrido terapéutico de los asuntos que están en las familias. Problemas de valores heredados y de esa dificultad de expresarse individualmente en la familia”.

La tesis surgió así. Y apareció esa idea: la rossellinitis. Esa enfermedad congénita, ironiza Alessandro, contraída por los descendientes del director y que, en una manera u otra, les ha creado dificultades vitales. “Me inventé la palabra haciendo el documental. Pero el tótem Roberto Rossellini estaba presente en la vida de todos. Irradia todavía potentemente su poder. Más allá de donde estemos, todas nuestras elecciones están sometidas siempre a ese condicionante: poder, dinero, libertad… Elegir no formar parte de un modelo burgués, de pensamiento libre. Somos esclavos de aquella memoria de grandeza que nos empeñamos en seguir buscando”.

“Somos esclavos de aquella memoria de grandeza”, ironiza Alessandro
Alessandro Rossellini

Rossellini tuvo hijos con tres mujeres distintas y su nieto Alessandro sigue su rastro por todo el mundo. Navega hasta una isla sueca que solía ser el refugio de Ingrid Bergman tras la separación con su marido, donde ahora vive su primogénito Roberto. Un playboy que era tan guapo de niño que su padre lo llevó de prostitutas temiendo que pudiese ser gay. Vuela también hasta Doha, donde vive Nur Rossellini, la hija que su abuelo tuvo con la mujer (la cuarta) que conoció durante su año viajando por la India. Hoy es musulmana y exhibe recuerdos encontrados de aquel periodo, especialmente sobre la vida y muerte de su hermano (que fue adoptado por Rossellini y murió en 2008). Pero sobre todo, visita a la matriarca del clan, a Isabella Rossellini, quizá la única que superó esa rossellinitis y que llevó el nombre más allá del padre. Hay tensión en su casa (puede verse en el documental), pero también en la sala de montaje. “A muchos les provocó dolor ver cómo les reflejaba. Ingrid —la gemela de Isabella— se sintió empujada más allá de donde quería ir. Le supo mal. Isabella… bueno, se ve cómo reaccionó. Estaba muy decepcionada de que pensase que ella había aprovechado su belleza para la carrera. Yo quería decir que fue un modo para emanciparse. Quería valorarla, no lo contrario. Pero no quedó contenta”.

El resultado final comenzó pronto a aterrorizar a Alessandro. Sabía que levantaría ampollas. Presentó un montaje mucho más agresivo sabiendo que, quisiera o no, tendría que hacer cambios. “Les mostré una versión tremenda, durísima, donde era malo con todos. Lo hice conscientemente porque sabía que me harían cambiar cosas igualmente”. Y al final terminó saliendo algo parecido a lo que quería. Pero, ¿sirvió de algo como terapia? La realidad, admite, es que no. “Yo era muy poco consciente y muy influenciable hasta los 30 años, cuando fui un drogodependiente cotidiano. La familia tuvo un gran peso y el documental me ha ayudado a entender muchas cosas. Ha cambiado mi papel dentro de la familia, soy alguien que puede sacar adelante un proyecto. Y soy fiable”. Una reflexión que encarna, admite él mismo, la quintaesencia de esa rossellinitis.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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