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Un robo masivo de manuscritos inéditos inquieta al sector editorial

La estafa internacional ha afectado a autores como Margaret Atwood, Jo Nesbø o Ian McEwan

María Antonia Sánchez-Vallejo
El escritor de novela negra noruego Jo Nesbø, en 2017, en Milán.
El escritor de novela negra noruego Jo Nesbø, en 2017, en Milán.Rosdiana Ciaravolo (EL PAÍS)

Hackear datos bancarios, secretos de Estado o información privilegiada puede tener su lógica, perversa pero a la postre comprensible. Sin embargo, nadie alcanza a entender la razón de piratear manuscritos inéditos de autores consagrados y noveles, después de que muchos de ellos se hayan visto envueltos en un episodio de phishing masivo, ese ardid fraudulento en Internet con el que se pretende captar datos privados, en este caso literarios, suplantando la identidad de terceros.

Haciéndose pasar por contactos profesionales de las víctimas, un pirata cuya identidad y objetivo se desconocen ha perpetrado desde hace meses una estafa internacional con todas las letras —nunca mejor dicho—, que ha afectado a escritores consagrados y noveles; editores, agentes literarios y descubridores de nuevos talentos de la pluma. Entre los afamados figuran Margaret Atwood, Jo Nesbø o Ian McEwan, también celebridades como el actor, director y escritor Ethan Hawke, según el diario The New York Times, que este lunes se hizo eco del engaño.

Pero también han resultado salpicados autores debutantes y antologías de relatos cuyo valor de cambio, en un hipotético mercado negro, resulta ser una incógnita. El estafador, o estafadores, no ha pedido rescate por las obras, ni una recompensa por hacerse a un lado y permitir que el proceso de creación y distribución prosiga, en un año especialmente complicado para autores y editores y que ha empujado al cierre a muchas librerías independientes.

El pirateo comenzó hace al menos tres años y ha dejado su rastro en Suecia, Taiwán, Israel e Italia. En Estados Unidos ha explotado este año, alcanzándose el mayor volumen de correos electrónicos con ocasión de la feria del libro de Fráncfort, que debido a la pandemia se desarrolló de forma virtual. El escritor James Hannaham, que estaba a punto de publicar una novela, explica al diario que recibió un correo electrónico supuestamente de su editor, en el que este le pedía que le remitiese la última versión del manuscrito. El mensaje había llegado a una dirección de correo de su web personal, que Hannaham raramente usa, por lo que utilizó su servidor de correo habitual para contestar. Su editor, el auténtico, le respondió que él no le había pedido nada.

La historia que refiere Hannaham sucedió a primeros de diciembre, pero se desconoce desde cuándo, con qué frecuencia, y con qué objeto, ha operado la trama, y sobre todo, quién está detrás de este delito cibernético, si es que no se trata de un sofisticado y retorcido ejercicio de estilo, como algunos sospechan. Porque el objetivo de la rentabilidad parece ajeno a todos los casos; los de manuscritos que, una vez entregados incautamente a los estafadores, se volatilizan sin ser desviados a la web profunda o al mercado negro de la creación literaria, si es que tal cosa existe. “El verdadero misterio es el final”, sostiene, en declaraciones a The New York Times, el editor Daniel Halpern, víctima asimismo de la estafa. “Parece como si nadie supiera nada más allá del hecho en sí y esto es lo inquietante”.

Ni siquiera se sabe a ciencia cierta si el mundo de las letras se las ve con un solo estafador, o con varios, pero sí que este conoce todos y cada uno de los pasos que da un original hasta el estante de una librería. A menudo, los correos contienen alusiones a información previamente difundida en medios de comunicación o redes sociales sobre la compra de derechos de una obra, o los planes de publicación de tal otra. Una de las teorías más plausibles del mundillo literario, convertido a la sazón en una especie de personaje gremial de una novela de Agatha Christie, es que la estafa surge de los conocidos como ojeadores literarios —la misma figura que en el fútbol—, quienes, una vez localizada una joven promesa o un hipotético éxito, venden a la vez los derechos de la obra inédita a editores internacionales y a productoras de cine y televisión.

De hecho, son numerosos los ejemplos de pirateo de filmes que se han estrenado ilegalmente en Internet, y siempre previo pago, antes de que las copias llegaran a las salas de cine, los habituales taquillazos de Hollywood suelen ser blancos habituales. Pero hasta el momento no ha aparecido en la web, ni en la visible ni en la oscura, ninguno de los manuscritos desaparecidos. Todo un argumento servido en bandeja para un superventas seguro.

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