Sánchez Arévalo, ese raro director con buenos sentimientos
'Diecisiete' es bonita, inteligente, excéntrica, tierna, un homenaje a los desamparados que deben de aprender a perder, que eso les sirva, que no constituya su eterna ruina
Diecisiete, producida por Netflix, película española, no compite en la sección oficial. Debió de parecerles excesivamente tierna, viejuna, según la imbécil terminología de tanto impostor que milita para buscarse a la vida o por vocación (no sé qué es peor) en lo que aconsejen la modernidad y los nuevos tiempos, que siempre han sido tan abyectos como los últimos. La dirige Daniel Sánchez Arévalo, un tío muy raro, un director insólito en el mejor sentido, alguien que imprime indisimulada marca de fábrica a todo lo que crea. Y siempre ha ido a contracorriente, hace las películas que quiere hacer, con la huella de un cerebro y un espíritu inquietantes, que va a su rollo, con argumentos, personajes y diálogos que pondrían en alerta a un productor convencional, incluidos los progresistas, aunque solo se trate en el fondo de: ¿cuánto me voy a llevar si me meto en esta movida tan extraña?
Este hombre comenzó con una película admirable: Azul oscuro casi negro. Fue su Ciudadano Kane y debe de ser complicado sobrevivir a tanto halago, a que inscriban tu nombre con letras de oro en el cine español. Y continuó con ofertas irregulares, hablando de gordos y de primos con un lenguaje muy atrevido, pero que siempre revelan la inteligencia y la sensibilidad de alguien especial, a contracorriente porque seguramente no quiere ni puede ser de otra forma. Diecisiete es una película que aboga por los buenos sentimientos, tan devaluados ellos entre la corriente más asquerosa y prestigiosa (hay que ver a los idiotas, solo reconocidos por su diminuta familia, que les otorga entendimiento y bula) del cine moderno.
Cuenta el corto viaje sentimental y plagado de dificultades entre un adolescente autista (no sé si todavía se puede emplear esa palabra sin que te metan en la cárcel), tan eficaz como subterráneamente sentimental y un hermano protector, desolado porque sufre el abandono de su mujer ante su terror a ser padre, acompañando a una abuela moribunda. Todo suena a disparate, pero Arévalo introduce humor del bueno, paradojas con causa, humanidad de primera clase, diálogos endiablados, situaciones que te conmueven. A mí, por lo menos, que tengo una madre en situación parecida desde hace infinito tiempo y con la que no haría jamás ese resolutivo y extraño viaje. He empleado toda mi vida el anticuado y empalagoso término (aseguran los farsantes) de “algo bonito” a libros, música, pinturas, mujeres y películas. Y Diecisiete es bonita, inteligente, excéntrica, tierna, un homenaje a los desamparados que deben de aprender a perder, que eso les sirva, que no constituya su eterna ruina.
La red Avispa, dirigida por Olivier Assayas, director que no me interesó jamás en su faceta de crítico, ni tampoco su cine sicologista, retorcido, vacuo, pretencioso, lo hace bien cuando se mete en historias de intriga sobre personajes e historias reales. Su retrato del terrorista Carlos, el Chacal, aquel individuo presuntamente radical que protagonizó acontecimientos tan turbios como sanguinarios, estaba muy bien. Aquí cuenta la infiltración en Miami de una red de espionaje castrista para neutralizar a los movimientos terroristas en Cuba de gente exiliada. Es discreta, es entretenida, es aceptable.
Que se programe aquí está en función del último trabajo de Penélope Cruz, galardonada justamente con el Premio Donostia. Está muy creíble en el personaje de una mujer que creyó en la Revolución y que constata con estupefacción que su marido se ha largado a Miami, que se ha convertido en un traidor. Y, por supuesto, todo es más complejo de lo que parece. Penélope Cruz, esa mujer tan hermosa (acepto que la Inquisición me entrulle por utilizar expresiones machistas) como excelente actriz (y a ver quién demonios me condena por algo tan evidente) está, como siempre, muy bien. Cuando empezó me molestaba su intensidad, que gritara siempre. Desde hace mucho tiempo me parece una actriz formidable. Y también en legítima posesión de ese atributo tan escaso y ansiado conocido como estrellato. Está muy bien esta tía. Y su marido, Javier Bardem, igualmente. Para mí, es un placer verlos y escucharlos en la pantalla. Son talento, magnetismo, convicción.
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