Amor y luna
"La cosa no es veranear aquí, que además esto es insoportable, sino que los demás piensen que veraneamos aquí"
El padre de Elisardo Bastiaga cumplió años, nadie en el pueblo sabe cuántos. Discretamente organizó una cena en su piso de Sanxenxo, un lugar tan bien situado frente a la playa que le debió de costar un pastón alquilarlo en agosto, a juzgar por los muebles: ninguno. Resulta que apenas viven allí porque no pagan ni la electricidad, pero lo que se presume veraneando en primera línea en Sanxenxo no tiene precio. "La cosa no es veranear aquí, que además esto es insoportable, sino que los demás piensen que veraneamos aquí", dice la madre de Bastiaga, una señora llamada Roma Martín; tiene 74 años y una cuenta de Twitter que no usa llamada @romartin70 ("era de cajón", comenta).
Cenamos sobre una mesa, eso es verdad, y nos arreglamos con las luces del paseo marítimo. Al padre de Bastiaga le interesa por alguna razón mi vida y mi trabajo, y le comento que no hay un solo día, agravado por momentos, en que yo no haya tenido la sensación de que alguien me señalará como al emperador el niño para decir que está desnudo, pues en mi vida ha habido tales cantidades de suerte que todo lo bueno me parece injusto y lo malo, compensación divina.
Es "síndrome del impostor", dice Bastiaga hijo, y entonces empiezo a dudar de si conté lo mío para que se animase él a contar lo suyo. Todo el verano llevamos con "llamadas" de los principales dirigentes políticos de la izquierda española para formar gobierno, todo. "Les pasa a muchos en mi empleo. No exactamente en el de los cargos públicos, porque ahí se necesita no sólo no ser consciente del síndrome sino, de tenerlo, disfrutarlo y no sufrirlo. Yo afortunadamente me he librado, pues la consultoría y la asesoría son campos en los que mantengo un extraordinario manejo", dijo mientras le hacía la foto a una patata del plato para subirla a Instagram.
No, Bastiaga no tenía el síndrome del impostor y además hacía bien, porque el síndrome del impostor afecta a gente que sabe perfectamente que no lo es, o que sabe perfectamente que lo es. Lo que fuese Elisardo Bastiaga me daba igual porque era ya mi amigo, por desgracia y por fortuna, como todos los amigos; las emociones incontroladas que provoca la amistad son una deuda que contraemos con el destino, y a veces toca pagarlas y otras cobrarlas.
Al menos los padres de Bastiaga no provocaban debate. Él "sirvió" en la Xunta (hay gente que habla de su época en la administración como si estuviese en Irak, y a mí me parece bien) y ella fue maestra toda la vida en un colegio de Portosín. Cenamos bien, y la conversación fue tan agradable y natural que me cogieron por la espalda cuando les pregunté cómo se habían conocido.
-En el espacio -dijo ella, mientras miraba enamorada a su marido.
-Una de las misiones Apolo, sí -dijo él.
Elisardo puso cara de haber escuchado esa historia mil veces. Sus padres habían sido astronautas en su juventud antes de encontrar un piso ideal en Portosín para trabajar en la Xunta de Fernandez Laxe, y esa historia al parecer le cansaba. Miré fijamente mis manos y ya no temblaban. Bastiaga se disculpó cuando sonó su movil: “Es Almunia”.
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