La gran feria latinoamericana de arte contemporáneo olvida a las mujeres
Sólo el 25% del catálogo de Zona Maco corresponde a creadoras. Galeristas y curadores abordan la cuestión del lugar y el precio de las obras femeninas en el mercado del arte
Pintura geométrica, desnudos, oleos kitsch, cerámicas, guerra y cadáveres en collage, fotografía, esculturas geológicas y arte objeto. El PAÍS hace un recorrido guiado por la curadora mexicana Violeta Horcasitas a través de las obras de artistas mujeres durante la feria más grande de Latinoamericana, Zona Maco. No hay un patrón posible que abarque la expresión artística femenina diseminada por los pasillos del evento en Ciudad de México. La única constante es la escasez y un menor precio de sus obras el mercado.
Una diminuta figura humana carga en una carretilla dorada los trozos de un vaso roto. Otra golpea con un martillo la pared dejando un rastro de mordiscos en la madera. Pionera del arte conceptual, a sus 78 años la argentina Liliana Porter es una de las artistas vivas más mediáticas y cotizadas. En los últimos años su obra ha vuelto a cobrar impulso gracias en parte a su inclusión en la histórica muestra Mujeres Radicales: Arte latinoamericano, 1960 – 1985. Un rescate de 123 autoras que abarrotó durante dos años el museo de Brooklyn y el Hammer de Los Ángeles. “Fue la gran exposición de los últimos años. Esta recuperación le ha dado más visibilidad a Porter, sin embargo el precio de sus obras apenas ha subido un 10%”, afirma Carrie Secrist, su galerista durante las últimas dos décadas.
Desde Galerie Lelong, uno de los pesos pesados de una edición un tanto descafeinada —sin presencia de las poderosas multinacionales de Manhattan como David Zwirner, Gladstone o Gagosian— coinciden en que hay una voluntad, al menos en el circuito estadounidense, de prestar más atención a las artistas. “Los ejemplos son la reciente primera retrospectiva de la cubana Zilia Sánchez en la Fundación Philips o de la brasileira Lydia Pape en el Metropolitan”, apunta Constanza Heinz, directora para Latinoamérica de la galería neoyorquino/parisina.
Su apuesta femenina para la feria mexicana ha sido Nancy Spero, avanzadilla del arte feminista de los sesenta. Victimage es una serie de repeticiones en collage sobre la figura de una cadáver en una morgue de guerra. La galería no da precios, pero lotes de parecido formato y época han alcanzado en subastas los 30.000 dólares. A su lado, uno de los enigmáticos bustos de Jaume Plensa en bronce ronda los 90.000 dólares, según un coleccionista que se acercó a preguntar y prefiere no dar su nombre.
La lista de autores vivos más cotizados del mundo la lidera David Hockeny con su pintura Portrait of an Artist por 90,3 millones de dólares, seguido del rey del kitsch Jeff Koons con su Balloon dog (Orange): 54,4 millones de dólares. A mucha distancia, las dos primeras mujeres son Yoyoi Kusama, por el austero lienzo White No. 28, 7,3 millones; y Cindy Sherman, con Untitled Film Stills, 6,7 millones.
“La explicación es una mera cuestión de mercado: ante una menor demanda de un tipo de obras, la producida por mujeres, el precio es más bajo. El porcentaje de obras de artistas féminas en museos, colecciones privadas o ferias rara vez supera el 30% del total”, apunta por teléfono desde Buenos Aires Andrea Giunta, historiadora del arte y una de las curadoras de la muestra Mujeres Radicales.
Maco también cumple con la pauta de la escasez. Las 157 galerías presentes en sus principales secciones han traído obra de 635 artistas. De ese total, solo el 25% son mujeres. “No se trata —añade Giunta— de obsesionarse con los porcentajes, pero las políticas de representación equitativa son la única herramienta que tenemos para corregir la censura sistémica que se ampara en prejuicios y valores tan subjetivos como la calidad. En Mujeres Radicales nos encontramos con mucha resistencia por parte de curadores expertos en arte latinoamericano. Lo que realmente sucedía es que de las 123 autoras, ellos apenas conocían a 20”.
La directora artística de Maco, Tania Ragasol, encaja la crítica por la falta de equidad. “Estamos trabajado para corregirlo. De hecho, estamos negociando la celebración de un premio a la mejor autora de la feria como una manera de obligarnos a recorrer, cuantificar y reflexionar sobre la cantidad y calidad de obra producida por mujeres”.
Una estructura de más de dos metros de largo, parecida a una estantería con huecos vacíos y otros rellenos de roca volcánica o metal dorado, manda en el espacio de la galería sueco/alemana Nordenhake, otra de las estrellas de la feria. Rude Rocks es un juego entre geológico y poético de la peruana Elena Damiani, premiada en 2014 con una instalación permanente en la fundación de David Rockefeller en Nueva York, el mismo lugar donde Diego Rivera escandalizó al magnate hace casi un siglo. “Es cierto que el mercado está virando y tratando de compensar décadas de discriminación. Pero hoy en día hay una demanda más fuerte de obras de artistas negros que de mujeres”, afirma el director de la galería Ben Loveless. Su último fichaje, de hecho, es una artista amateur noruega de padre nigeriano que interviene imágenes de archivo de la esclavitud africana.
Sentados en una mesa, tres hombres parece que hablan de negocios. La única figura que mira de frente al espectador es un bigotudo con sombrero ranchero y un cigarro entre los dientes. La autora del óleo, de colores chillones, es Ana Segovia de Fuentes, hija de una familia de productores de cine en la época de oro del celuloide mexicano. “Juega con los roles masculinos desde el cine. Esta por ejemplo es una escena de James Bond, pero mexicanizada”, dice la galerista Karen Huber. Para Violeta Horcasitas, la curadora que ha guiado este recorrido, su obra resignifica los símbolos de género y usa una técnica pop cercana por ejemplo a David Hockeny, el artista más cotizado del mundo.
En el puesto de la galería argentina Nora Fisch toda la obra es de mujeres. Unos dibujos a carboncillo de Adriana Bustos —que expondrá próximamente en la bienal Sharjah de Emiratos Árabes Unidos— con imágenes de un burdel, desnudos femeninos que mostraban el canon de belleza en la Alemania de principios de siglo o utensilios de cocina sacados de anuncios antiguos. De Fernanda Laguna, una figura clave en la expansión de arte argentino durante las últimas décadas gracias a su obra y al espacio de exhibición Belleza y Felicidad, han traído una serie de pinturas geométricas, rasgadas minuciosamente para ver que “siempre hay algo más allá de la obra”. El material en su galería oscila entre los 3.000 y los 20.000 dólares. “En Argentina —explica la galerista— el mercado se ha vuelto bastante parejo en la zona media. Pero al nivel de estrellas, con ventas por encima de las tres cifras, salvo alguna excepción como Liliana Porter, solo hay hombres”.
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