Leonor Bonilla, la emoción en escena
La soprano sevillana, que debutó en 2014 y sigue una carrera meteórica, se estrena en el Teatro Real con ‘Capriccio’
El control que ejerce sobre su voz, cuya técnica dramática dejó boquiabierto al público el pasado octubre en el Teatro de la Maestranza en Lucia di Lammermoor, es proporcional al que aplica a su vida. Leonor Bonilla, sevillana de 31 años que estudió magisterio musical y Danza Española, estaba preparando oposiciones cuando, en 2010, Mimí, la desgraciada protagonista de La bohème, se cruzó en su camino en la voz de Ainhoa Arteta. “Yo estaba en el coro del teatro, era la primera vez que participaba en una ópera y sentía todas esas vibraciones en el escenario. Con la escena final me conmoví tanto que se me cayeron dos lagrimones y ahí mismo decidí dejarlo todo para dedicarme exclusivamente a cantar”, confesaba hace unos días la soprano en el Teatro Real de Madrid, en el descanso de uno de los ensayos antes del estreno de Capriccio, de Strauss —se representa en el teatro hasta el 14 de junio—, y donde interpreta el rol de una cantante italiana.
La rápida y exitosa carrera de Bonilla, que ingresó en el Conservatorio Cristóbal de Morales de Sevilla en 2010 —el mismo año que la admitieron en el Coro de la Maestranza de Sevilla— y en 2014 debutó en el Teatro Calderón de Valladolid con el rol de Servilia en La clemenza di Tito, se consolida a pasos agigantados gracias a su total dedicación y a su árbol genealógico, ya que la soprano formar parte de una familia con mucho arte.
“Mi bisabuelo era cantaor y barbero, Bonilla El Botones, y debía ser bueno, pero su carrera se truncó porque murió joven, a los 40 años, cuando estaba grabando un disco con La Niña de los Peines, que no pudo terminar. Mi abuelo también canta y mi padre es guitarrista flamenco y da clases de guitarra clásica en el conservatorio de Sevilla. De mi madre, Leonor Caballos, he heredado la pasión por el baile; ella es bailaora y estuvo en la compañía de Mario Maya”, resume.
“A mí me tira muchísimo el flamenco y reconozco la dificultad técnica que tiene, pero no puedo permitirme cantarlo porque es completamente antagónico con lo que hacemos en la lírica”, apunta la artista que antes era bailarina, una faceta que enriquece sus roles operísticos. “En Francesca da Rimini, una ópera de Mercadante del siglo XIX, que nunca se había representado y estrenamos en el festival italiano de Martina Franca en 2016, hice un solo de danza contemporánea. La danza forma parte de mí y no es una etapa cerrada, sino un complemento a mi carrera”.
El Festival del Valle de Itria —donde también encarnó en 2017 a la protagonista en Giulietta e Romeo, de Vaccai, otro estreno absoluto de una obra desconocida del XIX— supuso para la cantante el encuentro con la dura realidad de su profesión. “Además de los cuidados vocales y las rutinas diarias que no puedes alterar hay otro tipo de sacrificios personales más difíciles de afrontar. Cuando ensayaba el rol de Francesca en Martina Franca recibí una noticia fatal: mi prima de 19 años había muerto en un accidente, no pude volver a Sevilla para estar al lado de mi familia y enfermé, tuvieron que ingresarme en un hospital. Me recuperé y pude estrenar. En ese momento te das cuenta que somos humanos y no puedes estar siempre al 100%; pero tienes que salir adelante sí o sí”, recuerda.
En ese momento, Bonilla tuvo el apoyo de un joven futbolista que había conocido días antes en la pequeña ciudad de Apulia, que estuvo con ella cuando la hospitalizaron y es su pareja. “Si quieres cantar tienes que aceptar una vida de continuos cambios. Vivo a caballo entre mi casa de Sevilla y la de mi novio en el norte de Italia, pero paso más tiempo en hoteles”.
“Capriccio será mi debut en una ópera el Real, pero ya actué en el teatro el año pasado en el concierto de los ganadores del 55º Concurso Internacional de Canto Tenor Viñas”, puntualizaba antes del estreno la artista, que el pasado diciembre estuvo en el Teatro de la Zarzuela de Madrid en un concierto junto al barítono malagueño Carlos Álvarez, escenario al que volverá en 2020 con Luisa Fernanda.
Esta soprano lírica, ligera de coloratura, cuya carrera llevan Rocío Ignacio y Alfonso García Leoz, se siente muy cómoda con el repertorio del bel canto, Rossini, Bellini, Donizetti y algunos títulos de Verdi. “El director de orquesta Carlos Aragón es muy importante en mi carrera. Fue el primero que creyó en mí y siempre me ha aconsejado bien”, afirma la artista que antes de optar por la lírica formó parte del grupo de música antigua Aquitania.
La agenda de Bonilla, que antes de aterrizar en Madrid para hacer Capriccio, ha estado en Japón con Francesca da Rimini, está llena de citas. En septiembre volverá al Real en el rol de la voz del cielo en Don Carlo, después será Gilda en Rigoletto junto a Leo Nucci, primero en Tenerife y después en Pekín.
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