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Crítica | ¿Qué te juegas?
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Nostalgia de la ‘screwball comedy’

El ámbito en el que se desarrolla la acción responde al equivalente local y contemporáneo de eso que antes se llamaba una comedia de teléfonos blancos

Javier Rey y Amaia Salamanca, en '¿Què te juegas?'.
Javier Rey y Amaia Salamanca, en '¿Què te juegas?'.

En los años treinta, la screwball comedy demostró, junto a las películas de gángsteres del estudio Warner con su verba callejera y argótica, que los diálogos del recién nacido cine sonoro podían ser algo más que redundancia o puro acompañamiento ilustrativo de la imagen: las afiladas, ingeniosas líneas de diálogo que se disparaban los personajes se convertían en motor de la acción y aceleraban la velocidad y ligereza intrínsecas al género de la comedia. Por otro lado, la screwball comedy se convirtió en el territorio edénico donde se desarticulaban los roles de género dominantes: en su mecánica más paradigmática, un personaje femenino activo y ácido chocaba contra una impenitente inmadurez masculina para favorecer un proceso de maduración y juego compartido.

Siempre resulta esperanzador que una comedia contemporánea se acuerde de esas fuentes y ¿Qué te juegas?, ópera prima de Inés de León, lo hace, aunque con el singular, y algo temerario, empeño de armonizar esas dinámicas con elementos de comedia gremial propios del modelo Apatow. En ¿Qué te juegas?, el característico papel de la chica screwball –motor de transformador caos en un entorno que no es el suyo- recae sobre la figura de una monologuista de club a la que da vida Leticia Dolera. El ámbito en el que se desarrolla la acción responde al equivalente local y contemporáneo de eso que antes se llamaba una comedia de teléfonos blancos: una inflexión un tanto neoliberal de los universos poblados de ricos y potentados que, con una mirada tan vitriólica, recorrió el cine del gran Mitchell Leisen, donde el choque de clases siempre traía consigo una suerte de aprendizaje vital.

Si en una buena screwball comedy el diálogo ingenioso parecía emanar del alma de cada personaje, aquí la acumulación de supuestas frases sardónicas delata más bien el esfuerzo manierista de un equipo de guion más preocupado en el efecto que en la naturalidad del todo. Ni siquiera los trazos levemente queer logran ser más que un forzado barniz de contemporaneidad. Y, desafortunadamente, el humor visual –la secuencia del acantilado- vuelve a confirmar hasta qué punto nuestra comedia tiene oxidado ese músculo.

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