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Un estreno mundial en la cárcel

La película 'Pardon', de la directora Najua Slama, se proyectó en la cárcel Borj Erroumi en el marco de las Jornadas Cinematográficas de Cartago, en Tunez

Una prisión tunecina donde se proyecta 'Pardon', de la veterana directora Najua Slama.
Una prisión tunecina donde se proyecta 'Pardon', de la veterana directora Najua Slama.R. G.

La noción de que la cultura, y en concreto el cine, es una herramienta muy útil para la integración social de los presos no es original, ni nueva. Sin embargo, sí es una experiencia pionera que un festival de cine realice algunas de sus proyecciones en cárceles, incluido un estreno mundial con los actores y el equipo de la película. Y eso es precisamente lo que decidieron los responsables de las Jornadas Cinematográficas de Cartago (JCC), uno de los festivales más importantes y antiguos de Tunez y de toda África, en colaboración con la Organización Mundial Contra la Tortura. El filme en cuestión es Pardon, de la veterana directora tunecina Najua Slama.

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“Creo que es una película apropiado para proyectarla aquí. Es una historia que les puede llegar, en la que pueden ver reflejados sus sentimientos, ya que va de una persona inocente que fue condenada varios años de cárcel”, declaró Abed Fahed, actor protagonista del filme, a la entrada de la sala de cine de la prisión de Burj Erroumi. Este penal, de infausta memoria por haber sido escenario de crueles torturas durante el régimen de Ben Alí, está situado en la cima de una loma con vistas al mar que señorea la ciudad de Bizerte, a unos 50 kilómetros al norte de la capital.

La sesión de Borj Erroumi no fue la única. En total hubo seis, cada una en una prisión diferente, incluido el Centro de reeducación de menores de Sidi Hani, y con una película diferente. Esta es ya la cuarta edición del festival de Cartago, en la que su programa incluye proyecciones en las cárceles. Todos los filmes escogidos eran árabes —de Túnez, Egipto y Líbano— en un certamen en el que solo pueden participar obras del continente africano. “Las películas con una serie de valores como el respeto al otro, el diálogo, la tolerancia, etc, ayudan en el proceso de reforma de los presos y su integración”, comentó en rueda de prensa Sofian Mazguish, portavoz del departamento de prisiones. “Los reos son también ciudadanos y también tienen derecho a la cultura, como el resto”, apostilló Najib Ayad, director del festival.

 A la llegada del equipo de Pardon, unos 150 reclusos esperaban sentados en una sala decorada con pósters de ediciones previas de las JCC. La mayoría eran hombres jóvenes, vestidos con ropa deportiva y chancletas. Un murmullo de excitación recorrió el recinto cuando entró uno de los actores, Kamal Tauaty, célebre en el país por sus actuaciones en películas y series televisivas. El intérprete repartió sonrisas, saludos y encajadas de manos. Antes de iniciar el pase, el esposo de la directora, fallecida pocos meses antes, y los actores del filme ofrecieron unos breves discursos, y la administración del penal les entregó varios retratos suyos pintados por los presos.

A diferencia de lo que sucede en las salas de cine tunecinas, el silencio dominó la sala durante la proyección, solo roto por un runrún de risas y comentarios en la única escena de sexo de la película. Una vez terminada, se abrió un turno de preguntas y comentarios. Media docena de reos tomaron la palabra para comentar la fotografía, los sentimientos que les suscitó Pardon, la evolución de los personajes o los problemas sociales reflejados en la obra. Además de los actores y el director de montaje, una psicóloga social también participó en el debate. Separadas del resto por un estrecho pasillo, en los dos laterales del recinto, había varias filas de sillas reservadas para los “invitados”, periodistas y el equipo del filme. En teoría, su contacto con los presos no estaba prohibido, pero pocos reporteros dieron el paso.

“Es una iniciativa muy buena porque nos permite sentirnos integrados en la sociedad”, sostiene Raduán, un joven imberbe ataviado con el chándal del Barça. El chico, que cumple seis años de pena, explicó que se organiza una sesión de cine semanal y que la mayoría de los filmes son árabes, muchos de nacionalidad egipcia. Al preguntarle por las condiciones en la cárcel, se quejó de su sobrepoblación. Entonces, se acercó un guardia vestido de civil para escuchar de forma ostentosa la conversación, que se cortó de golpe. Los responsables de Borj Erroumi no quisieron ofrecer ninguna cifra sobre cuántos presos se alojan en la prisión aduciendo que es un “secreto”, quizás porque las ONG tunecinas han denunciado que las prisiones están desbordadas.

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