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Crítica | Bosque maldito
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No es mi hijo

El arranque de este drama podría estudiarse en las escuelas de cine, por la sabiduría de condensar, en una sola imagen, lo que el resto del metraje desgranará

Séana Kerslake y James Quinn Markey, en 'Bosque maldito'.
Séana Kerslake y James Quinn Markey, en 'Bosque maldito'.

Un niño simula muecas monstruosas ante el espejo deformante de una feria, mientras su madre le observa en la distancia. Una manera de abrir una película que podría estudiarse en las escuelas de cine, por la sabiduría de condensar, en una sola imagen, lo que el resto del metraje desgranará en un relato que, pese a su filiación clásica y su claro desinterés por subvertir la tradición, logra conquistar una clara personalidad a través del estilo. Porque el debutante Lee Cronin parece saber a la perfección que el miedo, esa emoción tan gratificante pero tan difícil de provocar desde una pantalla, no es algo que se enuncie, que se manifieste de manera automática por una simple elección del tema, sino que es algo que sólo se puede convocar de manera ritual, como quien cocina una pócima a fuego lento. Dicho de otra manera, el miedo, como todo lo realmente importante en un arte como el cinematográfico, es fundamentalmente cuestión de lenguaje (visual), un asunto de estilo.

BOSQUE MALDITO

Dirección: Lee Cronin.

Intérpretes: Séana Kerslake, James Quinn Markey, Kati Outinen, James Cosmo.

Género: terror. Irlanda, 2019.

Duración: 90 minutos.

Bosque maldito se acerca a la pesadilla de una madre que, tras lo que se supone que ha sido un abandono o una ruptura, se retira a vivir con su hijo a una zona aislada, donde un colosal agujero en medio del bosque activará arraigados temores e introducirá un progresivo extrañamiento en la relación maternofilial. Cronin y su coguionista Stephen Shields optan por no explicar nada innecesario, mientras decisiones formales tan sencillas como la de invertir la cámara en el momento de filmar ese viaje de llegada con ecos de El resplandor (1980) se revelan de una penetrante eficacia.

A Cronin le gusta abrir fisuras en las elipsis que dan paso de una secuencia a otra. El modo en que esta estrategia carga de extrañeza los movimientos de los personajes en el epílogo deja claro que Cronin quizá no sea un gran renovador temático del género, pero sí uno de sus más apreciables estilistas, alguien que sabe que no hay que tomar atajos para el susto, sino que construir una pesadilla es tan laborioso como cultivar un bosque con un vacío en su centro.

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