Johnny Depp: “No me considero un artista”
El actor produce ‘Crock of Gold’, un documental sobre su amigo Shane MacGowan, el cantante de The Pogues, el explosivo combo de música irlandesa
Hace más de tres décadas, Johnny Depp (Owensboro, Kentucky, 57 años) conoció a Shane MacGowan, el líder del grupo The Pogues. El intermediario fue Gerry Conlon, uno de los Cuatro de Guildford, injustamente condenados por dos atentados del IRA en 1975, a los que el músico, una estrella mundial en esos momentos, había apoyado e incluso dedicado una canción. En San Sebastián, el actor ha recordado hoy domingo que en ese momento se enamoró de Shane. “Y aún lo sigo", contaba entre risas. “Intentó, durante 15 minutos, mantener el equilibrio con una pinta de cerveza en una mano y una guitarra destartalada en la otra”. Esa amistad y esa admiración han llevado a Depp a producir Crock of Gold, documental que recorre la vida de un genio musical, de un poeta sobresaliente capaz de absorber el espíritu de su época, de un adicto al alcohol que fue devorado por la parte más oscura de su alma irlandesa. El filme, dirigido por Julien Temple, uno de los grandes realizadores de vídeos musicales y cineasta de carrera interesante, concursa en el festival, y a la estrella no le ha importado la pandemia para plantarse en el Zinemaldia en apoyo a MacGowan, alguien que siempre le ha fascinado por “su lenguaje y sus poderosas canciones”.
Depp se sienta delante de un grupo de periodistas con dos horas de retraso. A su lado, Temple. Ambos acarrean sendas copas de vino blanco y piden permiso para estar sin mascarilla. El actor parece en mucha mejor forma que alguna de sus últimas apariciones públicas y dedica sus respuestas a alabar a un creador que fusionó el espíritu punk con la música irlandesa y que vendió millones de discos a finales de los ochenta, hasta que le expulsaron de la banda que él mismo había creado. “Shane es una persona hipersensible que aprendió desde muy joven [empezó a beber con seis años] cómo insensibilizarse”, contaba Depp acerca del gran cantidad de alcohol que aún hoy y en silla de ruedas, con mala salud y problemas del habla ingiere el músico, que se lo autorreceta como un medicamento. "Luego te cae encima la fama y si eres una persona introvertida toda esa atención externa hace que te repliegues todavía más; él se sentía incómodo con esa atención, como me ocurre a mí. Lo que ocurre es que es muy confuso cuando todo esto te empieza a pasar, solo deseas esconderte e insensibilizarte”.
Al actor le gusta hacerse de menos ante algunas figuras prominentes culturales. “He tenido la suerte de conocer y aprender de gente como Hunter S. Thompson, Marlon Brando, Keith Richards o Shane MacGowan, gente muy fiel a sí misma, una de las razones por las que siempre me han atraído”. Y a continuación, explica: “Lo que no es normal se considera un poco loco, quizá sea cierto o quizá eso sea la libertad”. Y por eso tiene una definición humilde de sí mismo: “No me considero un artista, no me siento a la altura de esa gente que adoro”. Sobre su carrera, sobre la interpretación, apunta: “No soy bueno siguiendo estructuras, fórmulas. Me gusta darlo todo y confundir al público. Uno intenta hacer lo que puede, digamos que soy un aspirante a artista. Pero no creo que el cine me vaya a conducir al arte, al menos depende desde qué punto de vista. Aquí en San Sebastián hablamos de cine; en Hollywood, de películas”.
Daba igual la pregunta, Johnny Depp convertía su respuesta en una oda a MacGowan: “Shane... es Shane. Habla cuando le apetece, no le puedes manipular, incluso cuando le entrevistábamos para este documental, que es un canto de amor a su vida. Su amistad hay que pelearla, tienes que ganarte los galones. Es un tipo genuino. Viajé desde Los Ángeles a Copenhague para su boda, y cuando me vio me soltó: ‘Pareces un chulo de putas’. Y luego sí, te quiere y te dice cosas bonitas. O te insulta. Siempre te está retando”. Y el actor contó una anécdota para subrayar esa constante militancia: “Estábamos en un bar en Dublín, habíamos bebido algo y en un momento Shane extendió su puño y me pidió que pusiera debajo mi mano. Dejó caer unas pastillas que yo me tomé junto con un trago. Lo siguiente que recuerdo es abrir los ojos en una bañera en el sur de Francia tres días después. A eso me refiero cuando digo que te tienes que ganar su respeto. Pero no lamento nada de lo que vivo con él, tanto si lo recuerdo como si no”.
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