Ben Wheatley: “No creo que la carrera de un director tenga que ser coherente”
El director, famoso por su duro cine ‘indie’, da el salto a Hollywood con una edulcorada adaptación de ‘Rebeca’, el clásico que ya rodó Hitchcock
En apenas una década, Ben Wheatley (Billercay, Reino Unido, 47 años) ha pasado de extraño fenómeno viral —todo empezó cuando grabó a un amigo saltando sobre un coche, lo subió a Internet y tuvo más de diez millones de visitas— a prometedor y salvaje cineasta de culto —es el responsable de la negrísima Turistas y de la vanguardista A Field in England— que se atreve a adaptar, primero, a J. G. Ballard en High-Rise y, ahora, a Daphne du Maurier. En este caso, cruzando todas las líneas rojas para medirse a nada menos que Alfred Hitchcock bajo la batuta de Netflix en el que, dice, no es un remake de Rebeca, sino “otra adaptación” de la novela, un clásico de lo gótico romántico que, imitando a las hermanas Brönte, anticipó la oscuridad psicótico-doméstica de Patricia Highsmith.
“¿Qué tiene de malo? Ha habido infinidad de adaptaciones de Rebeca, la mía solo es una más”, dice, cuando responde a la videollamada desde lo que parece su despacho. La entrevista se realizó el pasado miércoles, a dos días del lanzamiento, este viernes, del thriller en salas españolas. “No soy un director posmoderno, tenía claro que no iba a imitar a Hitchcock. Me enamoré del guion, que es mucho más fiel a la novela que la suya”. Hay luz y color y algo de histrionismo y una historia de amor pausada en la primera parte, aquella en la que Lily James, encarnando a la futura señora De Winter, escapa a su destino como criada y se promete al encantador y millonario Maxim De Winter (Armie Hammer). Al sol de Montecarlo lo sustituye el gris y el rojo de Manderley, la mansión sobre la que pesa el recuerdo de Rebeca, la esposa desaparecida.
Si Hitchcock se centró en lo asfixiante de instalarse en una mansión habitada aún por el fantasma de tu insuperable predecesora, Wheatley apuesta por fijarse en la crueldad de un mundo de privilegios en el que la culpa no existe. “Hay un detalle al final de la novela que Hitchcock omite y que para mí es central y te permite contar otra historia distinta, que tiene que ver con la impunidad de cierta parte de la sociedad”, asegura. De ahí que la película adopte, por momentos, la forma de un thriller, y se parezca más, en sus palabras, “a algo que podría haber escrito Patricia Highsmith”, y la opresión sea sustituida por una gradual pérdida de control “que acaba equilibrando a los personajes”. “Hay una mayor dualidad en mi historia, a medida que Maxim pierde poder, ella lo gana”, añade.
Lo difícil, y es evidente en hasta su último plano, es reconocer alguno de los rasgos de estilo de Ben Wheatley en la producción. “Si tuviéramos una máquina del tiempo podríamos preguntarle a Hitchcock cómo fue para él aterrizar en Hollywood, y supongo que nos diría que no fue fácil. Tuvo que empezar a negociar. Él mismo presentó un guion al principio que no gustó y que tuvo que ir cambiando hasta ser aceptado. "Pero así es como funcionan las cosas en un estudio. Y para mí esto es lo más parecido a trabajar en unos grandes estudios que he hecho. Por primera vez había otras voces en la sala que debía tener en cuenta, y el proceso ha sido una negociación”, admite.
De todas formas, añade, “no creo que la carrera de un director tenga que ser coherente”. “Es decir, no tiene por qué haber un vínculo estrecho entre tus películas. Yo quiero hacer cosas distintas todo el tiempo. Así es como soy fiel a mí mismo, haciendo lo que me apetece en cada momento. No sigo ningún tipo de lógica, y supongo que así no hay manera de que exista una coherencia desde fuera. En cualquier caso, no soy yo quien debe juzgar eso”, argumenta. “No puedes fiarte de nadie ni de nada en mi versión de Rebeca. Es una especie de muñeca rusa de géneros superpuestos, ¿hay en eso un rasgo de estilo? No sé, se me pasó por la cabeza que tuviese algo de humor negro, como en la primera versión del guion de Hitchcock, pero lo deseché. No hubiera tenido sentido”, dice. En buena parte, porque insiste en la fidelidad a la historia y “la fuerza” de una narradora sospechosa.
Un narrador poco fiable es aquel del que no se sabe si cuenta o no la verdad, y para Wheatley eso es lo que ocurre en Rebeca. Por eso, dice, juega con la ambigüedad en el dibujo de todos los personajes, incluido el de la fría señora Danvers (Kristin Scott Thomas). “Había algo de eso en el original también, porque es curioso de qué manera el espectador no recuerda con exactitud la película de Hitchcock, yo mismo tenía un recuerdo borroso, pensaba en ella como en una gran historia de amor”.
Babelia
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