El Guggenheim y el Bellas Artes de Bilbao reabren entre restricciones en la nueva vida de los museos
Los centros de arte reducen aforo y se enfrentan a la pérdida temporal de visitantes extranjeros

Un control de temperatura corporal recibe a todos aquellos que se animen a visitar el museo Guggenheim o el museo de Bellas Artes de Bilbao. Solo pasarán aquellos con menos de 37 grados. Una vez superado este primer control, acceden a unas salas donde abundan los geles higiénicos, las mascarillas son obligatorias y unas pegatinas e indicaciones varias decretan por dónde, y cómo, trascurre el recorrido. La nueva era de los centros de exposiciones pasa por garantizar la salud del público a cambio de reforzar la seguridad y reducir el aforo en las salas. Una brigada de limpieza se encarga de higienizar las barandillas o picaportes.
Las restricciones de movilidad nacional e internacional afectan particularmente a espacios como el Guggenheim, cuyo director general, Juan Ignacio Vidarte, ha afirmado que el 70% de los 1,2 millones de personas que acudieron al museo en 2019 eran extranjeras. Las fases de la desescalada impiden, al menos durante unas semanas, las llegadas de otros países y también de otras Comunidades, al menos de momento, y la limitación de público presente en las salas del edificio de Frank Gehry, un tercio de lo habitual —hasta un máximo de 400 personas a la vez—, provoca estimaciones de que en junio apenas habrá “entre un 5% y un 10%” de asistentes con respecto a otros años, según Vidarte.
El consejero de Cultura del Gobierno vasco, Bingen Zupiria, ha insistido en el acto de reinauguración del Guggenheim que los museos vascos “son lugares seguros”. El objetivo de las próximas fechas pasa por recuperar la “sensación de placer” al visitar estos centros, clausurados totalmente por la crisis sanitaria, y, según ha afirmado, “invitar a la ciudadanía a sentirse segura en una exposición cultural”. Para ello se han sustituido las audioguías por aplicaciones gratuitas que permitan atender las explicaciones de las obras expuestas en varios idiomas. También incentivarán a los asistentes con promociones que benefician a los Amigos del museo y al público ordinario, que al comprar su entrada en junio obtendrán como regalo ese carnet de Amigo por tres meses.

Las condiciones favorables han marcado la decisión de Nerea Larrinaga de acudir con sus tres niñas. Las pequeñas ya conocen el centro y la intuición de la mujer ha funcionado: habría poca gente y podrían visitar con calma las obras expuestas. Larrinaga ya ha mirado qué otros museos de Bizkaia se encuentran ya habilitados hasta que puedan planear viajes más ambiciosos. Otra de las primeras personas en acceder al Guggenheim, Estíbaliz Sarategui, fundamenta haber acudido a este lugar emblemático de Bilbao “para devolverle todo lo que ha dado por la ciudad”, pues la construcción del museo permitió una completa renovación de la ría. “Me hubiera hecho ilusión que hubiera habido una cola larguísima”, confiesa, pero sabe que aún queda mucho para algo así.
Bellas Artes entre mascarillas y geles
El museo de Bellas Artes de Bilbao también ha abierto sus puertas tras el parón obligado. Los sistemas de control de temperatura y las rutas por las exposiciones modifican la visita tradicional a estas salas, que apenas unos minutos después de permitir el acceso de visitantes ha recibido a varias personas con ganas de recuperar el consumo cultural. El primero ha sido José María Paíno, que bromeaba con que “las exposiciones se quedaron ahí colgadas” y merecían ser vistas. “Esto me llena mucho, me reconforta”, ha explicado este bilbaíno, que se confesaba deseoso de volver a los museos.
Lourdes, que prefiere no dar su apellido, se detiene ante unos paisajes de Darío Regoyos en la exposición Beruete, Regoyos y la renovación del paisaje en las colecciones de Corral y Entrecanales y comenta que lo que más añoró durante las semanas de confinamiento reglado fue “la naturaleza y su olor”. Una vez que durante estas semanas de desescalada ha conseguido regresar a zonas verdes y dar paseos, el siguiente paso natural era los museos: se acabó ver películas en casa como recurso cultural. “Pensaba que iba a haber bastante gente el primer día”, admite, al verse sola en una de las salas del Bellas Artes.
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