El bandido que dibujó su vida en los muros de la mazmorra
Cuevas de Almanzora decide restaurar las pinturas que un preso del siglo XVIII plasmó en las paredes de su calabozo y que relatan su criminal y azarosa vida
Lo encerraron por bandido en una mazmorra de Cuevas de Almanzora (Almería) en el siglo XVIII. Nadie sabe cómo se llamaba ―aunque existe la posibilidad de que su nombre fuera Gonzalo Pérez― y como las horas, los días, las semanas y los meses pasaban lentamente decidió emplear el tiempo en algo para lo que estaba especialmente preparado: pintar. Dibujaría su vida con todo detalle ―incluidos los asaltos a carruajes y los crímenes― en las paredes de la torre del homenaje del castillo del Marqués de los Vélez, donde había sido arrojado por las autoridades. Ahora, el Ayuntamiento, va a invertir 430.000 euros del Programa 1,5% Cultural del Ministerio de Fomento, en restaurar su obra y la de otros presos que, a lo largo de los siglos siguientes, también se animaron a dejar su huella artística (unos 30 metros cuadrados de grafitos y dibujos) en la fortaleza almeriense.
El estudio El castillo de Cuevas, entre el mar y el interior: un enclave en el tiempo, de Antonio Gil Albarracín, miembro de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y Alfonso X el Sabio, detalla minuciosamente cada uno de estos dibujos de entre los siglos XVI y XX. “Los grafitos de la segunda planta de la torre forman un extraordinario conjunto de incisiones, dibujos y pinturas, que algún autor, llevado de su justificada admiración, no dudó en denominarla la Altamira del siglo XVIII”, situando en este siglo la mayoría de las pinturas ya que aparece reflejada una fecha: año 1756.
El historiador y filólogo Enrique Fernández Bolea, además de cronista de Cuevas de Almanzora, admite que no hay pruebas del nombre del bandido –la firma de Gonzalo Pérez se repite varias veces, pero también hay otras posibles-. “Entre los encarcelados que redimieron sus culpas en algún momento del XVIII se halló uno dotado de especial habilidad y sensibilidad artística, un presunto bandido que quiso amortiguar el tedio del encierro vertiendo quizá sus propias experiencias vitales sobre aquel pétreo lienzo”, señala.
Para pintar empleó tanto punzones como lápices de grafito o carbón, además de tintas de color negro, rojo y ocre. Dibujó varias águilas bicéfalas coronadas, símbolo de los Habsburgo, una de ellas en la proa de un navío de línea. “Asimismo aparece un león coronado, probable representación heráldica de Inglaterra, que ataca a otro animal. Es posible que esta escena y las águilas hagan referencia al enfrentamiento internacional que se produjo durante los tres primeros lustros del siglo XVIII, Guerra de Sucesión española, durante el cual tropas británicas lucharon a favor de los intereses austracistas. Es probable que soldados austracistas, que llegaron a ocupar temporalmente Cartagena y amenazaron con tomar Murcia, fueran apresados por mar o en tierra en el citado enfrentamiento y encarcelados en el calabozo del castillo de Cuevas, donde aportarían su capacidad para incrementar la decoración de dicho espacio”, indica el estudio de Gil.
El bandido, porque estuvo o porque se lo contaron, también plasmó a soldados británicos de casacas rojas realizando ejercicios de esgrima, junto a otros uniformados de obscuro, que podrían ser tropas borbónicas. Entre las acciones bélicas representadas destacan dos de gran tamaño (1,20 metros de altura): un jinete con el arma larga de fuego apuntando y otro con una pistola en la mano izquierda y en la derecha un explosivo.
Además de la guerra, también dibujó sus acciones delictivas. El artista aparece en una sucesión de tres imágenes. En la primera, está cubierto con sombrero y alforja al hombro acercándose a una autoridad que sostiene la vara de mando. En la siguiente, aparece con el sombrero en la mano derecha, mientras usa la izquierda para clavar un puñal a su víctima. En la tercera, se retrató “nuevamente cubierto, apuntando con un pistolón a un jinete que, sable en ristre, se dirige hacia él para apresarlo”. La escena se completa con soldados de caballería e infantes, todos ellos uniformados y cubiertos por tricornio, que se enfrentan con sus mosquetes”. Y un mensaje inteligible bajo una figura: “Cupio / es este”.
La imaginación o la realidad llevaron también al artista a dibujar escenas galantes. Se distingue a un militar, de casaca obscura, con botonadura y espada enfundada, que sostiene una guitarra que toca junto a dos mujeres. Una de ellas le ofrece una flor. Debajo, la reiterada firma: Gonçalo Péreç.
También dibujó y firmó veleros, navíos de línea cargados de artillería, barcos de mercancías, además de cruces, con o sin crucificado, así como representaciones “de Jesús Nazareno camino del Calvario, la Virgen, en efigie o simbolizada como corazón, al menos un obispo o presbíteros diversos”. Igualmente, se distinguen soldados turcos, animales mitológicos, templos e iglesias, una de ellas con arcos de medio, una cruz coronándola, la veleta y las campanas.
La concejal de Turismo y Cultura, María Isabel Ponce, recuerda: “Hemos iniciado un gran trabajo en esta área para conseguir revitalizar tanta belleza, desde todos los ámbitos, pero, sobre todo, conservando, rehabilitando y dando a conocer nuestros grandes valores en cuanto a cultura y patrimonio”.
Antonio Fernández, el alcalde, destaca “el gran esfuerzo del Ayuntamiento para, a pesar de las dificultades, la recuperación, la puesta en valor y la difusión de nuestras maravillas que son únicas y de una valía inmensa”.
Es imposible saber cuánto tiempo estuvo en la mazmorra el bandolero, pero él hizo sus cálculos, al igual que sus compañeros. “En la cárcel de la torre del homenaje aparecen numerosas cuentas en los muros, en las que se suceden las rayas que marcan sus decenas mediante unas cruces sobresalientes de la misma, que normalmente se suponen referidas a la contabilidad de los días pasados en prisión”, recuerda Gil. Si grabó, por tanto, las jornadas que pasó en el calabozo queda como un enigma, porque esas rayas nunca las firmó.
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