Condenada a dos años de cárcel la condesa que robó un ‘van dyck’
La aristócrata Cristina Ordovás deberá indemnizar con 165.000 euros a los ingleses a los que pertenece el cuadro 'Anna Sofía, condesa de Carnarvon'
Un par de veces, durante el juicio, el abogado defensor se echó las manos a la cabeza. Tal vez el lenguaje corporal delatara así la preocupación del letrado por la complicada posición de su clienta. Sus temores han resultado fundados: la Audiencia Provincial de Madrid ha condenado a dos años de cárcel a Cristina Ordovás Gómez-Jordana, condesa de Ruiz de Castilla, por haberse apropiado indebidamente del cuadro Anna Sofía, condesa de Carnarvon, del maestro flamenco Anton Van Dyck, datado entre 1633 y 1641. La aristócrata también deberá indemnizar a los propietarios de la obra —dos británicos que autorizaron la entrega del cuadro a Ordovás para que decidiera si quería comprarlo y jamás volvieron a ver ni el van dyck ni el dinero— por 165.000 euros, el valor concordado en esa transacción fallida que originó la demanda y el juicio.
El fiscal exigía cuatro años de prisión. La defensa negaba cualquier delito penal, aunque admitía que la aristócrata, viuda del conde Juan de Goyeneche y relacionada desde hace tiempo con el mundo del arte, pudo incurrir en un incumplimiento contractual. La sentencia, emitida por la sala séptima de la audiencia y contra la que cabe recurso, rechaza esa opción: "Es evidente que no se trata del mero incumplimiento de un pago sino de la apropiación del bien". El fallo, al que tuvo acceso EL PAÍS, suma también una multa diaria de 12 euros durante nueve meses.
Las tres magistradas consideran probado, en buena parte, el relato que los denunciantes ofrecieron durante el proceso. John Gloyne y Noel Kelleway adquirieron Anna Sofía, condesa de Carnarvon en una subasta, en 2009, por 40.000 euros. Junto con un tercer socio, el español Pedro Saorín, trajeron la obra a España para venderla. Mientras, encargaron análisis que confirmaron la autoría de Van Dyck y aumentaron el valor del cuadro. Finalmente, en junio de 2014, Saorín encontró en la condesa, a la que conocía desde hacía décadas, una potencial compradora. De ahí que el cuadro llegara a casa de Ordovás, "para probarlo", según relató ella en el juicio. En su declaración, agregó que la obra le pareció "horrorosa". Sin embargo, accedió a quedársela.
Desde entonces, pese a su impago, la aristócrata dispuso del cuadro como si fuera suyo. Tanto que lo entregó a Globomas, una sociedad con sede en Liechtenstein, "de una manera casi inmediata, desconociéndose qué recibía por dicha aportación", se lee en la sentencia. Es decir, cuando, meses después, los ingleses empezaron a reclamarle el dinero o la restitución del cuadro y Ordovás prometió una y otra vez que pagaría al día siguiente, hacía tiempo que el van dyck ni siquiera estaba en sus manos. Todavía, de hecho, no ha sido recuperado: se encuentra en Zúrich.
En el juicio, dos asesores de la condesa contaron que había cerrado en agosto de 2014 la aportación a Globomas de 33 cuadros —incluido Anna Sofía, condesa de Carnarvon— por un valor de unos 200 millones de euros y que les fichó justamente para deshacer ese acuerdo. Ambos se reunieron con Gherard Wolf Mier, responsable de Globomas, en Marbella y lograron cancelar la operación. Sin embargo, el alemán adujo que la condesa le debía 600.000 euros y pidió quedarse con el van dyck de la discordia y otra obra del mismo autor. Ordovás aceptó, según sus asesores.
Frente a ello, en el juicio la condesa se dibujó como víctima de estafa y engaño. "Si a usted le hubieran robado todo, estaría tan nerviosa como yo. Y encima pringo", llegó a decirle a la presidenta del tribunal. En una primera versión, Ordovás aseguró que el cuadro le había sido sustraído en julio en una mudanza, algo que las magistradas han descartado. En el juicio, en cambio, la aristócrata relató un segundo presunto robo.
Contó que Wolf Mier acudió a su casa, un día que ella no estaba, para llevarse varios cuadros que Ordovás le había autorizado a vender. Ya que el van dyckyacía embalado —la condesa lo había quitado del marco porque este también le parecía "espantoso"— al lado de ese montón de obras, Wolf Mier lo recogió. La condesa lo resumió así: "Gherard desapareció, y venga a llamarle. Se llevó los cuadros que le dejé con todo mi cariño y me hizo la faena".
Su declaración, tan accidentada que provocó los gestos de desesperación de su propio letrado, no convenció en absoluto a las magistradas: hasta la citan como una de las razones que contribuyen a probar el delito de apropiación indebida. "Resulta increíble que la acusada no controle qué cuadros se lleva el tal Gherard y dónde están obras que no son de su propiedad", reza el fallo.
Los ingleses, sin conocer el destino de su obra ni el enredo que estaba protagonizando, comenzaron a presionar con insistencia a Ordovás. "Un bombardeo" de e-mails, en palabras de la condesa. En primavera de 2015, se reunieron con ella y pactaron el pago de 180.000 euros, por el tiempo transcurrido y las molestias ocasionadas. Por enésima vez, el dinero no llegó. Ante meses de palabras vacías, buscaron una vía más efectiva: los tribunales. Las juezas lo tuvieron tan claro que el proceso duró cuatro horas. Al día siguiente, ya estaba lista la sentencia.
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