Apocalipsis en el rascacielos
El director Ben Wheatley adapta en 'High-Rise' la novela homónima de J. G. Ballard sobre una revolución social entre los habitantes de un edificio
Durante décadas, los derechos de adaptación de una de las grandes novelas de J. G. Ballard, Rascacielos, han estado bien protegidos en las manos del productor Jeremy Thomas: él mismo levantó Crash, de Cronenberg -basada en otro libro del rey de las distopías- y ha esperado hasta encontrar otro cineasta auteur con capacidad para encarar el reto. El elegido fue el también inglés Ben Wheatley (Billericay, 1972), responsable de A field in England, Turistas o Kill list, que ha contado con todos los medios posibles para recrear la degradación moral y física de los habitantes de un rascacielos, uno -el primero habitado- de los cinco edificios simbióticos erigidos a las afueras de Londres, en el que los estratos sociales se ordenan de manera paralela en el orden de los pisos hasta llegar al ático, donde vive el dios arquitecto. En el reparto de High-Rise, que se estrena en España el próximo viernes, están Tom Hiddleston, Sienna Miller, Luke Evans y Jeremy Irons.
Y con ella Wheatley concursó en el pasado festival de San Sebastián. Para la entrevista, el inglés, cuerpo de estibador, mirada salvaje, voz cantarina, pide una terraza donde beber tranquilo. De primeras, asegura que Ballard no es complicado para llevar a la pantalla. "No, de verdad que creo que esta espera de 40 años ha sido más un problema financiero, o de elección de director. Lo que ves en la pantalla está en la novela. Lo que sí es complejo es captar el tono de Ballard, porque si no tienes cuidado se te va de las manos. El edificio es una casa de muñecas que sirve para que como cineasta disfrute de los personajes, pero es la novela de Ballard, no mía". A Wheatley le atrajo la posibilidad de incluir otros ecos culturales en el filme. "Tiene que ver con mi reacción ante el misterio, ante lo ballardiano. Porque es fruto de una época, pero el espectador es el de hoy. Y esos ecos pueden surgir del mismo texto, o del reflejo visual de esas palabras en las imágenes. Hay referencias obvias para los ingleses, como a la serie Arena, que fue muy importante para mi generación... No quiero desentrañar muchas más". Pero una de las obvias es la similitud entre el personaje de Tom Hiddleston y el protagonista de la novela de Richard Matheson Soy leyenda. "Cierto, él cambia pero aún más se modifica todo lo que le rodea, ¿verdad?".
High-Rise empuja al espectador a preguntarse si en la vida real estamos cerca del desmoronamiento de nuestra sociedad. "Creo que sí. En cierta manera para bien, y en otras para mal". Wheatley echa a reír y espera la réplica extrañada del periodista. "Mira, la situación de sistema financiero necesitaría un saneamiento radical. Entiendo el enfado social con los políticos y me parece emocionante ver esa reacción y hacia donde nos dirige. ¿Y ves? Eso quiere decir que la gente se preocupa ahora más por la política". Es decir, que es bueno cierto descontrol social. "¡Claro! Lo contrario es una pesadilla y una dictadura. Es inevitable que nos asuste un posible derrape, como lo que ocurrió en Alemania entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Hay un divorcio peligroso entre políticos y votantes".
En el fondo de la película, como en el libro, hay una aguda disección sobre el yo y el otro, sobre quién está arriba y quién abajo. "Es fascinante cómo Ballard era capaz de indagar en el uso y abuso del poder, en cómo podían hundirse las utopías". En estos tiempos de tanta ciencia-ficción, ¿no parece más fácil hablar de distopías para reflejar la actualidad que dirigir puro cine social? "Porque entregar un mensaje, pensar solo en hacer eso, no va a ningún lado. Haz análisis, pero en otros géneros. Yo tengo problemas con ese cine, me siento más a gusto con el terror, y a la vez no renuncio a contar las cosas tal y como las veo".
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