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La historiadora que devolvió la vida a la ‘Judit’ de Rembrandt

Teresa Posada presenta nuevas pruebas contra el título de 'Artemisa', que mantuvo este cuadro durante casi 160 años lejos de la leyenda ejemplar de una mujer libre y valiente

Teresa Posada, conservadora de pintura flamenca en el Museo del Prado, con Judit en el banquete de Holofernes, de Rembrandt, al fondo.
Teresa Posada, conservadora de pintura flamenca en el Museo del Prado, con Judit en el banquete de Holofernes, de Rembrandt, al fondo.Samuel Sanchez

Ella prefiere que digamos “retitulación”, pero en realidad es un “renacimiento”. Porque Teresa Posada Kubissa devolvió -hace una década- a la vida pública a una mujer libre, valiente y soberana. Judit fue rebautizada como Artemisa y así se mostró en el Museo del Prado durante casi 160 años. Ya no era la liberadora del pueblo de Israel, sino una mujer humillada y doblegada a su esposo recién fallecido, de quien se bebe sus cenizas mezcladas en vino para honrar su menoría, para ser sepulcro viviente de su él y, a fin de cuentas, porque sin su marido no puede ser. Entenderán que muere envenenada antes de dar el último trago de su rey Mausolo hecho polvo.

Judit ha vivido en el Prado estos dos siglos con el privilegio de ser la protagonista del único cuadro de Rembrandt. Demasiado llamativa, demasiado ejemplar para la contrarreforma feminista del siglo XIX. No puede seguir siendo la heroína que decapita al dictador Holofernes y libera a los suyos. Así que se la somete para que protagonice una historia ajena. Y ocurre de una forma sencilla y, en apariencia, tan ingenua, que Teresa Posada, conservadora del departamento de pintura flamenca y de las escuelas del norte del Prado, asegura no ser consciente de las dramáticas consecuencias que sus investigaciones revirtieron en 2009.

Rembrandt pinta a Judit a punto de entrar en el banquete de Holofernes, engalanada, atiborrada de perlas, joyones y armiño, pulseras, pendientes, broches, oros y más brillos alegres, dispuesta a cumplir con su misión: salvar a su comunidad. No es una viuda triste y rota, no es Artemisa. Y Teresa Posada sospechó de ese título y la leyenda por la criada que se esconde en el fondo: porta un saco (donde meterán la cabeza de Holofernes). “Ahí no pueden ir las cenizas de un rey [Mausolo]”, dice la historiadora, que recuerda que el cuadro entró en las colecciones reales en 1815 siendo Judit.

Arte peligroso

La especialista publicará en breve la segunda parte de su investigación, con un nuevo argumento que afiance la vuelta al título original: “La escena elegida es poco habitual en pintura, pero no en los grabados flamencos del siglo XVI, a los que Rembrandt estaba habituado. La elige porque siempre quiere hacer algo nuevo, quiere distinguirse del resto y prefirió evitar el típico momento de la degollación”, sostiene. Además, la inminente restauración de la obra (que cuelga en la exposición temporal Velázquez, Rembrandt, Vermeer. Miradas afines) terminará de despejar las dudas sobre las tesis de la historiadora.

No hay nada inocente en el arte, ni en los museos. Ni en las intervenciones de los historiadores sobre los catálogos. Todo tiene un motivo y una motivación y en este caso el pintor alumbra una heroína y el historiador la mata. El responsable del cambio de nombre y de mito fue Pedro de Madrazo, a quien en 1843 su padre, José de Madrazo -director del Prado-, le encarga redactar el catálogo del museo. Sí, nepotismo. Y Pedro se comporta como un portero del patriarcado, cuidando que nadie altere la fiesta, que el hombre siga en su lugar. Justo entonces, cuando los privilegios de la hombría son cuestionados por ellas, una cabeza de hombre decapitada por una mujer -¡un hombre derrotado!- es una declaración de guerra a lo más sagrado.

Pedro de Madrazo vivía con indignación el ascenso público de las mujeres, porque habían provocado el colapso del honor y el final del “espíritu caballeresco castellano”. Melancólico, refunfuñaba porque “todo es afectación, sensualidad y gala inútil”. Así lo leyó en el ingreso a la Academia de Amador de los Ríos, en 1859, en un discurso en el que declaró que “el antiguo y varonil ejercicio de la caballería” se había “convertido en romancesco e idolátrico culto de la mujer”. Para Madrazo, triple académico, fueron las mujeres quienes lograron distraer a los machos de sus varoniles actividades, siempre derrotando enemigos y protegiendo las fronteras. También fue una mujer quien acabó con sus negligencias científicas.

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