El fotógrafo desconocido que resucitó en el Rastro
El hallazgo de unos negativos de principios del siglo XX impulsó una investigación, plasmada ahora en un libro, para desvelar a su enigmático autor, el profesor Joseph Wattebled
El negativo sorprendió al trasluz. En él, un Rolls-Royce brilla en mitad del escarpado paisaje alpino. El chófer agarra el volante y dirige su mirada hacia la carretera, mientras tres mujeres están en los asientos traseros y otros dos caballeros, apeados, apoyan su brazo sobre la carrocería oscura. Por el extremo derecho del encuadre aparece una casa que sirve como factor de escala y esconde tras de sí una pequeña población de la serranía. Tal vez el autor trepó ladera arriba, plantó su voluminosa cámara de placas y fue colocando uno a uno a los personajes en el decorado. El resultado es de una apabullante melancolía propia de la comarca rocosa como del cuento de Heidi.
La placa de cristal suscitó el pasado enero el interés del fotógrafo y escritor Paco Gómez (Madrid, 49 años), que decidió comprar el paquete de negativos en un puesto del Rastro de la capital. Acostumbrado a revolver entre los desperdicios vitales de otros, el autor de Los Modlin ha visto mucho álbum familiar procedente del vaciado de pisos madrileños. Pero en esa caja abandonada halló a un retratista con criterio. “La mirada ofrecía un contexto”, apunta, “algo poco habitual entre los fotógrafos aficionados”.
Gómez volvió el domingo siguiente a la almoneda y se hizo con el lote completo de 18 cajas que el tendero había comprado cerca de París. Así comenzó una investigación en busca del autor de las instantáneas que lo ha llevado a recorrer en febrero el norte de Francia. La historia está contada en el libro que el madrileño ha escrito durante el confinamiento: Wattebled o el rastro de las cosas (Fracaso Books). Gómez ha recaudado los fondos para editar su nueva investigación que saldrá el mes que viene con una campaña de micromecenazgo.
El enigmático fotógrafo de las fotos que halló en el Rastro resultó ser un profesor, casado con Edmée Picot y padre de dos hijas, que impartió clase en las escuelas de media docena de pueblitos bañados por el mar del Norte. “La historia de la fotografía está repleta de personajes anónimos que reflejaron el espíritu de su época con mucha dignidad”, apunta Gómez.
Fin de siécle
Los negativos mostraban a unas mujeres tocadas con sombreros de campana en la playa, la recogida de moras bajo un puente del ferrocarril o una familia detenida frente al paso elevado de una acequia. Recuerdan al trabajo de Jacques Henri Lartigue, el precoz fotógrafo del fin de siécle francés. A fin de evitar el roce de las placas de vidrio, alguien colocó en las cajas recortes de papel. Un manual de revelado hecho pedazos, una misiva y varios pasquines del Partido Comunista que databan de 1935. Su contenido arrojaba un nombre propio y un lugar: Joseph Wattebled, Mondicourt.
En aquella localidad una placa homenajea a Wattebled (Calais, 1895-1979). El profesor falsificó durante la Gran Guerra la documentación de un sacerdote, probablemente desertor, con el fin de ayudarle a cruzar la frontera del país galo. Gómez solicitó al Ayuntamiento de Mondicourt más datos biográficos que, unidos a las fechas y lugares anotados a lápiz en los negativos de vidrio, sirvieron para recomponer la cronología de las imágenes. En aquellas escenas el maestro miraba con “la típica actitud del fotógrafo” al centro mismo del objetivo; ese agujero negro que congela el tiempo. Su aspecto era siempre impoluto. Enfundado en traje de chaqueta y con cuello almidonado, completaba su parecido con Charlot gracias a un bigote afilado.
Diario de una búsqueda
A lo largo de febrero Gómez recorrió Wimereux, Le Portel o Tourcoing con el objetivo de fotografiar en la actualidad los enclaves que a su vez Wattebled inmortalizó. Pasó muchas horas conduciendo por carreteras secundarias, dormía en hoteles desvencijados. Incluso un periódico local escribió sobre su búsqueda. Las plazas en las que el profesor Wattebled impartió clase conocieron de cerca las dos contiendas mundiales. Sobre sus tejados sucedieron algunos de los primeros combates aéreos de la historia. Los pies de los soldados se hundieron en el barro de los campos de cultivo, ese fango denso de las batallas de Somme o de Verdú allá por 1916. Las bombas alemanas agujerearon de nuevo el frente occidental en 1940.
Sin embargo, en las instantáneas de Wattebled no se muestra signo alguno del conflicto. “El periodo de entreguerras coincidió con una cierta democratización de las cámaras de fotos. Wattebled capta el optimismo de la época como muchos otros aficionados”, sostiene Gómez. Un optimismo breve que trajo la paz de los ganadores, quizá exacerbado por la transformación tecnológica y el florecimiento de las últimas vanguardias artísticas. Hasta que la Gran Depresión y la guerra fundieron a negro la vida cotidiana.
En el libro, el relato del hallazgo del fotógrafo y su historia se complementa con pasajes autobiográficos del autor. El periplo por el país vecino llevó a Gómez, por ejemplo, hasta la casa en la que su madre sirvió durante la adolescencia. “Me interesa rescatar historias olvidadas. Vidas de personas que se obsesionaron con algo, pero cayeron en el olvido. De ahí el nombre de la pseudoeditorial que monté para dar salida a mis investigaciones. Si te alías con el fracaso, las cosas solo pueden ir a mejor”, cuenta Gómez.
Las últimas páginas del libro, corresponden al álbum familiar de los Wattebled. Todas las fotografías se dispararon entre 1903 y 1941. Después el autor abandonó de golpe su obstinación con la cámara. Y, hasta que el libro salga de la imprenta en octubre, solo Gómez conoce el porqué.
Los Modlin: la historia estaba en la calle Pez
Una noche de 2003, Paco Gómez encontró en la madrileña calle Pez una montaña de trastos viejos. Ropa, latas de comida caducada, libros en inglés, cartas, revistas y decenas de fotografías en las que tres personas posaban desnudas en extrañas posturas. Siguiendo la pista que ofrecían las imágenes —e interrogando a los vecinos— Gómez descubrió la historia de los Modlin; una familia estadounidense de artistas incomprendidos. Elmer, el padre, era actor de reparto en Hollywood; Margaret, la madre, pintora. Junto a su hijo Nelson, en 1970 los tres recalaron en Madrid buscando la fama que su país les negaba. Elmer consiguió varios papeles en la escena del destape, mientras Margaret se encerró a pintar escenas apocalípticas, seres sobrenaturales y pasajes religiosos. Las fotografías con poses excesivas que Gómez halló en la basura resultaron ser modelos utilizados en sus cuadros. Admiradora de Franco, Margaret fue una de las primeras extranjeras que expuso en el Círculo de Bellas Artes. Gómez hurgó en el pasado de la familia, escribió un libro e hizo una película documental que dispararon el culto. Hoy el trabajo de la matriarca, ignorada en vida, cotiza en el mercado del arte.
Babelia
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