Un documental retrata la fuerza política de Marichuy, la candidata zapatista
El largometraje ‘La Vocera’, sobre la aspirante indígena a la presidencia, invita a repensar la organización comunitaria y social
Entender la campaña presidencial de María de Jesús Patricio Martínez, conocida como Marichuy, para las elecciones presidenciales de 2018 –la primera candidata mujer indígena en México– solo es posible si se abandona del todo la forma tradicional de entender la política electoral. “Vamos a caminar al estilo de los pueblos indígenas, con apoyo de las gentes”, anunció la candidata nahua a un grupo de seguidores en Ciudad de México a mediados de 2017, frente a la institución del gobierno donde debía registrar su nombre como candidata independiente. “No vamos a recibir ningún peso del Instituto Nacional Electoral. Nuestra propuesta es diferente, es una propuesta colectiva.”
Marichuy había sido elegida ese año en Chiapas como la candidata presidencial del Congreso Nacional Indígena (CNI) y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que habían decidido el año anterior expandir su lucha al campo electoral. El título oficial no sería “candidata presidencial” sino Vocera del Consejo Nacional Indígena de Gobierno, un cargo de honor que le respondería a un grupo de 71 concejales. La Vocera es también el título de un nuevo documental sobre Marichuy dirigido por Luciana Kaplan que debutó esta semana en el Festival de Cine de Guadalajara y que estará disponible al público a principios de 2021. La película es la oportunidad de viajar con Marichuy a los pueblos y ciudades que visitó la candidata durante la campaña y escuchar sus reflexiones entre paisajes hermosos o desoladores en el país que no estaba listo para elegir su agenda presidencial. “Si la destrucción y muerte es el progreso, pues estamos en contra”, dice su voz en off en los primeros minutos del documental.
“Creo que el mensaje más importante del documental es mostrar que ella, además de que era mujer e indígena, hablaba de temas que ningún otro candidato realmente estaba poniendo sobre la mesa: el despojo del territorio o cómo encontrar otra manera de gobernarnos”, explicó Kaplan a EL PAÍS, que también dirigió del documental La revolución de los alcatraces (2010), sobre una mujer indígena a la que se le negó la posibilidad de ser representante de su comunidad. En su nuevo trabajo, por el contrario, Marichuy empieza con todo el apoyo de las comunidades pero con un camino difícil por recorrer entre los no-indígenas del país.
“¿Un día despertó con ganas de ser presidenta?”, “¿Es comunismo eso?”, “¿Su comandante Galeano le dio instrucciones?”, son algunas de las preguntas que la vocera debe responder antes los noticieros. “Lo que no me gusta es la etiqueta: soy indígena. Es decir: llego a buscar la presidencia de la república porque soy católico, o porque soy heterosexual. [Pero] somos mexicanos”, le reclama otro comentarista. Marichuy –y quizás este es el mejor rasgo de su personalidad que retrata el documental– no es el tipo de candidato presidencial que explotaba en cólera ante una pregunta o comentario ignorante, o que hace un discurso condescendiente. Refuta al entrevistador hablando corto, al grano, con firmeza sin perder la calma. “No solamente va a ser para los pueblos indígenas sino que va a ser para México, y México pues incluye a todos’', le responde, apenas levantando las cejas. Los hombres católicos o heterosexuales no han estado excluidos de la política, sino que la han dominado. Si el poder se le entrega a una mujer excluida como Marichuy, el poder no se limita sino que se expande, a todos.
“Ella tiene mucha seguridad de quién es ella, no tiene ninguna necesidad de mostrar y de demostrar quién es, ella está muy bien plantada en sus convicciones, en su lucha”, dice Kaplan. A diferencia de cualquier candidato tradicional, Marichuy es discreta: no le gustan las cámaras y solo accedió a ser la protagonista del documental después de que el CNI diera su visto bueno. “Es trabajar con una protagonista anti-protagónica, con una líder anti líder, con una candidata que no es candidata, sino vocera”, dijo Carolina Coppel, productora del documental y exdirectora de la escuela de cine Ambulante Más Allá.
Una vez con acceso, Marichuy habla más del “nosotros” que de “yo”, y no quiere que se revele tanto de su historia personal como de la historia política de los pueblos. “Nos enseñaba todo el tiempo que en este proceso ella no es una candidata, no es una líder como los de nosotros los occidentales: estamos tan necesitados de crear estos personajes a través de los cuales se vuelca todo, que depositamos el rumbo de todas las decisiones en una sola figura”, explica Coppel.
Marichuy no fue editora del documental, pero su estilo de política terminó determinando la narración de la película. Ella sabía que este experimento electoral era sobre todo un instrumento para dos objetivos del CNI: visibilizar la discriminación contra los pueblos indígenas, y mejorar la comunicación entre estos. El documental, al igual que la campaña, mezcla el recorrido de Marichuy con las historias de las docenas de comunidades que ella visita –desde grupos mayas en Yucatán en el sur hasta yaquis en el norte de Sonora. Algunos denuncian el despojo por paneles solares, otros por un gasoducto, otros por la industria del turismo. “Yo quería hacer un retrato del país a través de los despojos, de la tierra, de los megaproyectos, y un poco a través de los ojos de Marichuy”, dice Kaplan.
Marichuy no consiguió las firmas necesarias para ser candidata para las presidenciales. Muchos que querían apoyarla no tenían acceso a luz o internet para registrar su firma electrónica. Dos años después siente que la campaña fue un logro. “Fue algo muy nuevo para los pueblos y para el CNI, que antes iban por otra línea de no participar en estos procesos porque los partidos han dividido a las comunidades’', explica Marichuy a EL PAÍS. “Pero luego ya logramos el propósito: teníamos que dar ese paso para que los pueblos fueran vistos con sus problemas reales, no solo con el folklore”.
Marichuy espera no volver a ser candidata presidencial –dice que solo lo fue en 2017 porque la designaron en ese rol tras un proceso de consultas internas, pero reconoce que su rol como vocera transformó su vida trayendo nuevas responsabilidades. “Soy una persona más visible,” dice. “Cuando vamos y visitamos una comunidad, la gente ya me conoce, y siente confianza en que si estamos proponiendo algo es porque es bueno para las comunidades.” En todo caso sigue convencida que su candidatura demostró, aunque fuera por pocos meses, que hay otra forma de ser político y de hacer política en México. “¿Por qué no pensar en algo nuevo?”, pregunta. “Esto ya era una novedad, otra forma distinta de hacer política, otra forma de invitar a organizarnos usando herramientas que se tienen por lo pronto, y convertirlas en algo diferente.”
En el mundo paralelo en el que Marichuy ganó la presidencia en el 2018, La Vocera es la ventana para imaginar qué problemas en Yucatán o Sonora estarían en la primera fila de prioridades en su despacho.
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