El tiempo de Jordi Socías: de vender relojes a leyenda de la fotografía
El retratista recoge lo mejor de su obra en una galería de Madrid
En una época en la que apenas existían neveras ni televisiones, a Jordi Socías le encantaba bajar a la calle. Cualquier excusa le servía: ir a por pan, a por leche, acercarse a la fábrica de hielo para aminorar la calorina húmeda que batía en verano los adoquines del barrio de Sagrada Familia, en Barcelona. Allí se crio desde que naciera en 1945, el año que terminó la Segunda Guerra Mundial. Después, como fotógrafo ya de leyenda, siguió utilizando ese espacio delimitado por las aceras para enmarcarlo todo. “La calle como puesta en escena”, asegura. Es algo que podemos comprobar en la exposición que le dedica, hasta el 31 de julio, la galería Fernández-Braso, en Madrid.
Calles de ciudad, porque Socías es un urbanita enfermizo, capaz de contraer virus de angustia si le da demasiado el aire fresco del campo. Un adicto al tumulto perseverante, de mirada poética y actitud de observador sereno hacia las esquinas donde echa el ojo para atrapar lo que otros no ven. Así es como ha construido con su cámara un estilo que a él le gusta denominar tal y como se titula la exposición: naturalismo cosmopolita.
“El blanco y negro me sirve para interpretar la realidad o, mejor, lo que veo, borrando de ella el rastro del tiempo, a mi manera”, explica Socías
El que emana de imágenes como una espalda de mujer tatuada con las firmas de Kafka, Voltaire, Rimbaud, Man Ray, Freud, Marcel Proust… O de sus retratos de Dalí, Eduardo Arroyo, Jaume Plensa y Luis Gordillo. De los bares en La Habana y Sicilia donde entre las aglomeraciones encuentra siempre un gesto de carácter; de instantes en los que es capaz de transfigurar un destello de algo ignoto en una procesión de espermatozoides; de los tiovivos o los temporales donde el viento bate palmeras como pajarracos verticales; o de los paros en fábricas donde bulle, lucha, se sacrifica y espera esa clase obrera a la que Socías dice pertenecer aun hoy: “Incluso desclasado como me encuentro ahora”.
Imágenes en color y blanco y negro, tonos que le sirven para marcar su propia ley: “Lo primero es más narrativo mientras que el blanco y negro me sirve para interpretar la realidad o, mejor, lo que veo, borrando de ella el rastro del tiempo, a mi manera". Ese naturalismo cosmopolita con el que tanto se identifica Socías se aprecia en el reverso de una pared dentro y fuera de donde expone como el único fotógrafo al que tienen los galeristas de ese espacio en la calle Villanueva entre sus creadores. Cara a los viandantes luce el Reichstag alemán que el artista búlgaro Christo envolvió con una tela que en vez de abrigarlo lo congelaba. De vuelta, dentro del espacio, un mural del Raval barcelonés como parte de su ecosistema, saluda a los visitantes con la fuerza de una pantalla de cine.
Del surrealismo al neorrealismo, las corrientes se entremezclan en el estilo de Socías con el desparpajo que él utiliza la cámara: una herramienta de la que dice apenas entender en su complejidad técnica. Jamás se vio a un fotógrafo más desprovisto de artificio, de parafernalia. Jamás alguien dentro de ese mundo y rodeado de tales barreras de narcisismo entre artistas, creadores y popes se quitó más importancia.
Borges, Graham Greene, Umberto Eco, John le Carré, Berlanga, Almodóvar, Coppola, Woody Allen, Bertolucci, Polanski… Todos pasaron ante su cámara
Una actitud fundamental después para desnudar en un retrato a todo lo que él ha desnudado: desde Borges a Graham Greene, Umberto Eco y John le Carré; de Berlanga y Almodóvar a Coppola, Woody Allen, Bertolucci o Polanski… Todos pasaron ante su cámara. “Siempre intento sacar lo mejor de cada cual, aunque esto sea turbio”, afirma.
Comenzó a practicar en lo que sería un oficio del que ahora es maestro con un curso por correspondencia. Lo hizo mientras se ganaba la vida vendiendo relojes como viajante: un curro que alternaba con su militancia clandestina en el PSUC (Partido Socialista Unificado de Cataluña) mientras se hacía 2.000 kilómetros al mes para no dejar de alimentar su mirada.
Antes de que muriera Franco se trasladó a Madrid con el juramento íntimo de no perder su acento catalán y un maletín en el que siempre metía carretes y un bocadillo para la gazuza de media mañana. En la capital fundó la agencia Cover y apenas se perdió una noche de la Movida.
Se infiltró en fanzines y revistas alternativas como El Europeo o Madrid me mata junto a compadres como Óscar Mariné o Javier Rioyo y se consagró después como editor gráfico en Cambio 16 y El País Semanal durante casi 20 años. De todas estas épocas datan las fotografías expuestas ahora en Fernández-Braso, un cóctel de historia personal con imágenes en las que pueden sentirse reflejados los espectadores.
Babelia
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