La tragedia de la arrogancia
El reputado Thomas Vinterberg dirige un extraño pero competente 'europudding'
Como parece improbable que desde Rusia alguien pueda atreverse con una dramatización de la tragedia del Kursk, el submarino nuclear hundido en agosto del año 2000 en aguas del Océano Ártico, y cuya operación de rescate fracasó a causa de las negligencias de las autoridades rusas, habrá que conformarse con un extraño pero competente europudding dirigido por un danés, el reputado Thomas Vinterberg, producido con capital belga y luxemburgués, filmado en inglés, y protagonizado por una pléyade de intérpretes belgas, franceses, daneses, suecos y británicos, de evidente carisma y profesionalidad pero de dudosa identidad conjunta en una historia tan local.
KURSK
Dirección: Thomas Vinterberg.
Intérpretes: Matthias Schoenaerst, Léa Seydoux, Colin Firth, Max Von Sydow.
Género: drama. Bélgica, Francia, 2018.
Duración: 117 minutos.
Quizá consciente de que en el subgénero bélico de la tragedia de submarinos hay cimas inalcanzables, Vinterberg apuesta por una decisión estilística que le honra: la ausencia total de estilo, y el asentamiento de la película en la narrativa, en la dirección invisible, en la interpretación y en la diversificación de los ambientes; el interior del submarino, los mandos rusos en el exterior, la lucha de las familias por una información constante y fidedigna, y la ayuda de la flota británica.
Con todo ello, el director de Celebración y La caza, que ya había tenido experiencias en el neowestern americano, Querida Wendy (2005), y en el neoclasicismo británico, Lejos del mundanal ruido (2015), ambas notables, viaja esta vez a Rusia para, quizá en lo mejor de la película, retratar ese singular estado del país, ruinoso en muchos aspectos, pero con la fachada y el interior tan orgullosos que desembocan en la arrogancia.
Aunque lo que quizá más llame la atención de Kursk es la decisión de Vinterberg y su guionista, el estadounidense Robert Rodat, escritor de Salvar al soldado Ryan y El patriota, de construir el edificio de la empatía posterior con los marineros por medio de una larga secuencia inicial ambientada en una gran celebración comunitaria. Por un lado, consigue su propósito. Pero, por otro, es inevitable pensar en su falta de originalidad al acudir a un recurso dramático ya utilizado en dos obras maestras del cine bélico: la boda de El cazador, de Michael Cimino, y la juerga de Das Boot, de Wolfgang Petersen, precisamente la mejor película de submarinos de la historia del cine.
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