Volver a La Trinidad
Chano Domínguez y los Veinte Veinte inauguran el clásico escenario del Donostiako Jazzaldia, que resiste en tiempos de pandemia

En el verano sin festivales (porque los hay, pero los que hemos conocido eran otra cosa), el esfuerzo que ha hecho el Donostiako Jazzaldia por organizar una edición lo más fiel posible a su esencia es titánico. Un festival se define tanto por su línea artística como por sus espacios y, mientras que la línea del Jazzaldia está consagrado a lo heterogéneo y a encandilar a públicos muy diferentes, sus espacios son, sin duda, lo que mejor lo definen. En su 55ª edición, y a pesar de las enormes limitaciones a cuenta de la pandemia, vuelve a sus escenarios referenciales, a los marcos que han albergado su música en los últimos años: el Kursaal, el Teatro Victoria Eugenia, el Museo San Telmo e incluso las terrazas de la playa de la Zurriola, todo con aforos reducidos y controlados. Y, por supuesto, por delante de todos los demás, el Jazzaldia vuelve a la Plaza de La Trinidad, centro neurálgico del festival desde su nacimiento.
El primer concierto que sonó en el emocionante regreso a La Trini fue el estreno de Veinte Veinte, un nuevo proyecto que reúne al contrabajista Javier Colina, al armonicista Antonio Serrano, al guitarrista Josemi Carmona y al baterista Borja Barrueta. Digamos, lo primero, que Barrueta es uno de los percusionistas más brillantes de nuestro país, un enorme talento, porque de la talla de nombres como Colina, Serrano y Carmona no vamos a decir aquí nada que no haya dicho su larga trayectoria en la música de nuestro país. Sus numerosas colaboraciones anteriores hacen de este proyecto común algo muy natural, un espacio de encuentro en el que desarrollar sus afinidades musicales. En el Jazzaldia ofrecieron un concierto amable, con música bonita, ligera —dicho esto en el mejor de los sentidos— y optimista, que es exactamente lo que el público de Donostia necesitaba en ese momento: un poco de buen rollo y a cuatro amigos tocando Alegría de vivir, de Ray Heredia con la relajación de quien comparte unas cervezas en un local de ensayo. Con un inevitable y característico sonido, no tanto flamenco, sino más bien ibérico, que es quizá un concepto más amplio, los cuatro músicos hicieron alarde de su compenetración a la hora de llevar a su terreno (”la música nuestra”, en palabras de Serrano) standards del jazz como You And The Night And The Music o Danny Boy y gemas brasileñas como las Noites Cariocas o el Oceano, de Djavan, ante un público sinceramente cautivado.
En la segunda parte del programa, Chano Dominguez, depositario de uno de los tres premios Donostiako Jazzaldia de este año, agradeció el galardón ofreciendo a la audiencia un concierto enérgico y exuberante, acompañado por David Xirgu, uno de los grandes bateristas de jazz en nuestro país, y el maestro Horacio Fumero, historia viva del contrabajo en España. El trío lleva años en activo y funciona como una locomotora que ya está más que hecha a sus raíles: tocan con complicidad y maestría, sin tensión ni miedo a salirse de la raya cuando la cosa lo requiere, ya sea sobre originales de Domínguez, como Habanera de la Alameda, o el recién estrenado Limbo, compuesto por el pianista durante el confinamiento; homenajes a su idolatrado Thelonious Monk de mano de una dinámica versión del clásico Evidence o el momento culminante del concierto: una interpretación a piano solo del precioso Alma de Mujer, que abría uno de sus álbumes más memorables, Hecho a mano.
“Estamos viviendo unos tiempos de mierda”, constató en la noche del miércoles el director del festival, Miguel Martín, y por eso resulta tan esperanzador poder volver a escuchar jazz en directo y volver a La Trinidad. No es lo mismo, claro, pero sienta como nunca.
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