Propósito de enmienda

La redención y los buenos sentimientos triunfan en media Europa. En Francia, donde desde el éxito de Intocable sale cada año un puñado de tentativas de triunfo similar, basadas en semejantes emociones y valores (sociales y humanos, no tanto cinematográficos). En España, donde el multitudinario fenómeno popular de Campeones ha puesto sobre la mesa la palabra inclusión. Y también en Alemania, con aportaciones como Un corazón extraordinario, en la que resaltan una estructura y una esencia exactas a la película de Javier Fesser, y sin posibilidad de emulación, pues se trata de una producción del año 2017.

Casi como el personaje de Javier Gutiérrez en Campeones, el protagonista de la película de Marc Rothemund debe hacerse cargo de una tarea en principio ingrata para él, pero que le va a cambiar la ética interior y su modo de vida exterior, hasta entonces basado en la juerga y en desplumar a su padre. Y el objeto de cuidado de este crápula de reformatorio va a ser un chaval con múltiples problemas de salud, al que se le auguran apenas unos años de vida. Sin embargo, con más exceso de almíbar que delicadeza, un gastado recurso al “equis cosas que hacer antes de morir”, y un impulso melodramático en su doble vertiente, la musical y la patética, la película apenas ofrece virtudes cinematográficas, más allá de una ingente colección de canciones de indudable buen gusto, aunque con nula identidad conjunta.

Rothemund, que se inició en el largometraje con una notable obra política e histórica que llegó a ser candidata al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Sophie Scholl (2005), ha visto declinar su carrera en los últimos años, debiendo refugiarse en producciones comerciales de forzadísima simpatía, cercanas a un vulgar Estrenos TV, caso de la nefasta Cita a ciegas con la vida, estrenada en España en el verano de 2017, y la presente Un corazón extraordinario, algo menos cargante, pero a la que no logra imponer siquiera una cierta credibilidad social, pese a basarse en una historia real.