Umberto Pasti: plantar un libro, escribir un árbol
El escritor y jardinero relata en 'Perdido en el paraíso’ cómo creó un edén en el “Marruecos agreste”, y, de paso, salvo centenares de especies de la extinción. Participa el domingo en el festival Hay de Segovia
Umberto Pasti dio con algo tan escurridizo como su “lugar en el mundo” a principios de los noventa. Fue durante uno de esos esplendorosos días de playa atlántica de Sidi Mghait, a unos sesenta kilómetros al sur de Tánger. Un muchacho lo acompañó en un paseo a través del pedregal, los campos de centeno y los trigales abrasados. Exhausto, el jardinero-escritor se echó a dormir bajo una higuera “secular”. Al despertar, poseído por la fiebre, lo tuvo claro: en aquel áspero paisaje se escondía el edén particular que en este tiempo ha construido en Rohuna, “el centro del mundo”, un jardín arrebatado a la tierra seca. Cómo lo consiguió es el tema de su último libro, Perdido en el paraíso (Acantilado, con traducción de José Ramón Monreal), híbrido entre novela y memoria de su vida en el “Marruecos agreste”.
Más o menos por esa época, Pasti (Milán, 62 años), que se define en el libro como “un autodidacta, un recién llegado”, se decantó por su otro oficio, el de jardinero, aunque él prefiera considerarse un “plantsman” (hombre de plantas), según explicó recientemente durante una videoconferencia en español aderezado de italiano, inglés y francés. A finales de los ochenta, había comprado junto a su pareja, el diseñador Stephan Janson, una encantadora casa en aquel Tánger de Paul Bowles y Margaret McBey, en cuyo patio creó un auténtico vergel. “Los amigos decían: ‘Umberto, ¡qué bonito! ¿Podrías ayudarme con mi jardín…?'..Nunca he estudiado, no soy botánico, aunque a veces me llamen así. Soy un hombre de campo, no un teórico”.
Su primera profesión fue en realidad la de crítico literario con base en Milán para los periódicos que fue montando el famoso periodista Indro Montanelli (“que era muy de derechas, pero muy listo, y me dejaba mucha libertad”). Cuando se cansó de ganarse la vida leyendo “15 libros al día”, se decidió a escribir uno: L’etá fiorita, novela a partir de Leopardi.
Perdido en el paraíso es el octavo en su bibliografía, y el tercero traducido al español, tras Jardines, una divertida arma contra el esnobismo que rodea el mundo del paisajismo hoy en día, y La felicidad del sapo. Ambos salieron en la exquisita editorial Elba, especializada en arte, estética y pequeños formatos. Pero no busquen deslealtades tras su salto al nuevo sello. El último libro (“era demasiado extenso para Elba”, se excusa el autor) contiene un agradecimiento a su anterior editora.
También está dedicado a Christopher Gibbs. Ideólogo del Swinging London, el erudito anticuario fallecido en 2018 fue para Pasti un “guía y compañero de la Arcadia yebalí desaparecida”, en los dominios de la tribu montañesa de origen bereber de la parte occidental del Rif, cuyo estilo de vida es otro de los grandes protagonistas del libro. “Vinimos a Tánger, entonces una pequeña medina de 100.000 habitantes, porque nos gustaba mucho el lugar y su botánica, cuya riqueza es mayor que en el resto de Marruecos. Y lo hicimos desde el respeto. Con la globalización, ha cambiado la relación con los sitios, todo es más superficial. Tánger podría ser Sevilla o Cuernavaca. La gente viene ahora por dos motivos: por trabajo o por la vida mundana. Vienen aquí a celebrar fiestas, que son esencialmente las mismas a las que van en Madrid, París o México”, lamenta. “El anterior rey [Hassan II] no estaba interesado por la ciudad, un paraíso olvidado por el poder. El nuevo [Mohamed VI] ha metido dinero y ha hecho cosas que seguramente eran necesarias, pero a costa de errores espantosos y de grandes atropellos a la naturaleza de la península tingitana. Tánger me ha dado los mejores años de mi vida. La quiero mucho. Ahora más bien como a un viejo novio, antes, con la pasión del enamorado”.
Con la globalización, ha cambiado la relación con los sitios, todo es más superficial. Tánger podría ser Sevilla o Cuernavaca
Pasti es conocido en la zona por su defensa de la flora autóctona frente a la barbarie del progreso. Perdido en el paraíso está lleno de operaciones de rescate de plantas bulbosas; gladiolos, narcisos y, sobre todo, iris, en sus variedades tingitana, filifolia o juncea, que envió por centenares al jardín botánico de Oxford para salvarlos de las obras de ensanchamiento de una carretera costera. “En este momento de la historia de la humanidad, hacer un jardín solo puede tener un sentido: ayudar a preservar la flora local. No es estética, es puro salvamento. Por eso no hago cualquier cosa que me pidan mis clientes. Nunca uso especies que no vayan a vivir bien en ese clima porque a que paga le gusten, eso para mí es como matar gente”.
En el libro se suceden los relatos sobre el forastero, el nazrani, que hace frente a las plagas de escorpiones y pelea contra los elementos, como ese pozo que se agotó pronto y aquel otro que hubo que perseguir hasta que por fin manó. Fue “el día más hermoso de la historia de Rohuna”. Pasti planta cara al poderoso heredero de Hermés que ha traído a la playa sus ruidosos quads e instaló un campo de polo a costa de secar “una de las dos fuentes del pueblo” para “jugar un solo partido al año”. También se desvive por las enfermedades de los vecinos y trabajadores de la casa, carcinomas, otitis purulentas y epidemias de forúnculos varoniles incluidas. “Todo es verdad, aunque he juntado historias para hacerlo interesante”, admite. “Si lo hubiese relatado tal cual sucedió, habría resultado aburrido, tanto como hacer un jardín”.
Con el tema literario de Rohuna habrá terminado en su próximo libro, que se ocupará sobre “la plata”. “Trata con un toque bastante cómico todas las aventuras para conseguir dinero para hacer la finca autosuficiente”. El lugar recibe visitantes, proporciona clases de francés para los niños marroquíes y ha dado sustento a seis familias con un laboratorio de muebles de jardín, como el que adorna la portada de Perdido en el paraíso.
Todo esto ahora está en peligro debido a la pandemia, que sorprendió a Pasti en Portugal, cuando las noticias llegadas de Lombardía sonaban terribles (la pareja vive parte del año en Milán). Pasaron el confinamiento en Tánger, sin poder ir a su paraíso costero. “Nunca estuve tanto tiempo lejos de él”. En agosto, salieron de un país cada vez más golpeado por la covid rumbo a Italia. El coronavirus también ha impedido a Pasti participar mañana en persona en el Hay de Segovia, festival literario que se celebra este fin de semana. La conversación con la fotógrafa Ngoc Minh Ngo, con la que publicó recientemente un lujoso libro en Rizzoli con imágenes de Rohuna, será por videoconferencia.
Babelia
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