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CRÍTICA | TRINTA LUMES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El bosque de los fuegos fatuos

Película de umbrales y rincones donde pervive la huella de una desaparición o un misterio, acaba siendo una concisa, poética película de terror

La luz de unas linternas rompe la oscuridad del monte rumoroso en las imágenes que abren Trinta lumes, opera prima de Diana Toucedo. Unas voces llaman a una niña perdida, en duro pulso con el discurrir de los ríos y la insistencia del viento. Al rato, sobre las imágenes diurnas de un pueblo nevado, una voz evoca un recuerdo que, poco a poco, va suministrado las claves para adentrarse en esta película fascinante que parece partir de una llamativa paradoja. Como Carla Simón o Meritxell Colell, Toucedo acerca su mirada a un entorno rural como quien regresa al origen en busca de una esencialidad cinematográfica, como si una pureza irrecuperable aguardase a ser redescubierta entre vivencias recuperadas, recuerdos desenterrados y lazos reconstruidos. Su Trenta lumes, sin embargo, tiene poco que ver con esa articulación de una mirada inocente que proponía Estiu 1993 (2017) o con esa liberación del cuerpo sobre el contexto de la reconciliación familiar que proponía Con el viento (2018). El juego de Toucedo es visiblemente más excéntrico.

TRINTA LUMES

Dirección: Diana Toucedo.

Intérpretes: Alba Arias, Samuel Villariño, Tegra Romeo, Paula Fuentes.

Género: fantástico. España, 2017

Duración: 80 minutos.

Montadora de películas como O quinto evanxeo de Gaspar Hauser (2013) de Alberto Gracia y Penélope (2017) de Eva Vila, Toucedo contempla en Trinta lumes los parajes de la sierra del Caurel con la insolencia de quien quiere –y sabe perfectamente cómo- corregir las palabras de ese André Bazin que hablaba de la ambigüedad inmanente de lo real como materia primera del cine, porque aquí esa ambigüedad es, entre otras cosas, lo que vincula lo real y lo irreal, lo visible y lo invisible, los testimonial y lo fantaseado, abriendo inesperadas puertas de comunicación y sentido.

Película de umbrales y rincones donde pervive la huella de una desaparición o un misterio, Trinta lumes acaba siendo una concisa, poética película de terror ambientada durante los preparativos de la festividad de Todos los Santos, pero no renuncia a ser, a su vez, un documental sobre la numantina resistencia de las vidas en el entorno rural dotado de una verdad que en ningún momento queda comprometida por el fulgor de los fuegos fatuos que puntúan los momentos más enigmáticos de este delicado debut.

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