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Crítica | La escuela de la vida
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un cuento social

La película plantea no pocos conflictos: sentimentales, afectivos, consanguíneos, amistosos, de clase

Un fotograma de 'La escuela de la vida'.
Un fotograma de 'La escuela de la vida'.
Javier Ocaña

Las películas de campiña francesa protagonizadas por François Cluzet no son un subgénero reconocido por las enciclopedias de cine, pero tiempo al tiempo. Porque sus señas de identidad, además de la presencia del carismático actor, no pueden ser más claras, reiteradas y reconocibles. Y su ritmo, frenético: en apenas dos años nos han llegado Un doctor en la campiña, El collar rojo, Normandía al desnudo y La escuela de la vida, dirigidas por autores en principio distantes, pero que comparten como principal objetivo la caricia al espectador (que se deja acariciar), los conflictos sociales de baja intensidad, el fuerte apoyo musical, el amor a la naturaleza y a los animales, la sublimación del ámbito rural y una especial delicadeza con cierta tendencia hacia lo melindroso.

LA ESCUELA DE LA VIDA

Dirección: Nicolas Vanier.

Intérpretes: François Cluzet, Jean Scandel, Valérie Karsenti, Eric Elmosnino.

Género: melodrama. Francia, 2017.

Duración: 116 minutos.

La escuela de la vida, ambientada en el periodo de entreguerras, con el recuerdo aún latente de personajes muertos durante la primera gran contienda y otros con clarísimas aspiraciones a convertirse en apoyo de los nazis en la segunda que aún estaba por venir, plantea no pocos conflictos. Sentimentales, afectivos, consanguíneos, amistosos, de clase. Pero todos, alrededor de la enorme finca de un conde, se exponen por parte de Nicolas Vanier, director y coguionista, en su cuarto largometraje, con una exultante amabilidad solo apta para ese arco de público que busca en el cine lo que seguramente no hay en la vida: que todo se resuelva como en un cuento social a lo Charles Dickens o Alejandro Dumas, pero sin las necesarias dosis de barro, el físico y el moral.

Ahora bien, el que quiera ubicarse en esa categoría encontrará, en general, una película bien contada. Con su cámara lenta en el momento de la pesca del mejor ejemplar, su plano ojo de pez en gran angular (el único de toda la película) cuando uno de los personajes está devorando en la mesa oreja de cerdo, y su final dividido entre la buena gente, todos menos uno, y la mala gente, precisamente ese. En fin, una película de campiña francesa de Françoise Cluzet.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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