Rober Calzadilla: “La historia de los perdedores existe, pero nadie la ve”
El director de cine venezolano se somete al carrusel de preguntas de este diario
En su primer largometraje, El Amparo, Rober Calzadilla (Matutín, Venezuela, 1975), reconocido con 25 premios nacionales e internacionales, cuenta la historia de dos hombres que sobreviven a un ataque armado en el que mueren 14 de sus compañeros. Fue un hecho real que dice el autor que le marcó siempre porque “ellos podían ser como él”. Eran los años 80, en la caliente frontera entre Venezuela y Colombia. Les acusaron de ser guerrilleros. Ellos mantuvieron siempre que simplemente habían salido a pescar. Esta es la historia que cuenta el laureado filme del cineasta venezolano, que se proyecta esta semana y la próxima en Casa de América en Madrid. El relato que tanto impresionó al joven Calzadilla también logró atrapar a los espectadores. Su ópera prima, ha logrado cinco premios del público en festivales en Francia, Colombia, Italia y Perú.
Actualmente el director atraviesa un estado de salud muy delicado. Familiares, amigos, compañeros de cine y teatro han puesto en marcha una campaña para financiar su tratamiento. “Rober tiene mucho por hacer, muchas historias que contar”, aseguran en su petición de ayuda. “Su voz, sus historias, siguen generando expectativas en Venezuela, donde a pesar de la grave crisis que vive el país, él ha seguido empeñado contra todos los obstáculos en hacer cine”. Zona en Reclamación y La Balada de Dora son dos de sus nuevas películas en desarrollo.
¿Existe la verdad?
No, no existe. Cada uno tiene una verdad particular y ahí nos perdemos todos.
¿Su verdad, entonces?
Uf, eso es un preguntón. A los 44 años no sé cuál es. Pero si debo responder, diría que la de hoy es que hoy me he visto como un entusiasta al que le gusta entusiasmar a los demás. Soy un profesor, un incentivador, un motivador.
¿Verdad o felicidad?
Felicidad, sin duda. Prefiero ser feliz que andar con la verdad en la cabeza.
¿La historia la pueden escribir los perdedores?
Sí, la pueden escribir perfectamente los perdedores, pero no se considera. Nadie la ve. Su historia es opaca. Para llegar a ella hay que ser un poco curioso y pasar la valla del poder hegemónico que nos domina. Hay que saltar y ver más allá de la ola.
¿Cuál sería la pregunta más incómoda para usted?
Si llevo el ombligo limpio.
¿Y para un gobernante?
Si duerme bien en las noches.
¿Qué es la memoria?
La memoria es la más grande de las traidoras y mentirosas. Creo que todo me lo he inventado. Yo rehago un 90% de mis memorias. Tengo recuerdos de cuando tenía tres años y hasta seis meses y me gusta.
En El Amparo quería que sus personajes fueran personas, ¿un director de cine puede escaparse del personaje?
No, no puede, pero a mí me gusta intentarlo. Yo juego a ser persona con mis actores y no ir aparte. No sé si eso será una virtud, pero me pongo al mismo nivel. Un personaje sabe todo lo que tiene que pasar; una persona, no. En el rodaje, por ejemplo pedí a mis actores que se despojasen de todo, pero yo fui quien más lo hice. Antes incluso de pedírselo a ellos.
¿Qué personaje de cine o de la historia le hubiera gustado ser?
Del cine, Bruce Lee. Es todo un referente de mi infancia y aún lo sigue siendo.
Si fuese un paisaje, ¿qué sería?
Sería una montaña inmensa, las montañas me transmiten una fuerza descomunal.
¿Y una música?
Hace unos días habría dicho que una canción de Led Zeppelin, pero hoy me siento más como una de Leonard Cohen, más reflexivo y atento.
Si tuviera un superpoder…
Uy, eso me encantaría. Uno para acabar con todos los psicópatas que están gobernando en mi país en estos momentos.
¿Qué cambiaría de usted?
Creo que la intolerancia.
¿Qué libros tiene en su mesa de dormir?
Solaris, de Stanislaw Lem.
¿Junto a quién le gustaría sentarse en una fiesta?
Al lado de Jack Nicholson para tomarme un whisky. Puede que no hablásemos nada, pero me da morbo.
Si pudiera adquirir cualquier pintura ¿cuál sería?
Con cualquiera de Mark Rothko sería feliz.
¿Con quién le gustaría quedarse atrapado en un ascensor?
Con una cineasta que admiro mucho, Lucrecia Martell.
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