La lluvia no aplacó la furia de Jeff Beck en Pedralbes
Música de alto voltaje en dos horas de concierto
Durante la tarde los nubarrones no presagiaban nada bueno y dos horas antes se puso a llover. Parecía que Barcelona estaba gafada con Jeff Beck. Hace un par de años tuvo que anular su visita al Palau de la Música por una fuerte lumbalgia (a sus 74 años esas cosas pasan) y esta vez todo parecía indicar que iba a ser la lluvia la encargada de anular su actuación. Pero no fue así. Sabido es que el guitarrista británico practica algún tipo de magia blanca, algún sortilegio hizo efecto, las nubes se aclararon lo suficiente como para que, previa operación de secado de los asientos, el concierto no se anulara. Y cuando llovió, porque al final llovió, ya nadie estaba para marcharse de allí en pleno éxtasis. Mojados pero exultantes.
Dos mil trescientas personas desafiaron a la amenazante meteorología y se desplazaron hasta los jardines del Palacio real que, antes del evento, no se veían tan animados como otras veces. El césped húmedo no animaba a tomarse una plácida tregua entre las barras de bar y las ofertas de comida japonesa.
Puntual como buen británico, Jeff Beck irrumpió en el entarimado sin ningún tipo de boato. Los suyos son conciertos de música sin tramoya, ni siquiera pantallas o fondos de escenario, algo que, en estos tiempos, es muy de agradecer. En Pedralbes, una vez más, la fachada del nada ostentoso palacio confirió un encanto especial a un escenario despojado y permitió que la música, y solo la música, marcara su ley.
Jeff Beck
Jeff Beck
Palacio Real.
28 de junio.
Y música, y de alto voltaje, hubo mucha en las dos horas de concierto. Beck ha montado para esta gira un auténtico power trio con dos colegas de indiscutible solvencia: el genial y siempre apabullante batería Vinnie Colaiuta (cuando él está en el escenario ya se sabe que todo funcionará) y la bajista Ronda Smith. Se añadió una violonchelista con un papel de basso continuo casi inaudible y ocasionalmente la voz y la armónica de otro viejo colega Jimmy Hall.
La velada comenzó a golpe de ritmo y rápidamente la primera señal de alerta, la noche no iba a seguir una dirección rectilínea e inamovible: un tema indio de Nitin Sawhney en el que la guitarra de Beck fue una pura ensoñación sobre una sonoridad de tabla extraída por Colaiuta de un pad electrónico. Beck fue dejando que fueran sus colaboradores los que coparan el protagonismo, sobre todo un Colaiuta exuberante. Hasta la violonchelista tuvo su momento de gloria (y se la oyó) en una canción tradicional irlandesa.
Poco a poco Beck fue tomando el mando y de su eterna Strat blanca (ahora con el clavijero invertido), la misma durante todo el concierto, fueron saliendo los sonidos más lacerantes, hipnotizando sin excesos técnicos ni fuegos de artificio, más bien al contrario, con melodías despojadas que penetran hondo. Despejó toda su furia tocando sin púa y utilizando con inteligencia el trémolo. Pasó por todos los estilos, de la balada más hiriente al rhythm and blues más cañero. Bordó el primer 'ochomil' de la noche con su versión del Little Wing de Jimi Hendrix.
Y empezó a llover pero ahí estaba el director del festival, Martín Pérez, en persona repartiendo ponchos entre los asistentes. Unificada la vestimenta del personal, el concierto prosiguió como si allí no pasara nada.
Beck se fue creciendo, buceando en su repertorio y recreando tanto a Sam Cooke como a Stevie Wonder. Al final invitó a la eurovisiva Ruth Lorenzo a compartir con el quinteto un potente tema que Sly and the Family Stone cantaron en Woodstock: I want to take you higher, una anécdota sin sentido que podríamos habernos ahorrado pero que, por suerte, no llegó a cortar el ritmo de un final trepidante. Un toque Beatles para redondear el concierto y un par de bises de puro apabulle cerraron una gran noche.
Jeff Beck sigue estando en lo más alto.
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