Jimmy Page, un guitarrista monumental y tacaño
Una nueva biografía no autorizada esboza las contradicciones del fundador de Led Zeppelin
Desde la publicación de El martillo de los dioses, la biografía firmada por Stephen Davis, no resulta fácil escribir sobre Led Zeppelin. Aquel libro, autenticado por las confidencias de un antiguo asociado del grupo, pintaba el imperecedero retrato de una banda depravada e intocable… hasta que un calvario de incidentes y tragedias les separó en 1980, entre absurdas especulaciones sobre las facturas del karma y la magia negra.
Con todo, la bibliografía sobre Led Zeppelin no ha dejado de crecer. Ocurre que su legado musical se mantiene comercialmente vivo, no eclipsado por lo que ha venido luego. Solo Robert Plant, el cantante, ha logrado desarrollar una carrera sostenida como solista. Por el contrario, Jimmy Page, guitarrista y factótum, ha dado bandazos como creador y, en lo que llevamos de siglo, solo se dedica a cuidar de la herencia de Led Zeppelin, con reediciones mimadas y rescates de material inédito.
Simultáneamente, Page intenta borrar su imagen de drogadicto, ocultista y depredador sexual. Y alguna respetabilidad ha logrado: en 2005 fue nombrado miembro de la Orden del Imperio Británico. Pero no por la música: le premiaron por financiar programas de ayuda para niños brasileños, concebidos por su esposa de entonces, Jimena Gómez-Paratcha. Page se parapeta detrás de abogados, que exhiben contratos de confidencialidad cuando se acercan autores atraídos por su persona.
Así que Jimmy Page: la biografía definitiva (Cúpula), de Chris Salewicz, es un libro no autorizado. Y se nota. Se trata de un texto desequilibrado, minucioso hasta 1980 y escueto respecto a la segunda mitad de la existencia de Page. Mucho relleno —Salewicz transcribe las entrevistas que realizó al guitarrista en otros tiempos— y algunas perlas: detalles desconocidos de su existencia, como el divorcio de sus padres, cuando descubrió que su progenitor tenía una segunda familia. Sin embargo, hay un trecho entre ese trauma y la conclusión de que eso explica su necesidad de control absoluto, con el consiguiente desprecio por los sentimientos de íntimos y empleados.
Salewicz concede demasiada importancia al hecho de que Page naciera bajo el signo de Capricornio. Más reveladora resulta su obsesión por el dinero. Aún antes de triunfar a lo grande con Led Zeppelin, tenía unos ahorros considerables, gracias a su intenso trabajo como músico de estudio… y una férrea renuencia a gastarlos. Desde su casa de campo, podía desplazarse a Londres haciendo dedo. Luego, ya famoso, viajaba en tren pero en segunda clase. Cuando le hicieron ver que eso rompía su imagen de rock star, aceptó que le pusieran coche y chófer, unos gastos que —atención— sus compañeros debieron asumir.
Al menos al principio, si se ensayaba en su casa, cobraba la comida que consumían sus colegas. No sorprende que el primer contrato que Led Zeppelin firmó con Atlantic Records tuviera un insólito reparto: 50% para Jimmy mientras el resto se dividía entre Plant, el bajista John Paul Jones, el baterista John Bonham y el mánager, Peter Grant. Una roñosería que posiblemente aclare lo que ha resultado ser una mancha indeleble: la tendencia a apropiarse de canciones ajenas. Solían quedar irreconocibles tras pasar por la trituradora de Led Zeppelin pero no resultaba muy estético que disputara derechos de autor a pobres músicos de blues o folkies olvidados. Todo es plagio en la música popular pero, cuando alguien se resiste a pagar, se convierte en explotación de los débiles.
El acuerdo con Atlantic ratificaba que Led Zeppelin era un invento exclusivo de Page. Aunque inicialmente imitaba los hallazgos del Group de su amigo Jeff Beck, inmediatamente superó al modelo gracias a la intensidad de sus interpretaciones, la audacia de las producciones y una paleta estilística que iba del soul a las piezas acústicas. La ferocidad del grupo en directo y los recursos de sus cuatro miembros redondearon su impacto. Ayudó igualmente su altivez: ignoraron a una prensa musical que les era hostil y se negaron —por lo menos en los países anglosajones— a extraer singles de sus elepés.
Por el contrario, Page nunca supo gestionar las relaciones con sus compañeros. Led Zeppelin ha resucitado para conciertos especiales, generalmente con Jason Bonham reemplazando a su difunto padre en la batería. Pero ha sido imposible montar un tour mundial, debido a las reticencias de Robert Plant, que ahora hasta se hace de rogar para cantar su épico Stairway to Heaven. Lo más cerca que han estado fue el dúo mundialista formado por Page y Plant, que giró y lanzó dos discos en los años noventa. Ambos hicieron gala de mal estilo: ni siquiera avisaron de la puesta en marcha del proyecto a John Paul Jones, su eficaz bajista-teclista. Cuando Led Zeppelin entró en el Rock & Roll Hall of Fame, Jones lanzó un muy británico pellizco a sus ingratos colegas: “Gracias por haber recordado finalmente mi número de teléfono”.
Babelia
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