Saqueos sociales y artísticos
El tono musical, la letra y el espíritu encajan a la perfección con el desencanto de una generación de londinenses del extrarradio
En apenas unos meses dos películas semejantes en planteamiento y desarrollo vienen a demostrar cuán distinto es el abordaje de unas históricas algaradas sociales desde el punto de vista estético y desde el ético. Cuán diferente es visualizar un estado de excitación exterior como producto del abandono político y reflejar el estado interior de unos personajes y de una comunidad.
OBEDIENCIA
Dirección: Jamie Jones.
Intérpretes: Marcus Rutherford, Sophie Kennedy Clark, T'Nia Miller, James Atwell.
Género: drama. Reino Unido, 2018.
Duración: 96 minutos.
La nefasta Kings, película estadounidense de la turca Deniz Gamze Ergüven sobre los disturbios en Los Ángeles, en el año 1992, tras el apaleamiento por la policía y juicio posterior del ciudadano de raza negra Rodney King, y la simplemente fallida Obediencia, obra del novel británico Jamie Jones acerca de los desórdenes públicos en Londres en agosto de 2011, tras la muerte de Mark Duggan, también negro, por disparos de la policía, comparten un esquema común: una excesiva preocupación por la forma y un esquemático tratamiento del fondo.
Un estupendo plano secuencia de un grupo de jóvenes haciendo nada, seguido de una preciosa canción de Bonnie Prince Billy, No bad news, donde el tono musical, la letra y el espíritu encajan a la perfección con el desencanto de una generación de londinenses del extrarradio, provocan una ilusión inicial con la película que se va resquebrajando con el transcurso del relato, con trazo de personajes demasiado grueso y guion esquelético en su desarrollo y en su reflexión política de una y otra parte de la contienda. El retrato de hijo desamparado, madre alcohólica y cocainómana, amante violento y descerebrado, servicios sociales inconscientes, joven amiga de clase social alta y amistades turbias que compone Jones lleva a pensar en una película de Ken Loach narrada como una fábula social. Pero solo la composición de la imagen y el color, comandados por la bella fotografía del español Albert Salas, relucen en un trabajo donde no hay complejidad en el discurso.
Y que sea una loable producción, rodada con apenas 200.000 euros, no es óbice para saquear uno de los temas principales de la banda sonora de Jonny Greenwood para Pozos de ambición, además en el clímax de la película, sin siquiera citarlo en los títulos de crédito finales.
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