Cartago: frente al terrorismo más cultura
Por Hortense Hawa Djomeda (*)
Concebida por el crítico de cine tunecino Tahar Cheriaa y lanzada oficialmente en 1966 por el ministro tunecino de la cultura Chedli Klibi, la cita de Cartago era el “hermano gemelo” del Festival de cine de Burkina Faso, Fespaco. Pero, este proyecto que en palabras de Ibrahim Letaïef, tenía como objetivo “permitir a África crear su propia imagen frente a la cinematografía extranjera”, se fue apagando poco a poco bajo la dictadura de Ben Ali.
Las Jornadas Cinematográficas de Cartago (JCC) siguen siendo la manifestación cultural más antigua de este tipo en África y se ha convertido en un evento anual a la vez que retoma su espíritu militante de los orígenes.
“Dejemos de apagar las luces”, rezaba la banda sonora de la edición 2015 del festival, como algo premonitorio de los atentados que golpearon de lleno el corazón de Túnez el día 24 de noviembre, tres días después de que empezara el evento, que duraría hasta el día 28. A pesar de tan terrible acontecimiento, los organizadores decidieron no “apagar las luces” y seguir con la programación de esta cita de cine arabo-africano, que según su director intenta “volver a afianzar el festival en su identidad de origen”. Esta decisión tiene aun más valor cuando nos damos cuenta de que, como recuerda y lamenta el actor, guionista y realizador tunecino Moncef Dhouib, en Túnez hay cinco mil mezquitas y veinte mil cafeterías pero sólo doce salas de cine.
Los organizadores decidieron no dejarse impresionar por la amenaza terrorista. También probaron esta nueva audacia reivindicada al proyectar en primicia Much Loved, la película del realizador marroquí Nabil Ayouch, lo que convirtió a Túnez en el primer país del Magreb en atreverse a proyectar una película censurada en todos los países de Oriente Medio y del Magreb. Una historia cándida y gráfica de la vida cotidiana de cuatro prostitutas en Casablanca, a la que el jurado consideró merecedora del Premio del Jurado.
El público pudo así descubrir muchas películas recientes en las secciones del festival, entre las cuales destacaron algunas primicias árabes, africanas e internacionales en la competición oficial de largometrajes cuyo jurado estuvo presidido por el marroquí Noureddine Sail, director general del centro cinematográfico marroquí y vicepresidente del Festival Internacional de Cine de Marrakech.
Además, muchas otras secciones componen la competición, como la de los cortos, el primer largometraje, documental o promesa para las obras de estudiantes de escuelas de cine. Las “selecciones paralelas” (fuera de concurso) reagrupan diferentes ciclos: panorama del cine tunecino, cine del mundo, películas premiadas en el Fespaco en presencia de sus realizadores, otras de la selección 2015 del festival de Berlín, cine argentino, italiano, etcétera.Tampoco faltaron los homenajes a Manoël de Oliveira, el gran realizador portugués y a mujeres como Faten Hamama, la primera presidenta del jurado de las JCC en 1978, Asma El Bakri, Nabiha Lotfi y las actrices Maryem Fakhredine y Maali Zayed o a Assia Djebar (escritora argelina y miembro de la Academia francesa).
Assia Djebar, una de las homenajeadas en Túnez / Wikimedia
Desde el estallido de su reciente revolución y con el Premio Nobel de la Paz que fue otorgado al Cuarteto para el Diálogo Nacional Tunecino por su “contribución decisiva a la construcción de una democracia plural” en octubre de 2015, pasando por los terribles atentados de Susa y del Museo del Bardo, Túnez se ha convertido en un faro vacilante de democracia y cultura en el mundo árabe y el continente africano.
Este festival, que nació cuando la lucha por la emancipación del continente africano estaba a la orden del día, daba entonces ejemplo de su africanidad otorgando el primer premio (Tanit de Oro) al que todo el mundo está de acuerdo en considerar como el “padre” del cine africano, el senegalés Ousmane Sembène. Y sí, que la cultura puede ser un arma contra el terrorismo, se demostró de sobra en la edición 2015 de las Jornadas Cinematográficas de Cartago. Ojalá sea esto el principio de una nueva era para Túnez, cuatro años después de que estallara la Revolución de los Jazmines, y que el país pueda volver a la senda de una verdadera democracia tras cinco años de transición caótica.
(*) Hortense Hawa Djomeda es togolesa. Aterrizó en España en 1989 gracias a una beca de la AECID. Estudió traducción y también se especializó en comunicación política e institucional. Además de traductora, escribe y suele participar en conferencias y encuentros sobre literatura africana y la realidad socio-política del continente africano. Inquieta, curiosa, apasionada de la cultura en todas sus formas.
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