La renacida Fenice de Venecia
El fuego se llevó por delante el 29 de enero de 1996 uno de los teatros de ópera más bellos de Europa, La Fenice de Venecia. El pasado 12 de noviembre, "la bella durmiente", como dice su sobreintendente Sergio Segalini, despertó del largo sueño operístico con una representación de La Traviata, un título que subió por primera vez a escena en el mismo lugar el 6 de marzo de 1853.
Aunque ha perdido ese lado romántico de la llegada por góndola de algunos espectadores (los tiempos han cambiado, qué duda cabe), cuánta historia acumula la entrañable bombonera. La Fenice abrió sus puertas el 16 de mayo de 1792 con una representación de I Giuochi d'Agrigento, de Paisiello, junto al ballet Amore e Psiche, de Viganó. Cristalizaba, por así decirlo, con ello una tradición operística de la ciudad más escenográfica de Europa. En Venecia se abrió el primer teatro público para el género lírico en 1837, el San Casiano, con un título de Mannelli. Siete años antes ya se había representado en el Palacio Mocenigo Dandolo -hoy el lujoso hotel Danieli- una ópera de Monteverdi. Venecia cogió el relevo de Florencia en la ópera del XVII, desplazándola de los círculos aristocráticos a las salas de acceso democrático. Proliferaban los teatros. Quince al menos abrieron sus puertas en una ciudad que veía nacer para la escena títulos de Monteverdi o Cavalli, Vivaldi o Cesti, Porpora o Galuppi, Piccinni o el mismísimo Rossini, del que se representaban por primera vez en la ciudad de los canales desde La italiana en Argel hasta Eduardo y Cristina, pasando por La cambiale de matrimonio, Il signor Bruschino, La scala di seta, L'occasione fa il ladro o L'inganno felice. El precedente teatral inmediato a La Fenice fue el teatro San Benedetto, que en 1868 se rebautizó como Rossini. Hoy es un cine.
Este escenario fue en el XIX,
junto al San Carlo de Nápoles y La Scala de Milán, el corazón de la ópera italiana. Un paraíso del bel canto, en el primer tercio de siglo con estrenos de, cómo no, Rossini -Tancredi, Semiramide, entre otros-, Bellini -Capuletos y Montescos, Beatrice di Tenda- y Donizetti -Belisario, Pia de'Tolomei, un título que se recupera esta temporada-. Pero el rey absoluto de La Fenice en el XIX fue Giuseppe Verdi, pues de él se estrenaron nada menos que Ernani, Attila, Rigoletto, La Traviata y Simón Boccanegra. El teatro se había reconstruido en el mismo lugar donde estaba después de un incendio en diciembre de 1836. Aún tendría La Fenice reformas en 1854 y 1938 y cerraría por crisis financiera en la temporada 1974-1975 antes del último incendio de 1996. Demasiadas incidencias. Pero la música de Verdi se mantenía contra viento y marea y aún serviría, en cualquier caso, como telón de fondo de los amoríos de la condesa Linda Serpieri y un oficial austriaco en la película Senso, de Luchino Visconti, donde el templo lírico veneciano era el marco de un inolvidable lanzamiento de octavillas desde los pisos altos protestando contra el invasor.
Pero el teatro La Fenice no se dejó estancar con lo ya conseguido en el siglo XIX, y así, en la segunda mitad del siglo XX ha posibilitado el estreno de óperas tan significativas como La carrera del libertino, de Stravinski; La vuelta de tuerca, de Britten; El ángel de fuego, de Prokófiev; Intolleranza, de Nono, o Hyperion, de Maderna. La entrañable bombonera seguía viva, con sus 1.500 localidades, su casi un centenar de palcos en azul, crema y oro, y su escenario de 15,2 metros de anchura por 32 de profundidad, con esa sensación de cercanía que dan las reducidas dimensiones.
El equipo gestor de La Fenice está encabezado por Sergio Segalini, como director artístico, y Marcello Viotti, como director musical. Segalini viene de la crítica, ha sido editor de la revista francesa Opera International, es un especialista en voces y su experiencia como organizador se centra sobre todo en el Festival de Martina Franca, en el valle de Itria, de la región más al sureste de Italia, la Puglia, donde ha estado durante 11 temporadas, siguiendo los pasos del superespecialista vocal Rodolfo Celletti. En unas declaraciones recientes a la revista inglesa Opera ha manifestado que mientras no encuentre una voz similar a Leontyne Price no programará, por ejemplo, la ópera Aida. Y así en el resto del repertorio.
Hace una semana, La Traviata devolvió el bel canto a La Fenice. La preinauguración del teatro, en diciembre de 2003, con un desfile de orquestas y directores de prestigio como la de La Scala con Muti o la de San Petersburgo no dejaba de ser una exhibición de fuegos artificiales. La hora de la verdad ha llegado.
Una temporada con gancho
LOS DOS títulos programados esta temporada que se estrenaron en su día en La Fenice -La Traviata y Pia de'Tolomei- tienen la misma protagonista: Patrizia Ciofi, la nueva figura italiana de la ópera. Se homenajea a Petrassi en el centenario de su nacimiento (fue sobreintendente de La Fenice entre 1937 y 1940) con un programa doble de óperas suyas en el recoleto teatro Malibrán, incorporado al proyecto de La Fenice. La incombustible June Anderson canta por primera vez Daphne, de Richard Strauss, mientras nuestra Ana María Sánchez hace lo propio con Le roi de Lahore, de Massenet, con Viotti al frente de la dirección musical. Otra española, Mercedes de la Merced, participa en La finta semplice, de Mozart. Pier Luigi Pizzi tiene a su cargo la nueva producción de la primera representación en tiempos modernos de la edición veneciana de Maometto II, de Rossini, y repondrá su celebrado montaje de La gran duquesa de Gerolstein, de Offenbach, procedente de Martina Franca. La temporada de ópera se completa con una nueva producción de Denis Krief para Parsifal, de Wagner, con dirección de Marcello Viotti. En el apartado de danza, tres grandes nombres: Maurice Béjart y su Ballet de Lausanne; la Ópera de París con Silvia, de Delibes, coreografiada por John Neumeier y puesta en escena por Yannis Kokkos, y Pina Bausch con su grupo de danza de Wuppertal, de la cuenca del Ruhr, en un espectáculo que lleva por título Para niños de ayer, de hoy y de mañana.
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