Distopía feminista
'Paradise hills' es producto de las infinitas lecturas de fantasía y ciencia ficción de la adolescencia de su autora y del irrespirable ambiente colegial de aquellos años
Cuenta Alice Waddington, la enigmática joven directora que se esconde tras este seudónimo, bilbaína, nacida en 1990, llamada realmente Irene y de la que no ha trascendido ni su apellido, que Paradise hills, su meritorio debut en el largometraje, es producto de dos fuentes bien distintas: las infinitas lecturas de fantasía y ciencia ficción de su adolescencia, otros mundos a los que escapar, al menos mentalmente; y el irrespirable ambiente colegial de aquellos años, donde salirse de la línea de lo habitual en cualquier sentido significaba el esquinado destierro a expensas de los matones de instituto. El resultado es una curiosa distopía feminista (la segunda de la semana, junto a La luz de mi vida, de Casey Affleck), ambientada en un centro de reeducación del comportamiento para adolescentes y chicas jóvenes. Una suerte de pastiche referencial de otras muchas películas, al que le falta altura dramática pero que se hace fuerte a partir de sus diseños, de su vestuario, decorados y colorido, creados por profesionales españoles en una producción nacional rodada en inglés con reparto internacional.
Esa fusión entre fantasía y feminismo, en algún aspecto un tanto despegada de la realidad occidental de la que surge y a la que va destinada (los matrimonios obligados por las familias), está envuelta en un mundo futuro tendente al onirismo, pero que parece beber en sus aditamentos de vestuario y decorados tanto de la Inglaterra victoriana como del siglo de Oro español y sus inconfundibles lechuguillas en el cuello, y hasta de algún elemento que acaba recordando a los tercios de Flandes. Conformando así una imagen de imponente colorido y originalidad en una película que, sin embargo, no acierta a encajar, o a hacer verdaderamente personal, su cóctel de referencias cinéfilas en tramas y subtextos: las más evidentes, The stepford wives (Bryan Forbes, 1975), Picnic en Hanging Rock (Peter Weir, 1975) y La fuga de Logan (Michael Anderson, 1976); títulos, sobre todo los dos primeros, que le vienen grandísimos por comparación.
PARADISE HILLS
Dirección: Alice Waddington.
Intérpretes: Emma Roberts, Milla Jovovich, Eiza González, Danielle MacDonald.
Género: ciencia ficción. España, 2019.
Duración: 95 minutos.
El principal problema de Paradise Hills reside en que a su guion, firmado por Nacho Vigalondo, Brian DeLeeuw y la propia Waddington, le falta contenido. Los personajes del sanatorio de reeducación están bien esbozados como desviaciones del ideal social (una chica gorda a la que su madre quiere con cuerpo de modelo; una estrella de la música con tendencia al alcohol y la juerga…), sobre todo del materno más que del paterno, según el relato. Pero más allá de esa pincelada inicial no hay desarrollo ni relaciones atractivas entre ellas ni verdadero poder dramático o diálogos de cierta altura. Y sí bastante ingenuidad. Como si al querer buscar al público adolescente hubiesen mantenido un listón en exceso medio-bajo.
La novedad (y ya no tanta, en realidad) es la autosuficiencia, que las chicas no necesiten quién les ayude a escapar. No hay héroe, y los chicos y hombres que salen, salvo el padre de la protagonista, son meros floreros en un mundo donde la rebelión lleva nombre de mujer. Pero incluso eso no acaba de desarrollarse con convicción, quedándose de este modo en el atractivo conceptual del sanatorio del comportamiento y en la estupenda anomalía de su envoltorio retrofuturista.
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