Aquel verano en el pueblo
Salvo la soberbia primera secuencia, el vuelo del conjunto acaba siendo corto, como si la falta de ambiciones en el guion fuera su gran virtud y su único defecto
Un loable ejercicio de modestia, impecable en su sencillez. Nada malo se puede decir de un debut como el de Ojos negros, insólito ejercicio de creación única dirigida por cuatro jóvenes, Marta Lallana, Ivet Castelo, Iván Alarcón y Sandra García, al estilo de lo que supuso la aún reciente Las amigas de Àgata (Alabart, Cros, Rius y Verheyen, 2015). De hecho, ambas obras son trabajos fin de carrera de la Universidad Pompeu Fabra.
OJOS NEGROS
Dirección: Marta Lallana, Ivet Castelo, Iván Alarcón, Sandra García.
Intérpretes: Julia Lallana, Alba Alcaide, Anna Sabaté.
Género: drama. España, 2018.
Duración: 65 minutos.
Eso sí, salvo la impresionante, soberbia primera secuencia, el vuelo del conjunto acaba siendo un tanto corto, como si la falta de ambiciones en el guion fuera al mismo tiempo su gran virtud y su único defecto. Su duración, apenas una hora, lleva a pensar en el lugar común del corto alargado. Algo que, por un lado, desmienten sus propias imágenes y las sensaciones que provoca: bellas composiciones, ritmo cuidadoso, nunca moroso, aroma a verano en el pueblo, donde las horas pueden parecer días y los meses toda una vida, dicho esto en el mejor de los sentidos. Y algo, lo del corto alargado, que por otro lado podrían confirmar algunos ejercicios semejantes recientes: Elena López Riera contó algo semejante en Pueblo (2014), y su pieza duraba media hora menos, y Ojos negros está narrada en un estilo muy reconocible, el de ciertos grandes cortometrajes de los últimos años protagonizados por niños en ambientes rurales, con Les bones nenes (Clara Roquet, 2016) a la cabeza. De hecho, la propia Roquet ha sido una de las tutoras de este gran ejercicio estudiantil convertido en estimable película.
De modo que cuando casi caemos en la tentación de entroncarla con Verano 1993, parece el momento de aclarar que, de nuevo, el estilo es semejante (cámara en mano, punto de vista en la niña protagonista y en su mirada, reencuadres a partir de puertas y ventanas…), pero la enjundia y, sobre todo, el atrevimiento, son menores que los de la película de Carla Simón.
Padres divorciados. Hija a repartir en verano. Agosto en el pueblo, con la tía, la que se quedó, la encargada de cuidar a la abuela. Nuevas amistades, nuevas diversiones, más plácidas, sencillas y quizá fructíferas. Casi un clásico de la vida española. Eso es Ojos negros, relato que apunta con sutileza variados subtextos, pero que luego opta por no desarrollar, y que, en el mejor instante, se inicia con un plano fijo portentoso: el del rostro de una niña de 14 años, en plena pubertad, que oye y vislumbra una discusión de sus padres separados, quizá como tantas otras en el pasado. Y lo que hace con la cámara a apenas un palmo en esos dos minutos Julia Lallana, protagonista absoluta y hermana pequeña de una de las directoras, es un prodigio que intérpretes profesionales con infinita mayor experiencia quizá no podrían lograr.
Babelia
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