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LEER PARA CREER
Columna
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Lo siento, pero volverá a ocurrir

El perdón transforma a quien perdona y al perdonado, nos enseñó Eric-Emmanuel Schmitt, pero no parece el caso del rey emérito

Declaraciones del rey Juan Carlos I, tras recuperarse de su accidente durante la cacería de elefantes en Botsuana: “Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir”.
Berna González Harbour

En la fe católica se puede jugar a la barra libre de pecados porque uno siempre puede inclinar la rodilla en el confesionario y pedir perdón. El arrepentimiento es el comodín de la llamada, Dios es siempre misericordioso y el perdón está garantizado. El próximo domingo habrá otra oportunidad y el borrón y cuenta nueva está siempre al alcance de la mano.

Fue extraño cuando el rey Juan Carlos I pidió perdón a los españoles por su frívola cacería de elefantes en Botsuana mientras sufríamos la crisis más devastadora desde la guerra: “Lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir”. Era insólito, era inédito, era un gesto entre religioso y familiar -nada que tuviera que ver con la legalidad, porque tampoco esta había sido violada- y al fin y al cabo quién puede resistirse a una real petición de perdón.

Aquello fue en abril de 2012 y debió tomárselo en serio el Rey en el sentido católico del término porque ese mismo año estaba volviendo a pecar. A lo grande. Y sin pedirnos perdón.

El dramaturgo francés Eric-Emmanuel Schmitt elaboró un hermoso tratado literario del perdón, una acción en la que la bondad de quien perdona camina en el filo entre la excesiva ingenuidad y la estupidez, a un lado, y la altura de miras y la generosidad, al otro. Fue en La venganza del perdón (AdN), un conjunto de cuatro relatos en los que el autor presenta el acto de perdonar como una fuerza no solo capaz de transformar a quien perdona, sino también al perdonado. El perdón como condena al perdonado, como debilitamiento, por el reconocimiento del mal que implica, pero también como compromiso de limpieza. No en vano Schmitt es catedrático de Filosofía y demuestra conocer de sobra los beneficios de un acto que han asumido todas las religiones, culturas e incluso los sistemas legales en forma de indultos o condonación.

Pero ay de quien yerra una segunda vez. Para quien perdona, la segunda es más difícil. Para el perdonado, la primera vez podrá ofrecer una justificación humanamente comprensible, pero las siguientes más vale ahorrárselas. Reconocer y disculparse porque has pisado al contrincante cuando tal vez le has dejado KO en el suelo no solo no te libra de las culpas, sino que empeora tu exigua petición de perdón.

Porque vale que “no volvió a ocurrir”, el rey emérito no volvió a cazar elefantes en Botsuana (que sepamos), pero tras pedirnos perdón en abril de 2012, en junio del mismo año transfería supuestamente a Corinna Larssen más de 60 millones de euros que había recibido en 2008 del rey saudí. Desde la mismísima Zarzuela organizó presuntamente la estructura de evasión de comisiones como una particular forma de gozar de su inmunidad.

Hoy, como intuíamos en 2012, el perdón no es suficiente, más allá del acto privado de quien se lo quiera otorgar. La justicia y la ley son la única respuesta. Y deben estar a la altura porque, pese a las reflexiones de Schmitt, algunos perdonados no se transforman con el perdón.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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