Ancianos que buscan su refugio
'Y llovieron pájaros' no es una gran película, pero la encuentro estimable
Hace mucho tiempo que no logro que me aflore la lágrima, esa sensación en el fondo tan liberadora, pero todavía noto su cercanía escuchando algunas canciones. Me ocurrió ayer cuando en la película Y llovieron pájaros un anciano personaje, a punto de tomar una decisión tan lúcida como trágica, canta la preciosa canción de Leonard Cohen Bird on the Wire, esa que dice: “Como un pájaro en el alambre, como un borracho en un coro de medianoche, he intentado, a mi manera, ser libre”.
También recuerdo inevitablemente lo que alguna vez escribió un amigo mío, que años después decidió acabar por la vía rápida: “Busca tu refugio es el mejor consejo que he recibido en la vida, pero en el curso del tiempo ya he comprendido que para alguien como yo, el mejor refugio y la intemperie son la misma cosa”. Estas tristes asociaciones mentales me asaltan observando la historia que de forma sensible (sensiblera y tramposa, berrean algunos) me cuenta la directora canadiense Louise Archambault.
La protagonizan señores muy mayores que hace años decidieron exiliarse de su antigua existencia para sobrevivir en los bosques. Estos eremitas viven cerca, su apuesta por la soledad y la misantropía ha sido radical, se tienen entre ellos, también les acompaña algún perro, cultivan maría para su sustento y para fumársela, beben solo de vez en cuando porque ya han constatado lo que es un coma etílico, se bañan en el lago y pescan, siguen encontrando encanto en observar el amanecer y el atardecer todos los días, hablan lo justo o nada de su pasado, van tirando, no se quejan, el aislamiento casi absoluto fue una instintiva y pensada elección vital, saben que el final puede llegar en cualquier momento. Y recibirán con fastidio y comprensible miedo la visita de una fotógrafa especializada en retratar vejez y soledades. También la de una anciana que ha pasado la mayor parte de su jodida existencia en clínicas mentales y que solo desea palmarla al aire libre. Y ocurre alguna cosa conmovedora: recobrar sensaciones milagrosas o que se daban por perdidas. Y me siento a gusto durante un par de horas en compañía de los que se sentían acabados. No es una gran película, pero sí el encuentro estimable. Se nota que la directora cree en lo que está narrando, sabe transmitir lo que sienten esos voluntarios náufragos.
La brasileña Pacificado está producida por Darren Aronofsky, ese director que a mí casi siempre me resulta estomagante y al que otros iniciados aplican esa etiqueta que me resulta tan engolada y cursi de director de culto. Pero esta película no tiene la menor relación con su retorcida obra. La veo y la escucho sin que me ocurra nada malo, pero tampoco me proporciona ni frío ni calor.
Cuenta el retorno a la favela, después de haber estado enchironado muchos años, de alguien que ocupó el trono en territorio tan peligroso, la problemática relación con su familia, el temor del nuevo y salvaje poder a que el antiguo rey quiera recuperar su corona. Ocurre durante los Juegos Olímpicos, con el Gobierno pactando con la delincuencia ancestral para mantener el orden. Es más pulcra que compleja. La consumes e inmediatamente la olvidas.
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