Dibujar los secretos de la URSS tenía un precio
El historietista Igort publica en español su célebre cómic sobre un camorrista y un tomo conjunto con los cuadernos de Rusia y Ucrania, que le costaron presiones y amenazas
En medio del frío, Nicolái Vasílievich vendía sus últimas pertenencias. Su puestecito en el mercado de Dnipropetrovsk, asolado por el duro octubre ucranio, apenas ofrecía un cubo, una tetera, alguna vajilla. Un legado modesto, que no parecía interesar a nadie. “Las pocas personas que se detienen le preguntan algún precio y siguen su camino”, escribió Igort. En sus notas, el artista apuntó la mirada desolada del hombre, y su impresión de que en absoluto tenía “madera de negociante”. En realidad, tampoco pretendía comerciar, sino despedirse de una existencia llena de cicatrices: “Se preparaba para la muerte”.
El historietista, en cambio, le invitó a hablar de la vida. La suya. Vasílievich se negó, le pidió una y otra vez que se marchara. Tras décadas de traiciones íntimas, imposible fiarse de un desconocido. Hicieron falta horas de espera y paciencia, pero, al fin, abrió el cajón de sus recuerdos. Narró historias de violencia y abandono, del régimen y la soledad. De su madre, y de sus hijos. “Empezó a temblar, a llorar, como si nada alrededor importara”, rememora Igort. Él grabó, transcribió y dibujó. Aplicó el mismo método durante años: viajó y preguntó, de Crimea a Siberia, en busca del viejo fantasma de la Unión Soviética. El resultado llena las 350 páginas de los Cuadernos ucranianos y rusos, que ahora Salamandra Graphic junta en español.
“Se trata de una de mis obras más difíciles e importantes. Me sentí útil, mi trabajo servía para algo”, relata el italiano (Cagliari, 61 años), cuyo nombre real es Igor Tuveri. A la vez, la editorial recupera estos días su tebeo más célebre, 5 es el número perfecto, publicado hace casi 20 años. Y no solo: el noir sobre cómo el anciano Peppino Lo Cicero descuelga las pistolas y vuelve al ruedo camorrista también se verá en octubre en las principales plataformas de cine en español. La adaptación fílmica, protagonizada por Toni Servillo, está dirigida por el propio historietista, que la asumió en primera persona tras 12 intentos ajenos que nunca cuajaron.
Es decir, en pocos meses, Igort al cubo. Al fin y al cabo, el autor luce un talento tan eclético como imparable. Ilustrador, guionista, músico, editor y, ahora, cineasta. Fue el primer autor occidental fichado por un sello nipón para vivir en Japón y realizar un manga. Amante de Buster Keaton y del Museo D’Orsay, de la arquitectura y el mar en primavera, pero también de la cerveza Sapporo o el ruso blanco, como se lee en su web. Aunque su mayor pasión se reparte entre Chéjov y el cómic. “Es como si fuera mi tío, en todas mis casas tengo su obra completa”, dice del escritor. Y sobre la constante de su carrera explica: “Adoro el cómic. Es el idioma en el que me crie y el lenguaje mestizo por excelencia. Y para mí el mestizaje es la clave de la modernidad. El tebeo solo ha explorado una centésima parte de su potencialidad. Si ciertas cosas las cuentas y dibujas, se vuelven intrigantes. Si solo las relatas con palabras, parte del público se duerme”.
Difícil que los párpados se cierren ante las viñetas de 5 es el número perfecto. Vuelan las balas y los atrevimientos narrativos y estilísticos. A Igort le bastan pocas palabras y tres colores —azul, blanco y negro— para retratar una Nápoles nostálgica y vengativa. En los Cuadernos ucranianos y rusos, en cambio, los textos se multiplican, al igual que las tintas. Con trazos matizados, a menudo duros pero profundamente humanos, el autor relata la vida y la muerte bajo la sombra de la URSS. Sus lápices se vuelven sombríos, como Grozny, capital de la Chechenia, conocida como “la fangosa”, y se ponen al servicio de los entrevistados: “Cuando recoges testimonios de este tipo no tienes derecho a la invención. Es un pacto con el lector. En 42 años publicando obras, adquieres cierta técnica. Pero relatar historias auténticas que te han contado exige un rigor formal. No puedes usar trucos. La realidad es mucho más compleja que el realismo”. A veces, Igort incluso dejaba el cuestionario a su intérprete y desaparecía, para no condicionar la charla.
“Quería entender cómo vivieron una época que, desde fuera, a veces se ha llegado a idealizar un poco”, asegura. En concreto, sus páginas dibujan lo que las autoridades quisieron borrar: en Ucrania, investiga El Holodomor, la devastadora hambruna de 1932 que dejó millones de muertos. Y en Rusia sigue la memoria de Anna Politkovskaya, la periodista asesinada a balazos ante el ascensor de su apartamento de Moscú, el 7 de octubre de 2006, castigada por aquel mandamiento que ella misma denunciaba: “Prohibido hablar”.
El propio Igort sufrió intentos de acallar su trabajo. “En ciertos momentos, llegó a parecerme una película de espías”, afirma. Afrontó resistencias, amenazas, pistas falsas e incluso mensajes desde la Duma, el parlamento ruso. Tuvo que escuchar que la guerra en Chechenia era un invento o que, si no extremaba la prudencia, tal vez no llegaría a contarlo. Pero él hizo lo contrario: relató lo que vio, palabra por palabra. Lo dibujó. Y ahí sigue, vivo. Como el recuerdo de las víctimas.
El riesgo de perder el pasado
Igort tiene varios frentes abiertos. Dibuja una historia sobre las encrucijadas que ha vivido Hong Kong, el último de sus cuadernos japoneses y un cómic que retrate corrientes artísticas y poéticas de los setenta. A la vez, como fundador del sello Coconino Press y ahora editor de Oblomov, el creador también observa el mundo del cómic bajo otro prisma: “Mis queridas redes sociales, preciadas si usadas bien, han reducido nuestra memoria a la de un mosquito. Encuentro desconcertante que los autores jóvenes que edito constantemente no tengan referencias del pasado. Para mí es importante catalogar y contextualizar. A veces hacen algo que ya hizo algún autor antes y no saben ni quién es”.
El artista también constata prejuicios y dificultades que sufre el tebeo. “Me he dado cuenta, al rodar un filme, de que el rol de director de cine se considera de Primera División. Mientras que el historietista resulta un género menor. Pero yo simpatizo mucho más con la serie B”, afirma. Queda lejos el bullicio de los años setenta y ochenta, cuando su Italia natal publicaba revistas como 'Frigidaire' o 'Alter' y empujaba la vanguardia del cómic. “Queda un vacío. Faltan intelectuales como Umberto Eco o Elio Vittorini, para los que el relato dibujado valía igual que los otros. Yo defiendo esa postura e intento hacer lo que pueda. A la vez, Italia se ha vuelto el cuarto mercado del mundo en cuanto a cómics, es un fenómeno cultural. Se vende mucho y está viviendo un cambio importante: el fumetto italiano tiene una tradición ligada a los quioscos, pero ahora está pasando más a las librerías, como el francés”.
Babelia
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