Migas de bruja en forma de bolso
Durante una hora, se mantiene vivo el interés gracias a un juego de artificio
A principios de los años noventa, como ecos aún más cotidianos del grandioso éxito de Atracción fatal (Adrian Lyne, 1987), se fueron acumulando en el cine americano los thrillers con psicópata a la vuelta de la esquina de casa (o incluso en la misma). Relatos que pretendían tanto indagar en los recovecos más oscuros de la soledad del ser humano como experimentar con la falta de lucidez provocada por una tragedia del pasado que se expulsaba en forma de delirante acoso al inocente. Una suerte de intriga psicológica a medio camino entre el policiaco y el terror, con leves apuntes sociales, que además practicaron algunos excelentes directores, legando así un puñado de títulos para el recuerdo del entretenimiento con clase: De repente, un extraño (John Schlesinger, 1990), Misery (Rob Reiner, 1990), El cabo del miedo (Martin Scorsese, 1991), La mano que mece la cuna (Curtis Hanson, 1992), y Mujer blanca soltera busca… (Barbet Schroeder, 1992).
LA VIUDA
Dirección: Neil Jordan.
Intérpretes: Chloë Grace Moretz, Isabelle Huppert, Maika Monroe, Stephen Rea.
Género: thriller. EE UU, 2018.
Duración: 98 minutos.
Muerta a base de agotamiento y reiteración, la moda pasó y, salvo casos muy puntuales y de calidad incomparablemente a la baja (Obsesión, de Rob Cohen), poco más se supo, al menos en el cine comercial, hasta la llegada de La viuda, nueva película del veterano irlandés Neil Jordan, acostumbrado durante toda su carrera a las atmósferas turbias y a las personalidades malsanas, que regresa después de seis años sin película, tiempo en el que apenas ha dirigido algunos episodios de la serie Los Borgia.
La añoranza, la tristeza, la soledad y el desvarío mental causado por una tragedia del pasado, bases de aquellos thrillers, regresan en una película que, durante una hora (hasta la secuencia de la ambulancia), mantiene vivo el interés gracias a un jugoso juego de artificio con el que Jordan, viejo zorro, parece estar a gusto, y más al lado del cañón de desequilibrio gestual que puede llegar a ser Isabelle Huppert. Sin embargo, en un último tercio disparatado en su guion, obra del estadounidense Ray Wright, con la colaboración del propio Jordan, el castillo del acoso, y sobre todo el de la soledad, se vienen abajo por culpa de la absoluta falta de lógica interna dentro de cada una de las situaciones, insostenibles ni aun entrando en el espíritu granguiñolesco que se supone pretende construir el irlandés.
Que desde el inicio todo tenga un aire de cuento perverso (la bruja que deja migas de pan en forma de bolsos de marca en el metro de Nueva York, con su carnet de identidad dentro, para almas cándidas e ingenuas que quieran devolverlo), y de esto sabe el autor de En compañía de lobos (1984), no es óbice para la sucesión de arbitrariedades en los comportamientos del último acto, ejemplificados en la cara de pasmo del detective privado interpretado por Stephen Rea, que acude a la casa del terror, en una esquina neoyorquina de fábula, con el candor que a muchos espectadores les habrá sido imposible mantener a esas alturas.
Babelia
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