Nadie robó al contrabandista
Un estudio numismático demuestra que los descubridores del tesoro de Gazteluberri ocultado por un matutero del siglo XVI lo entregaron completo a las autoridades
Un artículo en el Diario Vasco de septiembre de 2017 llamó la atención del numismático Miguel Ibáñez Artica. El periódico hacía un llamamiento a quienes pudiesen aclarar las circunstancias del hallazgo el 7 de abril de 1960 de un tesoro de 52 monedas de oro y plata dentro de un cencerro de hierro en las inmediaciones de la peña de Gazteluberri (Segura, Gipuzkoa). El rotativo se preguntaba si fue entregado completo a las autoridades o, por el contrario, sus descubridores se habían quedado con parte del botín.
Una de las tres personas que lo hallaron, el vecino de la localidad navarra de Arbizu Juan Berástegui Urquía, entonces de 87 años, respondió a la petición del diario. Recordaba perfectamente los pormenores y estos no coincidían con las conclusiones del estudio que el Museo Arqueológico Nacional realizó en 1967 sobre el conjunto monetario: “El hecho del escondite en pleno monte [a unos diez centímetros de profundidad y en posición vertical] dentro de un cencerro hace pensar en los ahorros de un pastor, o en el producto de la venta de ganado, que por temor a llevarlos consigo los enterraría sin haber tenido ya la oportunidad de volver a buscarlos”. Además, se recordaba que el volumen de las piezas encontradas era la mitad de lo que cabía en el cencerro. Y comenzaron las sospechas, nunca probadas, sobre si los descubridores habían sisado monedas.
Ibánez Artica, como en las películas de detectives cuando se reabren los casos, volvió a revisar todas las pruebas. Llegó a dos conclusiones: el tesoro había sido escondido por unos contrabandistas que lo intentaban llevar a Francia y sus descubridores entregaron hasta la última moneda a las autoridades. Lo cuenta en su estudio Nuevos datos sobre el Tesoro de Gazteluberri que ha hecho público recientemente el Museo Arqueológico Nacional.
Berástegui relató al rotativo vasco, explica el informe del experto, que en el momento del hallazgo él y otros dos trabajadores se encontraban plantando pinos a diez metros de la peña: “Estaba junto a Eugenio Martín Zazo, de Ávila, y otro trabajador de Etxarri [del que se desconoce su nombre a pesar de ser el auténtico descubridor], cuando este último fue a coger tierra para plantar uno de los árboles y se encontró un cencerro tumbado dentro de una grieta de la peña, a un metro de altura. Me lo dio, diciendo que lo podía usar para mis vacas, pero estaba muy gibado”. Pesaba, además, mucho porque era estaba lleno de arcilla. Al retirarla, “cayeron todas las monedas al suelo”, nueve de oro y 43 de plata correspondientes a los reinados de Felipe II, Juana de Castilla y Carlos V.
Berástegui, como jefe del grupo, se llevó el campano con las monedas y los conservó durante tres meses. Empleó este tiempo en consultar a distintos anticuarios de la zona. Uno de ellos le aconsejó recurrir al párroco de Zumárraga, que era aficionado a la numismática, y este le pidió que entregase el conjunto numismático. Y es que el descubridor se resistía a darlo, porque temía que las autoridades lo detuvieran. Pero al final hizo caso al sacerdote y realizó la entrega en la joyería de un vecino de su pueblo. “Fui yo quien llevó las monedas y, una vez allí, llamamos a la policía. La casualidad quiso que el responsable [policial] que vino también fuera de Arbizu [como él]. Me tranquilizó, me dijo que no iba a pasarme nada, solo debía responder a algunas preguntas”.
Las autoridades estipularon el valor el tesoro en unas 124.000 pesetas, aproximadamente 28.600 euros actuales, que se dividió en dos partes. Una de ellas fue para el pueblo de Segura; la otra se repartió entre los tres trabajadores. “En aquella época era bastante dinero”, admite Berástegui.
“El conjunto monetario”, explica Miguel Ibáñez Artica, “fue estudiado y publicado en 1967 por Joaquín María de Navascués, pero con las declaraciones Berástegui sus conclusiones no parecían las correctas, porque ni estaba oculto bajo el terreno ni en posición vertical”, tal como se informó en 1960.
Ibáñez cree que el tesoro fue ocultado “en el último año del reinado de Felipe II o en los primeros de Felipe III, en cualquier caso en torno a 1600, y uno de los aspectos más interesantes, y sobre el que solo podemos hacer conjeturas, es el establecer las razones del ocultamiento, y qué tipo de persona lo realizó”.
La zona en la que se encontró es una importante vía natural, un angosto valle que comunica Gipuzkoa con Navarra, flanqueado por la elevada peña de Gazteluberri. “El lugar concreto del ocultamiento era relativamente inaccesible, pero con una referencia claramente visible, el propio peñasco”, explica el numismático.
En el siglo XVII estaba prohibido sacar del territorio monedas de oro y plata, pero no faltaban los contrabandistas que lo hacían. “En estos fraudes participaban un amplio abanico de personas, tanto naturales como extranjeros. Los propios comerciantes participaban activamente de este lucrativo comercio, en particular en las zonas costeras y en especial en las villas de Bilbao y San Sebastián”, recuerda el informe.
En aquellos años, una importante comunidad de judíos conversos portugueses se asentaba en San Juan de Luz [Francia] y se dedicaba a importar moneda de oro y plata de buena calidad y a exportar a España piezas falsificadas de vellón, de cobre, “estimándose en una cuantía de tres millones de ducados anuales el montante de dicho fraude El sistema utilizado para eludir los controles era emplear en el transporte caminos extraordinarios”. Tal era la magnitud de este problema que, en 1602, el rey envió un comisionado para evitarlo.
Así pues, señala este miembro de la Sociedad Iberoamericana de Estudios Numismáticos, lo más lógico es que los contrabandistas “intentaran sacar del país las valiosas monedas de oro y plata, pero ante la presencia de algún control cerca de la muga [paso de frontera], procedieran a esconder el cargamento en un lugar bien oculto, pero fácilmente identificable desde lejos, para poder recuperarlo en circunstancias más favorables, lo cual nunca llegó a ocurrir”.
Ibáñez Artica también ha demostrado que los descubridores no se quedaron con ninguna moneda o, si lo hicieron, fue de alguna pieza suelta. Las sospechas proceden de que cuando fueron encontradas en 1960 muchas estaban manchadas de arcilla. Si el cencerro estaba medio vacío en posición vertical, era imposible que se manchasen con el barro que hacía de tapón. Esto solo podría ocurrir si estaba repleto de monedas.
“Sin embargo, a partir de las nuevas declaraciones de Berástegui, donde explica que el cencerro estaba en posición horizontal, la aparente contradicción es fácilmente explicable”, mantiene Ibáñez Artica. Al estar tumbadas y esparcidas, tocaban la arcilla y se manchaban. “Así se descarta la hipótesis de que faltasen monedas”,
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.