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Bernardo Atxaga, premio Nacional de las Letras

El escritor vasco ha sido distinguido por "su contribución a la modernización y proyección internacional de las lenguas vasca y castellana"

El escritor Bernardo Atxaga, en una imagen tomada hoy en San Sebastián.
El escritor Bernardo Atxaga, en una imagen tomada hoy en San Sebastián.Javier Hernández
Javier Rodríguez Marcos
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El anuncio de que ha ganado el Premio Nacional de las Letras, dotado con 40.000 euros, ha pillado a Bernardo Atxaga camino de su casa, en Zalduondo (Álava). “Perdona si habló con énfasis. Es que ha nevado y me estoy helando. Hace un tiempo de perros”, cuenta al responder al teléfono. El galardón le llega justo cuando acaba de publicar una novela en euskera Etxeak eta Hilobiak (Casas y tumbas) (Pamiela), que la editorial Alfaguara lanzará en castellano en febrero. “Será la última”, anuncia el escritor. “Llevó 47 años escribiendo, toda una travesía. Y tengo la sensación de que he llegado a un descansillo. Como dicen los flamencos, quiero sentarme en una silla y pensar. Me he pasado la vida redactando notas marginales mientras escribía poemas, cuentos y novelas y ha llegado el momento de revisarlas y ver qué hay en esas notas”. Son, explica, textos que pueden llegar a los 15 folios: “Empezar hablando de un erizo de mar y terminar haciéndolo de Rousseau, Sacher-Masoch y el marqués de Sade”.

El jurado del Nacional de las Letras ha destacado “su contribución fundamental a la modernización y a la proyección internacional de las lenguas vasca y castellana”. Es ya un lugar común hablar de un antes y un después de Atxaga en la literatura escrita en euskera. Él lo niega. “Y no por falsa modestia ¿eh?”, matiza. “Ya me gustaría a mí ser historicista, pero los tiempos no cambian con nosotros sino al revés. Yo aparecí en el momento oportuno, pero antes ya había habido traducciones de Homero al vasco o grandes autores como Gabriel Aresti o Jon Mirande. Lo que pasa es que el momento no les acompañó. Algo que sí sucedió con mi generación”. El escritor, cuyo nombre civil es Joseba Irazu (Asteasu, Guipuzkoa, 1951), cita concretamente el libro de poemas Etiopía, publicado en 1978, que obtuvo el premio de la Crítica: “A los seis meses de salir ya tenía una versión en disco con canciones de Ruper Ordorika”. La explicación hay que buscarla, subraya, en el hecho de que escribir en una lengua minoritaria convierte “al instante cada libro en un acto político, es decir, tiene una resonancia inmediata en la sociedad”. Él suele recurrir al ejemplo del Nobel Isaac Bashevis Singer, que se resistió a abandonar el yiddish en beneficio del inglés porque, explicaba, las almas de los que se encontrara al morir en el cielo (o en el infierno) le preguntarían: “¿Qué hay de nuevo en yiddish?”. “Kafka”, añade Atxaga, “envidiaba esa resonancia social instantánea del yiddish. No podía saber que la mayoría de sus hablantes morirían en los campos de concentración”.

En su caso, no obstante, esa trascendencia se multiplicó exponencialmente en 1988. Ese año publicó un libro de cuentos que se convirtió en todo un fenómeno editorial: Obabakoak. Premio Nacional de Narrativa y Premio de la Crítica, en menos de dos años ya estaba traducido a más de 20 lenguas. Más tarde sería adaptado al cine y al teatro. Luego vendrían novelas comoEl hombre solo, Esos cielos o El hijo del acordeonista, cuyo tema fundamental es el terrorismo de ETA y la violencia en el País Vasco. “Aparecer como un pionero”, reflexiona, “tiene la ventaja de que te traducen en Japón y allí te ven así, como el primero de algo. Pero tiene la desventaja de una doble presión. Por un lado, la del lenguaje, de la que no se libra ningún escritor. Por otro, la presión política. Algo de eso hay en Casas y tumbas, pero ya no tiene sentido contar la historia de la violencia -lo hubiera tenido hace veinte años-. Lo que hago ahora es contar casos concretos. En un colegio, en un cuartel, en un hospital…”

Bernardo Atxaga, que esta tarde a las 19,30 ofrecerá una lectura de su obra en el Centro Cultural Ernest Lluch de San Sebastián, afirma que hace tiempo que abandonó la idea de que en literatura el tema no es importante, “como si fuera igual enfrentarse a un toro o a una vaquilla”. Por eso no le sorprende que se le pregunte con el tema del día: las elecciones generales. “Al contrario que la mayoría de la gente, yo estoy contento de los resultados. Primero, porque el PSOE, que se estaba pasando de listo, ha recibido una lección sin causarle estragos. Pedro Sánchez había caído tantas veces de pie que se había creído que era mejor tirarse por el balcón que bajar por las escaleras. Segundo, porque aquí, en el País Vasco, ni el PP ni Vox han sacado diputados. Además, el hundimiento de Ciudadanos ha demostrado algo que muchos sospechábamos: que se había convertido en el haz de una hoja cuyo envés es Vox".

El jurado del premio ha estado presidido por Carlos Alberdi Alonso, director del Gabinete del ministro de Cultura y Deporte, y como vicepresidenta ha actuado Begoña Cerro Prada, subdirectora general de Promoción del Libro, la Lectura y las Letras Españolas. Como vocales han actuado: a propuesta de la Real Academia Gallega/Real Academia Galega, Ramón Villares Paz; por la Real Academia de la Lengua Vasca/Euskaltzaindia; María Aitzpea Goenaga Mendiola; por el Instituto de Estudios Catalanes/Institut d'Estudis Catalans, Carles Duarte i Montserrat; por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE), María Teresa Echenique Elizondo; por la Asociación Colegial de Escritores de España (ACE), Manuel Rico Rego; por la Asociación Española de Críticos Literarios, José María Pozuelo Yvancos; por la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE), Alicia García de Francisco; por el Centro de Estudios de Género de la UNED, Ana Isabel Luaces Gutiérrez; y a propuesta del ministro de Cultura y Deporte, Juan Antonio Masoliver Ródenas.

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Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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