‘Solo nos queda bailar’, o el drama de la represión homosexual en Georgia
El director sueco Levan Akin se adentra en el mundo de las danzas tradicionales de su país de origen
El cineasta Levan Akin nunca ha dado la espalda a su sangre georgiana. Aunque nacido en Suecia en 1979 —sus padres emigraron desde Turquía hacía ese país escandinavo hace 50 años en busca de una vida mejor—, cada verano viajaba a la tierra de sus abuelos. Nunca tuvo la intención de hacer una película en Georgia —“mi trabajo siempre ha estado en Suecia”—, pero la represión y los ataques sufridos por los manifestantes en la primera celebración del Día del Orgullo Gay, en 2013, le movió a realizar una investigación sobre las causas de tanto odio. “Quería saber de dónde procedía todo ese rencor y más en un país como Georgia que aparentemente es un lugar abierto y flexible. Sobre el papel, Georgia es uno de los países de su entorno donde se respeta más los derechos humanos, hay leyes que protegen a las minorías, pero todo eso es papel mojado”, asegura el director de Solo nos queda bailar, en una entrevista en la pasada edición de la Seminci (Semana de Cine Internacional de Valladolid) donde esta película se presentó tras su paso por la Quincena de Realizadores de Cannes. Solo nos queda bailar, que narra el drama de un bailarín de danza tradicional cuando se descubre su homosexualidad, se alzó en la Seminci con el premio al mejor actor (Levan Gelbaskhiani) y la Espiga Arco Iris y con el Gran Premio del Público en el Festival de Cine Europeo de Sevilla. El tercer largometraje de Levan Akin y el primero que realiza fuera de Suecia, se estrena este viernes en las salas de España.
Esa celebración del Día del Orgullo Day en Georgia fue la primera y la última, se lamenta Akin, mientras denuncia la falta de apoyo por parte de los poderes políticos hacia los homosexuales y transexuales, por mucho que estos derechos estén legislados. “El territorio de Georgia está ocupado en un 25% por Rusia, país que ejerce una enorme influencia. Casi cada noche, Rusia mueve la frontera para hacerse con más tierras. La propaganda rusa utiliza el movimiento LGTBI como si fuera un virus que viene de Occidente que está invadiendo Georgia y ante el que hay que protegerse”, explica el cineasta.
Solo nos queda bailar se adentra en el mundo de las danzas georgianas milenarias, uno de los símbolos de su identidad nacional, para construir la historia de este bailarín, cuya vida se desgarra cuando conoce a un colega que se convierte en su mayor rival pero también en su mayor deseo. Para Akin, estas bellas danzas folclóricas representan la rigidez de los papeles de cada sexo, hombres y mujeres, y en la estructura de la sociedad. “En Georgia son grandes defensores de esas tradiciones. Todos los niños y niñas aprenden estas danzas desde pequeños y cualquier cambio lo ven como una traición. Es un país dividido entre la generación más joven y aquellos que ven fantasmas sobre los cambios en las costumbres. Una de las intenciones de mi película fue mostrar que los cambios en esas tradiciones ancestrales no suponen ninguna amenaza”, señala Akin, que confiesa las enormes dificultades que tuvieron en el rodaje del filme que tuvo lugar en la propia Georgia, con amenazas de muerte, prohibiciones y rodeados de guardaespaldas.
“Contamos que se trataba de un filme sobre un turista francés que se enamora, pero cuando se enteraron de la verdadera historia se agudizaron los problemas y nos llovieron las cancelaciones de localizaciones y las dificultades para contratar bailarines. Algunas compañías de danza georgiana nos negaron su apoyo, aduciendo que la homosexualidad no existía entre sus bailarines. Nuestro trabajo se realizó desde entonces en secreto y bajo mucha presión. Hasta el coreógrafo tenido que ocultar su nombre en los títulos de crédito por miedo. Todos estos desafíos provocaron que mi resolución por denunciar esta situación fuera cada vez mayor. Había que hacerlo como fuera”, dice determinado este cineasta. La identidad de un país frente a la identidad sexual de un bailarín.
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