En busca de la Lisboa fenicia
Los últimos descubrimientos apuntan a que la gran civilización oriental llegó a asentarse en el Atlántico y que la ciudad estaba dividida en dos núcleos a ambos lados del Tajo
Había una piedra en aquella pared que no encajaba con las demás. Los arqueólogos de la empresa Neoépica que preparaban las obras para convertir en un hotel los antiguos almacenes Sommer, a la entrada del barrio lisboeta de Alfama, se dieron cuenta enseguida y decidieron desmontarlo todo para sacarla con mucho cuidado. Sabían que podía tratarse de algo importante —la edificación se levanta sobre un palacio de época tardoimperial romana, por eso estaban ellos allí—, pero era muy difícil prever que fuera algo tan antiguo: una estela funeraria con una inscripción en fenicio de en torno al siglo VII antes de Cristo. Una epigrafía que ha venido a respaldar con más fuerza que nunca que los fenicios —la primera gran civilización que colonizó todo el Mediterráneo— llegaron a instalarse de forma estable en esa zona, es decir, que probablemente hubo una Lisboa fenicia.
“Hasta hace unos años, deteníamos la expansión fenicia en la zona de Cádiz, en el estrecho de Gibraltar; había restos ya en la vertiente atlántica de la Península, aunque no se le daba mucha importancia”, explica la investigadora del Centro de Arqueología de la Universidad de Lisboa Ana M. Arruda, una de las máximas autoridades en la materia. Por eso resalta la importancia del descubrimiento, publicado en 2016, de esa estela funeraria que respalda “que los fenicios llegaron al Atlántico y se instalaron en Lisboa igual que en Málaga, en Cádiz…”.
Cómo llegó la lápida a la pared del palacio tardoimperial de Alfama es relativamente fácil de interpretar: los romanos la reutilizaron, como hacían con tantos materiales, después de tomarla, probablemente, de un cementerio. Sin embargo, es más complicado decir si se trataba de la tumba de alguien nacido allí o de un emigrante colonizador llegado desde el oriente, ya que la inscripción está incompleta y no se lee bien el nombre, explica José Ángel Zamora, el epigrafista al que los arqueólogos portugueses (Nuno M. Neto, Paulo M. Rebelo, Ricardo Ávila Ribeiro y Miguel Rocha) enviaron su descubrimiento para analizarlo. Lo que está claro, añade Zamora, responsable del área de Historia Antigua de la Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, es que en el siglo VII antes de Cristo “alguien fue enterrado en Lisboa, con un ritual fenicio y una inscripción en fenicio, lo que demuestra no solo que llegaron a Lisboa, sino que hubo asentamiento”, insiste el especialista.
La estela ha sido crucial en el avance de la investigación, pero se ha sumado a muchos otros indicios que apuntan en la misma dirección, como la gran cantidad de restos encontrados en la colina del Castillo de San Jorge y que dibujan una gran ocupación, de unas 15 hectáreas y entre 2.000 y 2.500 habitantes, durante la Edad del Hierro (en la primera mitad del primer milenio antes de nuestra era).
En ese contexto, las claves que respaldan claramente la ocupación fenicia son el cuándo y el cómo aparecen los materiales de tradición oriental: ánforas, cerámica de barniz rojo, cerámica pintada, cerámica de cocina, cerámica gris... “La incorporación de estos materiales en Lisboa no es gradual, al contrario: a partir del siglo VII son introducidos de forma masiva y casi exclusiva, sustituyendo las producciones autóctonas, que pasan a asumir un carácter prácticamente residual. Esto implica no una transferencia de conocimiento entre agentes fenicios e indígenas, sino una plena implantación de tradiciones productivas de cariz orientalizante durante los inicios de la Edad del Hierro”, explicó la investigadora de la Universidad de Lisboa Elisa De Sousa durante el IX Congreso Internacional de Estudios Fenicios y Púnicos celebrado el pasado octubre en Mérida, donde coincidieron además los especialistas Ana M. Arruda y José Ángel Zamora.
De Sousa presentó en Mérida un avance de la investigación en la que propone que “Lisboa podría haber correspondido a un núcleo colonial fenicio durante la fase inicial de la Edad del Hierro”. Y, más aún, que ese no era único núcleo urbano de la zona: “Inmediatamente enfrente, en la otra orilla del río, y a una distancia de apenas cinco kilómetros, se ubica otro sitio de al menos idéntica importancia: la Quinta do Almaraz”.
Como en Cádiz
Analizados los restos encontrados allí —incluidos dos líneas de muralla y un foso con una media de 6,5 metros de ancho y 3,5 de profundidad, y varias estructuras domésticas, vasos de alabastro, escarabeos egipcios, cerámicas griegas del Corintio Medio, placas de marfil y ponderales de plomo— y comparados con los del otro lado del río, en la orilla lisboeta, la especialista asegura: “Los dos núcleos podrían corresponder a una sola entidad política administrativa, de naturaleza colonial, fundada por fenicios occidentales a partir de finales del siglo VIII”. Al lado de la Quinta, dado que había menos población, restos de mayor riqueza y de estructuras defensivas, le “correspondería la organización política, social y económica”; mientras que la parte lisboeta habría “asumido funciones esencialmente domésticas y productivas, particularmente en el marco de la industria alfarera”, añadió De Sousa en su presentación.
Una división en núcleos distintos que ya propuso hace años el especialista Diego Ruiz Mata para la que fue probablemente la gran población de colonización fenicia de la península Ibérica: Cádiz. Según el especialista esta habría estado repartida entre la actual Cádiz y el castillo de Doña Blanca, en El Puerto de Santa María, recordó también De Sousa.
Babelia
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